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No podía salir de aquel trance en el que había entrado por autoprotección, aunque había decidido entrar muy tarde. Demasiadas cosas acababan de suceder. Lejanamente sentía que las personas me hablaban —policías y amigos—, pero mi mirada estaba perdida en dónde hacía pocos segundos había estado Gael.

Los oficiales que habían intervenido, examinaban meticulosamente cada rincón, todas las habitaciones. Cuatro uniformados revisaban los cadáveres de Gael y Jess mientras que otros dos esposaban a David, que continuaba forcejeando con ellos sin decir palabra alguna, y solo largaba quejidos de incomodidad. Sonaba como un perro rabioso.

La pareja de uniformados no lograba contener al criminal por lo que un tercer oficial se sumó a modo de refuerzo hasta que pudieron esposarlo, tirándolo al suelo con las manos en la espalda, imposibilitado para efectuar cualquier movimiento.

—Llévalo a la patrulla —escuché decir desde el umbral de la puerta. Uno de los uniformados se volteó hacia mí dándome una ligera sonrisa a la cual no respondí. Mi mente estaba afligida y cansada.

Por algún motivo, solo un policía escoltó a David hasta el vehículo. Esto no me llamó la atención al principio, aunque se trató de un grave error.

El oficial tenía a David tomado por un brazo. Caminaron lentamente hacia el patrullero y, como si estuviésemos hipnotizados, tanto Damián como Romina y yo los seguimos desde lejos. Me costaba caminar y arrastraba un pie que no podía apoyar. Pero no me detuve. En el fondo, deseábamos observar el final de la pesadilla.

Eso claro, si todo hubiese terminado allí.

A pocos pasos del vehículo, David se giró lanzándome una mirada irónica que tardé en comprender. Algo en mi interior se agitó, obligándome a retroceder levemente como si pudiese leer su retorcida mente.

Mis ojos se abrieron como platos; Damián y Romina hablaban, pero mis oídos estaban sordos a sus voces.

Y lo que sucedió luego fue muy parecido a lo que mi mente había profetizado. Todo pasó en cuestión de segundos y nadie tuvo tiempo de reaccionar.

David volvió su mirada al frente y, al parecer le dijo algo al policía que lo escoltaba, éste lo miró y en seguida David le lanzó un cabezazo tan fuerte que la sangre comenzó a fluir por la frente del policía que se desplomó torpemente. Damián y Romina dieron grito de alerta a los demás policías que examinaban la precaria cabaña. Éstos dejaron lo que hacían para salir, pero ya era tarde.

El asesino se agachó y tomó el arma del oficial herido. Luego, llevó sus brazos hacia uno de los lados, permitiéndose apuntar hacia el frente con escasa precisión.

Para ese momento, todos los policías estaban agolpados en el porche de la cabaña con sus armas levantadas contra David, quien a su vez apuntaba al uniformado que yacía a sus pies.

Mis piernas temblaban como gelatina; Damián se dio cuenta de ello y pasó su brazo por debajo del mío dándome apoyo. El dolor de mi tobillo era cada vez peor y sentí que podría caerme en cualquier instante.

—¡Las llaves! ¡Quiero las malditas llaves de las esposas! —gritaba con furia David sin dejar de apuntar al policía.

—Baja el arma y te entregamos las llaves —negoció uno de los policías, que supuse era el jefe del escuadrón en el momento.

—¡Dije las llaves! O este estúpido muere —enfatizó las palabras con un brusco movimiento del arma—. Arrojen esas malditas cosas o disparo. —Lanzó una fugaz mirada al herido.

Todos estaban nerviosos, nadie se atrevía a hacer el menor movimiento. Cuando se suponía que el horror ya había terminado, la situación acababa de dar otro maldito giro sin sentido.

—¡Qué bajen las malditas armas dije! —volvió a gritar David.

Mi corazón palpitaba fuertemente.

El líder, resignado, hizo señas al resto para que bajaran sus armas y luego habló.

—Está bien. Avanzaré hacia ti y te quitaré las esposas, pero no hagas algo estúpido. Recuerda que tras de mí hay otros policías con órdenes explicitas de disparar ante cualquier movimiento sospechoso.

—Lanza las llaves, veré yo como me quito esto.

—Está bien. Atrápalas. —Le lanzó las llaves y estas viajaron como arco hasta caer a solo centímetro de los pies de David que, sin apartar la mirada de los policías que lo apuntaban, las tomó y, segundos después, se liberó. Tomó al oficial herido del suelo y lo metió dentro del vehículo a modo de rehén.

El criminal se apresuró a encender el patrullero que comenzaba a moverse para huir del sitio.

Enfadado, el jefe del escuadrón disparó contra la camioneta. Las luces traseras se iluminaron, señal de que David había frenado. Enfurecido, y para evitar que le persiguieran, se asomó por la ventana momentáneamente y comenzó a disparar como loco hasta que pareció vaciar toda su carga.

Las balas fluyeron como fuegos artificiales buscando un sitio donde estallar. Algunas golpearon el muro, otras tantas se perdieron entre los árboles.

Todos buscamos refugio. Algunos policías se lanzaron al suelo, Damián me jaló bruscamente para ponerme a salvo dentro de la cabaña mientras afuera las detonaciones parecían no parar.

Romina, por su parte, intentó correr hacia nosotros, pero dos disparos, como gemelos, impactaron en su pierna derecha haciéndola caer antes que lograra atravesar umbral de la puerta. Desesperada extendí mi mano para tomar la de ella y acercarla a donde estábamos, arrastrándola al interior.

Damián me hizo a un lado. Él era más fuerte que yo y logró mover a nuestra amiga con gran facilidad. Una vez dentro, noté que la camisa de la chica también estaba roja por una bala que apenas rozó su cintura.

Silencio.

Y luego el sonido de neumáticos alejándose a gran velocidad, montaña abajo.

Saldo: Dos jóvenes asesinados, tres oficiales muertos y uno secuestrado.

¿Cuántas personas murieron en menos de una hora? Deseaba despertar de la pesadilla. Anhelaba poder aferrarme a la idea de que la totalidad de la tarde fue mero sueño.

—¡Romina!— Grité, abrazándola.

Ella no contestó, se encontraba demasiado ocupada intentando respirar.

—¡Ayuda! ¡Mi amiga está herida!

Damián me abrazó pero nada podría consolarme. Comencé a llorar, desesperada.

—Luna, calma por favor. Ella está viva. Se pondrá bien.

Escuché la sirena de una ambulancia a lo lejos y un gran alivió se apoderó de mí.

Ya no podía más. Mi cuerpo alcanzó el límite y perdí el conocimiento.

Sabía que los días serían una pesadilla de la que nunca podría despertar y que, a partir de ese momento, solo hallaría el refugio de la sonrisa de Gael en mis sueños. Supe que cada despertar me recordaría las pérdidas y desearía refugiarme en la seguridad de mis recuerdos.

Adiós Jess, sé que soy culpable por no haber detenido a David a tiempo.

Adiós Gael, no merezco la oportunidad de vivir que me diste, pero prometo tenerte siempre en mi corazón. Te amo, no como tú lo hacías. Pero es cierto, te amo Gael y jamás me perdonaré por haberte permitido entregarme tu futuro.

Adiós.


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Y con esto ha terminado la novela. Solo nos queda el epílogo que lo subiremos este viernes. Y quizás una pequeña nota de los autores para la próxima semana.

Esperamos que hayan disfrutado de la historia.

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