Pansy Parkinson no estaba muy contenta con la decisión tomada por Harry y Draco —sin mencionar que su traidor novio los había apoyado— en relación a que ella debía quedarse en el campamento, pues según ellos, no se encontraba en condiciones todavía de participar en alguna batalla o de actuar en forma presurosa en caso que la situación lo ameritara. Tal decisión se debía al cansancio acumulado por haber trabajado más que el resto en la preparación de ese viaje, a lo que se agregaba el hecho de que hacía solo un día ella era usuaria de una silla de ruedas...
Pero como toda buena demócrata, había aceptado la decisión de la mayoría además debía darles el crédito que confiaban en ella y de que le habían encargado hacerse cargo del campamento. Eso era realmente importante, pues al fin lograba reivindicarse luego de tanto tiempo. A pesar de que todos le decían que lo pasado ya era solo recuerdo y que estaba olvidado, para ella no había peor recordatorio que su propia conciencia.
En fin, lo bueno era que estaban allí y que pronto podrían encontrar a Granger y regresar a casa. Ahora daba un pequeño respiro luego de haber puesto cada cosa en su sitio y de cerciorarse de que nada faltara: dio los últimos arreglos al interior de la tienda, revisó que las literas estuviesen distribuidas según las necesidades de cada uno, moviendo algunas cobijas con su varita.
Por otro lado Ronald Weasley (en su hábitat) revisaba que la alacena estuviese completa. Realmente Parkinson se había esmerado en traer de todo, incluso hasta un pequeño refrigerador muggle que funcionaba con magia en donde la elfina Oco había guardado gran cantidad de pasteles y comidas preparadas. Todo se veía exquisito. No pudo evitar la tentación de untar su dedo índice en la crema del pastel para luego saborearla.
—Esto es para alimentar a un batallón —observó luego de haberse limpiado disimuladamente el dedo en la camisa.
—Con lo que te conozco Weasley, más lo que come Dean y Sam, te puedo asegurar que si no le pongo un sortilegio a ese aparato, todo desaparecerá en un dos por tres.
En ese preciso instante ambos se quedaron callados, pues escucharon un estruendo, similar al que emitieron cuando salieron del portal disparados hacia el desierto.
Ambos se pusieron en alerta, sacando rápidamente sus varitas para correr luego hacia el exterior de la tienda. Sin convencerse de lo que sus ojos eran testigos, caminaron con cautela al ver cómo Samantha Collingwood, la nany de la casa de Draco, se encontraba sentada en el suelo con su boca llena de arena y mirándolos con cara de sorpresa.
—¿Qué demonios haces tú aquí? —preguntó Ronald realmente sorprendido, momento en que el portal se cerraba por ese día.
En ese instante la mujer aprovechó para ponerse de pie, escupió un poco de arena y los apuntó con su varita. Se notaba que estaba nerviosa y que no era muy diestra en el uso del implemento mágico, menos si era en contra de otros magos, pues la mano le temblaba notoriamente y la movía de un lado a otro.
—No les quiero hacer daño. Así que, ¡apártense! —dijo mientras limpiaba la arena de su mano libre en un costado del pantalón.
Ron alzó una ceja mirando de soslayo a Pansy quien se encogió de hombros sin hacer esfuerzo alguno por bajar su varita en ristre.
Samantha se llevó su mano limpia a la boca para limpiar la arena de los labios, momento en que Ron, sin hablar siquiera, ya le había arrebatado la varita con un simple y casi inaudible: Expelliarmus.
—Las buenas costumbres jamás se olvidan —agregó mostrándole la varita arrebatada y sonriendo satisfactoriamente. Pansy no bajó la guardia—. Y ahora nos dirás qué pretendías apareciéndote aquí. ¿Por qué nos has seguido?
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OJOS DE ANGEL IV: SOMBRAS
Random¿Qué relación existe entre la diosa Isis y el mismísimo Salazar Slytherin? Descúbrelo en este Dramione que mezcla la aventura, el amor y la mitología egipcia, mezclado con toques de humor y la ayuda oportuna de Sam y Dean Winchester (los guapos caza...