La Nueva Nany

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Un hombre atlético, de bíceps formados, cubierto solo con una sudadera y un jeans ajustado y desgastado, hurtado por ahí de un patio de alguna casa aledaña, caminaba por Belford Square hasta llegar a la esquina de Montague, encontrándose de frente con el Museo Británico de Historia Natural, lugar en donde su instinto mágico lo había llevado. Ese era el sitio en donde debía encontrarse con Isis. Sonrió. ¡Al fin juntos! Y ahora nada, ni nadie los separaría. Seth había sido, al final de cuentas, un simple dios sin el poder de los grandes hacedores no logrando quitarle completamente la vida. Intentó deshacerse de él, dividiendo su cuerpo, matando la carne pero lo único que logró fue hacerlo inmortal.

Osiris, el eterno, dios de la muerte, ha regresado. Pero no pensaba estar nuevamente solo, así como lo estuvo hacía diez centurias. No, ahora sabía que Isis estaba cerca.

Inundó sus pulmones con el aroma circundante y sonrió. Amaba el aire puro y húmedo. Sus años de faraón lo habían acostumbrado a la sequedad del desierto pero ahora aprovecharía al máximo el estar en este nuevo mundo, avanzado y tecnológico, tal como él recordaba a sus antepasados de otra galaxia que, en algún momento dejaron sus conocimientos a los antiguos egipcios. Sonrió nuevamente. Nadie sabía la verdad, solo él, pero eso ya no le importaba, pues no tenía mayor relevancia. Ni siquiera le interesaba la conquista de este mundo. Solo quería regresar en el tiempo con Isis y recuperar su trono. Sabía que no podía hacerlo solo, ella era parte fundamental.

Miró a su alrededor e inhaló con fuerza, ella había estado en ese lugar. Pero ya se había ido. Su olfato e instinto lo guiarían: debía ir hacia Wiltshire, al sudeste de la ciudad. Ahí estaba Isis, pero en el cuerpo de otra mujer.

—Está todo de mi lado —dijo para sí aquel hombre y con una sonrisa emprendió la marcha.

No quiso utilizar magia para caminar rápido. Su deseo de sentirse vivo en ese cuerpo y de disfrutar del aire, hacía que sus pasos fueran parsimoniosos y seguros, sintiendo la suave brisa rozar su piel y llenarlo nuevamente de luz, vida y energías.

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Mientras tanto en la nueva mansión Malfoy, Hermione se encontraba recostada en su habitación, ya que tenía un terrible dolor de cabeza, que ni tiempo se había dado para ver a sus hijos. Tal construcción se encontraba ubicada sobre lo que fue la antigua, primero restaurada por Draco, debido a los daños que sufrió durante la segunda guerra mágica y en donde se estableció el cuartel de los mortífagos, liderados por Voldemort, misma que años más tarde sería destruida completamente por las brujas Kyteler y Kedward.

Draco, por su cuenta, se había entretenido ayudando a Scorpius con un puzzle mágico, cuyas piezas cambiaban de posición, antes de salir rumbo a la oficina.

En tanto Rose Luna, estaba en la biblioteca de la casa estudiando un poco de historia de Hogwarts, ya que ese año ingresaría al primer año en el colegio de magia y hechicería en donde habían estudiado sus padres. Aún faltaban unos meses para ello, pero esa pequeña brujita, era como ver a Hermione a la misma edad, estudiando y preparando todo. No quería dejar nada al azar. Quería demostrar lo orgullosa que estaba de ser hija de Draco Malfoy y de la gran heroína de guerra, Hermione Granger.

Escuchó cuando su padre se despidió de Scorpius, pues según había entendido, tenía una reunión de negocios. Con él fuera de casa, con su madre acostada y Scorpius jugando en la sala, tenía pase libre para estar encerrada en la biblioteca revisando y leyendo libros, sin que nadie le pusiera horarios. Así que se relajó y siguió hojeando el texto que tenía abierto en la alfombra.

A eso de las cinco de la tarde, el timbre de la casa sonó con insistencia y al cabo de unos minutos, Hermione bajaba las escaleras pues una de las empleadas le había informado que la estaban esperando. En la sala, sin Scorpius en ese momento, se encontró con una con una mujer joven bastante atractiva, que resaltaba la piel blanca en su cabello ondulado y pelirrojo, además de tener curvas pronunciadas. Hermione solo frunció el ceño, con esa apariencia, distaba mucho de lo que era Marita, la nany de sus hijos. Pero al final de cuentas, nada perdía con entrevistarla.

OJOS DE ANGEL IV: SOMBRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora