Cuarenta y Dos

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Habían tantas cosas rondándome la cabeza que me era extremadamente complejo enfocarme en lo que estaba leyendo, era como si las palabras no lograran procesarse en mi cerebro y quedaran a la deriva sin tomar sentido.

Me encontraba encerrada en mi oficina desde las nueve de la mañana revisando documentos y presupuestos que Mona había dejado para mi sobre el escritorio. Tenía unas cuantas carpetas abiertas, la computadora encendida y un lápiz en la mano con el cual no dejaba de jugar.

Mi inquietud tenía que ver, como siempre en este ultimo tiempo, con la incertidumbre que me provocaban las palabras y las acciones de Eric. Me sentía algo estúpida por continuar pensando en él, pero era algo que no podía dejar de hacer, menos cuando una simple pared nos separada.

Uno de los pensamientos que me mantenía distraída era la naturaleza de nuestra relación, es decir, una sumamente inestable e impulsiva. Si repasaba mi historial de relaciones era común ver lo caóticas que eran, nunca lograban concretarse por completo y siempre estaban cambiando. West fue mi novio más duradero, pero aun así nos habíamos separado incontables veces. De todas formas, aún creía que lo que estaba pasando ahora era de alguna forma diferente.

Todo eso me llevaba a una simple conclusión, que quizás el problema era yo y todo lo que me estaba sucediendo con Eric era puro karma. El universo me había enviado a este increíblemente complicado tipo para hacerme sufrir por todo el daño que le había causado a otros en esta vida y en las anteriores. Era la única explicación coherente. 

Al final todo se devolvía, creo. Era más fácil pensar que esto era obra del destino o algo parecido. Pero al final no me servía de nada intentar echarle la culpa a una entidad superior, porque al cabo de todo era yo la que tenía que llevar este asunto a término.

Entonces comenzaba otra hilera de interrogantes, porque no tenía idea de qué iba a hacer.

Solté un gruñido que me salió del alma y me eché sobre el escritorio, respirando lentamente y deslizando los dedos por la pila de correo que tenía a un lado. Comencé a leer los sobres distraída, sin abrir ninguna de las cartas y simplemente devolviéndolas a su lote.

Continué así por unos minutos hasta que me encontré con un sobre blanco bastante interesante, leí los nombres del emisor y los del destinatario tres veces antes de romperlo con cierta impaciencia. De él saqué una carta escrita en computadora de una plana, con una firma electrónica al final y un timbre. Se trataba de un mensaje breve, de lenguaje formal y que iba directamente al grano.

Al terminar de leer me quedé por varios minutos observándola, pestañeando con lentitud y preguntándome si había comprendido lo que acababa de leer. Al final de un largo momento de estupefacción me puse de pie con brusquedad y dejé mi oficina con la carta en la mano.

-¿Necesita algo?- me preguntó Mona al verme salir tan de improvisto y porque quizás había abierto mi puerta con demasiada fuerza.

-Faulkner está, ¿no?- le pregunté apuntando hacia su puerta.

-Sí...- asintió ella.-¿Necesita que la anuncie?-

No le pregunté nada más y fui directamente a su oficina, toqué la puerta dos veces y luego la abrí sin esperar respuesta. Por suerte lo encontré solo, con su teléfono en el oído y hablando de lo que parecía ser trabajo. Cuando me vio frunció el ceño y se apresuró en terminar su conversación.

-¿Pasa algo?- me preguntó.

Rodeé su escritorio, bajé la pantalla de su computadora para que me prestara atención y me acerqué a su silla. Él se alejó para darme espació, como esperando que me sentara sobre él, pero sólo me apoyé en el escritorio y le di la carta.

DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora