Observo su fotografía, colgada en mi pared. Ambos salimos sonriendo, abrazados, juntos.
Necesito volver a verlo. Necesito abrazarlo, sonreírle. Necesito que me diga que me quiere nuevamente.
Extraño sentir que valgo la pena.
Me concentro en mis pasos tambaleantes, culpa del alcohol. Haciendo un gran esfuerzo de mi embobada mente, llego finalmente al lugar donde ambos solíamos vivir.
Me siento en la acera, esperando tal vez algo, tal vez nada. El tiempo pasa mientras el sol esconde, pero el alcohol no se disuelve de mis venas. Traje una segunda botella, por si acaso.
Estoy a punto de acercarme para golpear la puerta, cuando un auto se acerca por la calle.
Es su auto, el mismo que tenía cuando estábamos juntos. El vehículo gira para entrar en el garaje, pero algo lo hace detener.
La puerta se abre de golpe, y un muy enojado hombre sale de ella.
-¿Qué haces aquí? – Me gritó.
Yo no entiendo. Debería estar feliz de verme. Finalmente somos los dos solos. Igual que en los viejos tiempos.
-Te dije que no vuelvas – Se acercó a mí con pasos enojados. Grandes zancadas que retumban contra el pasto. – Te dije que te alejes, que no quiero verte. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?-
¿Qué está pasando? Creí que me amaba. Solía hacerlo. Solía decírmelo todas las noches.
Mi silencio pareció desconcertarlo aún más. Dio una vuelta sobre si mismo, al igual que siempre hace cuando algo lo impacienta.
-¡Déjanos solos! ¡Sara teme salir a la calle por tu culpa! ¡Ya no sabemos que hacer!-
No puedo sino observarlo en silencio. Tiene razón. ¿Qué hago aquí?
-Está bien, no hables. Haz lo que quieras. Solo vete. Por favor – Su voz bajó de volumen – Por favor vete. Ya no sé qué más hacer.-
Asiento y me doy vuelta. Comienzo a caminar por la acera, pero al parecer, dar una vuelta fue una maniobra muy complicada para mis torpes pies, ya que caí en el piso.
Todo fue oscuro.
Abrí los ojos lentamente.
Me encontraba en un Sofá, nuestro sofá.
Comencé a caminar por la casa. Debería estar vacía. No sé qué hora es, pero sé que viví en esta casa. Si el sol está bajo el horizonte, Él duerme.
¿Y quién más estaría aquí, si no nosotros dos?
Paso por la cocina para tomar un poco de comida. Encuentro un Kiwi en sobre la mesa. Tomó un afilado cuchillo y subo las escaleras lentamente.
Alguien cambió las fotos en las paredes. Ahora salgo rubia en ellas, eso es extraño. También salgo sonriendo al lado de gente que no conozco, celebrando fiestas que no recuerdo.
Bueno, las fotos no mienten.
Entro en la habitación, y lo que encuentro adentro me hace botar la fruta al piso.
-Perra – Grité con todas mis fuerzas.
Una chica rubia, en la cama de Mi marido, me observa con pánico en sus ojos. Él también me mira asustado, esperando mi siguiente movimiento.
La ira corre por mis venas. No puedo ver bien. Todo es rojo, todo es borroso, nada funciona bien.
Inconsciente de mis movimientos me acerco a la cama.
La sangre de ella se sintió tibia en mis manos, tibia y suave. Las últimas convulsiones terminaron y giré la cabeza hacia aquel que decía amarme. Le sonreí, pero mi cara llena de sangre no debió resultar muy tranquilizadora, ya que el comenzó a patalear desesperado, buscando una escapatoria. Pobrecito. No sabe que no hay escapatoria.
Su sangre se sintió exactamente igual a la de ella.
Tibia, espesa, suave y mía.
Solo mía.
Holding on to what we used to be
Addicted to a memory
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Canciones y otras locuras de amor.
Short StoryUna canción, una historia. Si puedes, pon la canción en modo repetición hasta terminar la historia, le da un toque. Pero si eres de esas personas que quedan enfermas de una canción por culpa de la repetición, entonces solo escuchala antes de comenza...