Condenada

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No podía conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro. Su sonrisa malvada, su mirada llena de oscuridad y esa voz tan sensual y reconocible. ¿Acaso me atraía ese tal "D"? No, imposible, nunca he sentido nada importante por un chico y el primero no podría ser ese. Jamás me perdonaría el enamorarme de un asesino.

Sacudí la cabeza y me dije a mi misma que debía dormir porque era tarde y me esperaba un largo día. Abracé fuertemente la almohada y obligué a mi mente para que dejara de divagar.

Sin embargo, por más que lo intentara -lo cual fue como unas veinte veces- ese extraño sentimiento, parecido a una mezcla de curiosidad y miedo, me ganó. En la oscuridad, estiré un brazo hacia mi mochila que estaba a los pies de la cama y tomé el diario. Lo abrí donde había quedado e, iluminándolo con la tenue luz de los faroles que se filtraba entre las cortinas, continué leyendo.


Maldito diario:

Sabía lo que hacía desde el principio, y obviamente no fue la mejor decisión que he tomado, pero no tuve otra opción. Realmente me vi obligado a hacerlo.

Muy a mi pesar, debo admitir que la sensación que me produjo asesinar fue extraña y agradable; me gustó quitarle la vida a Casandra. Tal vez, porque lo merecía o, quizá, por el embriagante perfume dulzón de su sangre en mis manos.

Cada estocada se llevaba con ella un diezmo de mi dolor, me resultaba imposible detenerme. Al final, no fueron una, ni dos, ni tres, fueron más de cinco puñaladas las que atravesaron su despiadado corazón.

¿Me siento culpable? No, no siento ni una pizca de remordimiento No me malinterpretes, diario, sé que estuvo mal.

Ahí es donde entra el factor de la peculiaridad: cuando hacía algo malo, por más mínimo que fuese, la culpa me consumía, pero esta vez fue diferente. Porque ella debía y merecía morir. Me traicionó, rompió mi frágil corazón.

Esa misma tarde me deshice del cadáver con la mayor rapidez posible. No te diré ni siquiera a ti, diario, como lo he hecho porque de verdad me repugna hablar del tema.

Sé lo que debo hacer ahora, conozco el próximo paso a dar.

Tengo que deshacerme de Adam cuanto antes sea posible.

D.


No lograba asimilar las palabras que acababa de leer ¿Cómo alguien no sentiría culpa al asesinar a la chica que supuestamente amaba tanto como para casarse y formar una familia? Me encontraba en un severo estado de shock,

Shock. No existía mejor expresión que esa para describir la sensación causada por lo recientemente leído. Ese tal D era un homicida, un psicópata.

Si mis sospechas eran acertadas y el culpable era el joven que bailó conmigo, entonces se trataba de un chico sexy del que es imposible no enamorarse, claro, si no supieras que es un asesino. Debía evitar que sentimientos estúpidos afloraran.

No puedes enamorarte de él, me repetí unas diez veces antes de quedarme dormida.

Apenas abrí los ojos, unas luces me cegaron. De inmediato, volví a cerrarlos.

-¿Qué rayos...? -me quejé algo confundida. Fue entonces cuando una voz me interrumpió.

-Tranquila, no pasa nada.

Mi respiración se atascó al escuchar ese tono ronco y sexy que solo podía pertenecer a una persona. Al asesino. Me incorporé en la cama, notando que no me hallaba en casa, sino sobre en una vieja litera de fierros, encima de un colchón delgado e incómodo. Frente a mí, se erguía el chico de la fiesta con una macabra sonrisa y aquel extraño brillo titilando en sus hermosos ojos verdes.

Leyendo al asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora