Todo comenzó una tranquila tarde de verano, en un día que no parecía diferenciarse de ningún otro. Llevaba casi media hora sentada en un viejo banco de madera ubicado en el jardín delantero. Mis padres se habían ido de vacaciones y no regresarían hasta el lunes. Afortunadamente, luego de agotadoras discusiones, había logrado que le permitieran a Romina, mi mejor amiga, quedarse en casa. Al principio, no les agradaba la idea, aunque cedieron ante mi ruego.
Romi se estaba duchando. Le obsesionaba el aseo personal y disfrutaba enormemente cada segundo que pasaba enjabonando su piel.
Había decidido esperar allí, en ese sitio que tanto me gustaba. Solía sentarme en aquel lugar cuando necesitaba pensar, buscar soluciones a mis problemas, o simplemente relajarme. En esta ocasión, me encontraba analizando a los distraídos transeúntes que caminaban por la acera, ensimismados en sus propias rutinas, dirigiéndose hacia donde siempre lo hacían, o regresando de su usual destino. Unos pocos, al igual que yo, parecían desear escapar de la monotonía que los rodeaba. Eran personajes extraños, sumergidos en su propia historia. Por ejemplo, en la esquina se había acomodado una pareja joven que no dejaba de reírse mientras conversaban tomados de las manos. Frente a ellos, un chico de mirada gris los observaba, cabizbajo. Me preguntaba si alguien habría roto su corazón. Siempre he sido curiosa, especialmente cuando algo llamaba mi atención.
La brisa fresca comenzó a soplar, aliviando a quienes caminaban bajo los últimos rayos del sol. La temperatura disminuía más y más a cada instante, como un preludio inevitable, anunciando el arribo de la noche que pronto lo absorbería todo con su penumbra. Algunas corrientes de aire escurridizas comenzaban a colarse por debajo de mi ropa, rozando mi piel como una suave caricia fantasmal.
Desvié la mirada en busca del horizonte que sólo podía vislumbrarse en la pequeña franja creada entre las casas del vecindario. El sol ya casi había desaparecido, tiñendo el cielo de naranja, en un último bostezo del astro antes de rendirse al reino de Morfeo. La melodía de un violín acompañaba la escena. Un violín... ¡Mi celular!
Lo saqué del bolsillo y observé la pantalla. Acababa de recibir un mensaje de remitente desconocido. Podría haberlo ignorado, pero la curiosidad me venció una vez más y leí el texto.
De: número desconocido
Enviado a las 6:58pm.
Te espero esta noche en el Gold Hotel, alrededor de las 10:30pm. Tengo entradas para una fiesta que harán en el último piso. Puedes llevar a tu amiga. Ya está todo arreglado para que puedan entrar.¿Una fiesta? Tuve que releer aquello varias veces, confundida. No había oído a nadie hablar al respecto. Primero, supuse que se trataba de un error, pero luego de debatirlo conmigo misma, asumí que se trataba de un mensaje de Gael, otro de mis amigos más cercanos.
El chico siempre salía de noche y en más de una ocasión había pedido que lo acompañase. Además, era normal que perdiera el celular y comprara uno nuevo. Sonreí, convencida ante mi propia deducción.
Entonces estornudé. Era hora de regresar al calor de mi hogar.
Al ingresar, encontré a Romina sentada en la sala de estar, mirando la televisión. Me molesté un poco pues no me había avisado que ya era mi turno de ducharme, pero preferí evitar una discusión y no dije nada al respecto. En cambio, le conté lo ocurrido.
—Nos han invitado a una fiesta. Es esta noche.
—¿Eh? ¿Quién nos invitó? —preguntó confundida.
—Gael. Tenemos que estar allí a las diez y media.
—Déjame ver si comprendo ¿Tengo que ir a una fiesta solo porque tú tienes ganas de bailar con Gael? Se suponía que nos reuniríamos a ver películas toda la noche ¿Prefieres ir a una fiesta antes que hacer la maratón de Harry Potter? —Parecía estar muy confundida.
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Leyendo al asesino
Mystery / ThrillerLuna siempre fue una joven curiosa, hasta la noche en que se le vino el alma a los pies cuando su entrometimiento se topó con un libro bastante peculiar, el diario de un asesino cuyo contenido narraba las más morbosas escenas que la chica hubiese le...