Despistada

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Leer aquellas páginas se estaba convirtiendo en una necesidad, una insalubre adicción.

Sin poder controlar mis acciones, permití que las piernas me guiaran hasta la mesita de noche y ambas manos tomaran el volumen para que mis ojos se deleitaran ante la emoción que me producían las palabras del asesino.

Sentada en mi cama, releí la página que había comenzado un rato antes y luego proseguí.


...Unos cuantos golpes podrían poner a Adam en su lugar.

Él se encontraba de pie en el umbral, podía sentirlo, oler su miedo.

Velozmente, tomé el bate y le di varios golpes. Primero, intenté atinarle a la cabeza para dejarlo en estado de semi inconsciencia. Luego, opté por inmovilizarlo rompiéndole los huesos de las piernas con toda mi fuerza.

Podría haberlo dejado allí, a su suerte. Y de hecho, casi lo hago. Entonces se proyectó en mi mente la escena que atestigüé en casa de Casandra. Perdí el control. Mis manos apretaron el bate con más fuerza que antes y el odio se apoderó de mí.

Con la sed de venganza corriendo por mis venas, apunté cuidadosamente a la entrepierna de Adam y comencé a golpear una y otra vez, con toda mi fuerza mientras su cuerpo se retorcía de dolor.

Intentó gritar en búsqueda de ayuda, obligándome a golpear su cabeza con tal fuerza que el bate se partió en dos. No importaba. Luego de los más de cien golpes ya no le quedaba demasiado tiempo de vida y yo tenía la imperante necesidad de lastimarlo hasta que le llegara su muerte.

Continué pateándole la entrepierna con furia hasta que Adam quedó inmóvil. Seguramente ya habría fallecido, pero por si acaso, tomé el revólver que guardaba debajo de la cama y, con el cañón apoyado sobre su sien, disparé. El tiro de gracia.

Gracias a Dios, el arma tenía el silenciador puesto.

Aproveché que la casa estaba vacía y abrí el garaje para estacionar mi auto dentro del edificio. Envolví el cadáver con una manta y lo arrastré hasta el maletero.

Encendí la laptop y escribí una improvisada carta suicida que versaba sobre problemas con drogas o algo así. Luego, me marché del vecindario.

Conduje por casi dos horas hasta alejarme del pueblo e internarme en un camino sin asfaltar que conducía a un viejo hotel abandonado. Allí, en medio de la nada, lo enterré.

Debo admitir que olvidé llevar una pala conmigo y fue difícil cavar un hoyo lo suficientemente grande como para esconder el cuerpo y, para cuando terminé de excavar con mis manos, el sol ya comenzaba a ponerse.

Posicionándome como un perro, cubrí de tierra la sepultura sin lápida y me marché.

Supuse que la policía me buscaría. Quizá como sospechoso o, tal vez, a modo de testigo ya que ambas muertes se relacionaban con mis allegados. No importaba, tenía que huir.

Conduje frente a mi casa para verla por última vez. "Adiós mamá" pensé mientras me alejaba a toda velocidad. Necesitaba desaparecer. Huir.

Y aquí estoy, diario, estacionado en medio de una carretera que no sé a dónde me llevará.

D.


¿Por qué rayos no escribió las fechas? ¿Hace cuánto pasó eso? Quisiera saber qué día se llevaron a cabo los asesinatos de Casandra y Adam. Me urgía averiguarlo. Ello podría quizás alivianar mis miedos, si se trataban algo ocurrido hace años. Sin embargo, un gran porcentaje apuntaba a hechos recientes. Es decir ¿Una laptop? Eso significaba que, a lo mucho, el diario tendría diez años.

Leyendo al asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora