Neith

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Se hallaba sentada en un destartalado y pequeño catre al interior de una de las oscuras celdas. La noche anterior, luego de que Osiris la trajera de regreso de «Las Sombras de Ra», a través de una aparición conjunta, lejos de conducirla a sus aposentos fue llevada por él mismo hacia una de las celdas que estaban ubicadas en los pisos inferiores del palacio.

El lugar era lóbrego, sucio y mal oliente. Solo un rayo de luz de una tea se filtró durante la noche a través de los barrotes de la puerta de piedra que impedía su salida.

Aquella noche no había dormido. El frío, el chillar de los ratones que muy posiblemente estuvieran alojados cerca de ella y su preocupación por lo que ese día ocurriría —su supuesto matrimonio real— confabularon para hacer de esas horas eternas, convirtiéndolas en una auténtica pesadilla.

Osiris era un demente que asesinaba por placer. Jamás olvidaría los gritos desgarradores de aquella infeliz muchacha, cómo el desalmado se deleitaba con su sufrimiento, ni el rostro colmado de malicia y gozo al observar las cenizas humeantes que emergían del volcán. Quizá a cuántos más había sacrificado en ese mar de lava. Pobre gente, pobre de todos... pobre del futuro si ese maldito ponía en marcha sus planes. El mundo entero quedaría sumergido en las sombras.

Se dio valor para ponerse de pie. Al fin y al cabo ya debía ser de mañana, pues la claridad se colaba por las rendijas del tragaluz que estaba por sobre su cabeza. Se puso de pide y se paró en puntillas para intentar ver por la pequeña ventana con barrotes que estaba en un costado de la celda y por donde entraba luz solar.

Alzó sus manos y quiso mover los barrotes en un vano intento por liberarse, pero estos eran fuertes, imposibles de derribar.

Si tan solo tuviera mi varita...

Fue lo que pensó recordando cómo su fiel artilugio la había acompañado en tantas batallas. Era casi impensable recordar que antes había llegado a realizar conjuros sin varita, pero ahora por más intentara hacer algo, era imposible. De seguro la magia de Osiris estaba por sobre todo, minimizando y obstruyendo cualquier intento por querer utilizar algún tipo de magia sin varita.

La magia está dentro de ti se había dicho infinidades de veces, queriendo realizar un simple Accio, llamar mentalmente a Draco, incluso desaparecer pero todo era en vano. Ese hombre la tenía allí como a cualquiera de sus sirvientes, presa y sin su magia. Además debía pensar que dentro de sí estaba el alma de Isis, cada vez más debilitada. Hacía ya casi un día que no tenía contacto con ella, ¿seguiría dentro de ella? Era evidente que sí, pues a cada instante sentía que no estaba sola, que esa mujer aún seguía albergada en su ser.

¿Cómo liberarse de ella? Jety era la respuesta. ¿Dónde se había metido ese faraón? ¿Dónde se ocultaba? ¿Qué poder tenía? Pues al parecer ninguno, estaba dejando a su pueblo a merced de un loco desquiciado que lo único que tenía era sed de poder. Y tal vez ese tal Jety, también la hubiese engañado, ¿cómo era posible que se pareciera a Draco? Estaba claro que solo había jugado con su mente. ¡Todos lo hacían! Se veía sola y cada vez más indefensa. Realmente ya no sabía en qué pensar, ni en qué creer, menos en quién confiar.

Se acercó a la puerta y miró a través de la pequeña ventanilla hacia el pasillo, el cual a pesar de ser de día permanecía en penumbras, iluminado solo en una esquina por una débil antorcha. Logró distinguir a un par de guardias que vigilaban con lanzas en mano.

Sin darse cuenta una araña negra de tamaño mediano había caído desde su telaraña a su brazo. Hermione se asustó y dio un brinco al sentir el suave y tenebroso cosquilleo que le produjo el insecto al pasearse por su piel. Instintivamente con una mano logró arrojarla al suelo y, sin pensarlo dos veces, le quiso poner el pie encima (en la penumbra no supo si lo había logrado o no) advirtió en ese instante que en la celda ubicada frente a la suya se encontraba el ayudante del verdadero faraón, el hombre llamado Johém, aquel que se hacía pasar por Jety V para proteger a su amo. Se le veía cansado pues también tenía el rostro pegado a la ventanilla de la puerta, estaba demacrado y bastante pálido. Para un hombre de su edad, el pasar por todo aquello debía ser sumamente desgastante además que su fuerza física no era la suficiente para soportarlo.

OJOS DE ANGEL IV: SOMBRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora