Resguardada

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En mi camino a la universidad, iba dándole vuelta al día anterior. Romina no había podido venir a buscarme por lo que tomé el bus en la parada que estaba cerca de mi casa. Durante el trayecto, garabateé rayas en mi pequeña libreta de bolsillo para desahogarme e intentar relajar mis nervios.

Ahogué un grito al bajar frente a la universidad, cuando vi a Damián esperándome. Tragué saliva y caminé con prisa como si no lo hubiera visto.

Mi aspecto no era nada bonito. Llevaba el cabello enredado ya que no había oído la alarma que se suponía debía despertarme con tiempo suficiente como para bañarme. A pesar de tenerlo recogido en una cola de caballo, me era imposible disimular la maraña. Además, enormes ojeras decoraban el borde inferior de mis ojos rojos por la falta de sueño. Ni siquiera la ropa me combinaba. En el apuro, solo había logrado colocarme una falda azul y una camisa naranja con zapatos grises de tacón bajo. Si me hubiese maquillado, me vería como un tétrico payaso de circo —de esos que dan miedo pues sabes que en realidad no sonríen debajo de la pintura.

Al pasar por la entrada pude sentir la mirada penetrante de Damián clavándose en mi espalda mientras Gael llegaba y me rodeaba con sus brazos.

—Luna, te ves agotada.

Suspiré y lo miré con tristeza.

—Lo estoy —susurré sin fuerza alguna y me apoyé de él, dejando que mi cabeza descansara sobre su hombro—, estoy muy cansada.

Gael me besó en la coronilla.

—No me gusta verte así, desearía ver una enorme sonrisa en ese lindo rostro tuyo y algo de brillo en esos bonitos ojos que tienes.

Me ruboricé recordando las palabras de Romina ¿Gael realmente sentiría algo por mí?

—No siempre puedo sonreír ¿o acaso tengo cara de payaso? —hice una pausa y rápidamente evité pasar vergüenza —, no contestes a esa pregunta, no es necesario— agregué con sarcasmo.

Gael sonrió y yo, levemente sonrojada, aparté la mirada hacía un costado. Mis ojos se cruzaron entonces con los de Damián, que me observaba como un halcón a su presa. El halcón más sensual del universo con su chaqueta de cuero y los pantalones medianamente ajustados.

Repentinamente, recordé la nota y me estremecí.

—¿Puedo hacer algo por ti? —Gael pareció notar mi frustración—. Puedes contarme lo que sea.

Me mordí el labio y, algo nerviosa, dije— ¿Puedes acompañarme a mi primera clase?—Lancé una mirada hacia el pasillo pero Damián ya no estaba allí—, es que me siento mal.

—Claro. —Rodeó mi hombro con un brazo y yo, inconscientemente, me acerqué a él lo más que pude. Deseaba sentirme a salvo.

Gael me miró con detenimiento.

—Luna, algo te está pasando —vi preocupación en sus ojos.

—Estoy bien —mentí.

Sonrió con tristeza y eso me hizo saber que no creía en mis palabras.

—¿Que ocultas, Luna? —insistió. El chico acercó su rostro al mío, inspeccionándome.

Le sostuve la mirada tanto como pude.

—Nada. Deja de ver cosas donde no las hay. —Lo miré severamente. Intenté sonreírle, pero sé que debía parecer más una mueca de perro mojado por la lluvia.

—No estoy viendo cosas donde no las hay, estoy viendo con mucha claridad a una persona especial para mí que está sufriendo por algo que no me quiere contar.

Leyendo al asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora