Justicia

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ADVERTENCIA: Este capítulo es un poco subido de tono. No es ATP, pero tampoco merece que toda la historia sea calificada de "adulta".

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Gael y yo nos encaminamos a la parada del bus y esperando allí hasta que el primer vehículo apareció en la distancia.

—¿Cuál es el que nos deja cerca? —preguntó él.

—Ahora que lo dices, no lo recuerdo.

—Entonces preguntemos —sugirió Gael.

Cuando estábamos juntos, nuestras valentías se sumaban para hacer cosas que normalmente, al estar solos, nos apenaba. Cosas tan simples como preguntar por una dirección o por algún precio en una tienda.

Minutos después, el bus se detuvo en la parada, frente a nosotros. Las puertas traseras abrieron y algunos pasajeros comenzaron a bajar.

Gael colocó un pie dentro del vehículo e interrogó al conductor.

—Disculpe señor ¿usted pasa cerca de la heladería Icecream Bum? —preguntó.

El conductor pareció confundido. Negó con la cabeza.

—¿Y por la casa de festejos Dhailey? —agregué, colocando una mano sobre el hombro de mi mejor amigo.

El conductor volvió a negar. Y apenas Gael abandonó el vehículo, se cerraron las puertas y el bus siguió su camino.

Nos sentamos nuevamente en esos banquitos de metal de la parada y no pude evitar dar un respingo, el frio metal tocó mis piernas y fue como un balde de agua helada. Gael se burló.

Pasaron quince minutos que parecieron eternos hasta que llegó otro bus, esta vez pregunté yo primero,

—Disculpe señor ¿Pasa por la casa de festejos Dhailey?

El conductor asintió. Le sonreí a Gael y subimos velozmente. Afortunadamente, el bus iba con pocos pasajeros, lo que nos dejó dos asientos juntos.

A pesar de ello, no hablamos. Se sentía una leve tensión entre nosotros. Ambos ocultábamos algo y temíamos abrir la boca.

Fingí observar por la ventana, aunque en realidad estaba inmersa en mis pensamientos.

¿Qué le habría dicho Damián a Jess? ¿Hablarían sobre mí?




Descendimos del vehículo en la avenida y caminamos un par de cuadras hasta la heladería que estaba ubicada en una de las calles laterales.

Una vez allí, Gael empujó la puerta, dándome caballerosamente el paso. En el mostrador, Karina nos dio una alegre bienvenida; hacía ya mucho tiempo que frecuentábamos el sitio y su dueña nos consideraba los mejores clientes.

Lo que más nos gustaba del establecimiento era que, a pesar de tratarse de una heladería, el servicio era como en cualquier restaurante. Escogíamos una mesa, leíamos el menú y una mesera tomaba la orden.

En esta ocasión, Gael me guió a una mesa del fondo, donde no nos llegaba el ruido de los vehículos transitando por la calle y, durante un rato, tampoco se oyeron nuestras voces porque estábamos demasiado concentrados leyendo el menú.

Leyendo al asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora