Observados

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¿Qué le pasaba? Estaba actuando muy raro, noté como su frente deslumbraba por el brillo perlado del sudor mientras su pecho se batía incesantemente bajo la camisa empapada que tenia pegada a la piel.

Se encontraba realmente agitado, pero intentaba disimularlo.

—¿Qué ocurrió? —pregunté.

—Estaba... —Una respiración más profunda que las demás apareció haciéndolo callar. Tomó aire, como si se hubiera asfixiado con las palabras que iba a decir. Luego, continuó—, estaba preocupado porque pensé que alguien se había colado en la cabaña, pero seguramente fue simplemente algún perro callejero.

—Pero si no te robaron nada ¿por qué te preocupas? ¿O sí te falta algo?

—No noté nada, pero puede que hayan hurtado algo y no me dé cuenta.. —Se sentó nuevamente a mi lado.

Instintivamente, puse mi brazo alrededor de sus hombros y me quedé callada. No parecía estar mintiendo, por lo que di credibilidad a sus palabras. Solo asentí en silencio y al parecer eso lo calmó un poco.

Teniéndolo tan cerca, noté algo extraño en su rostro.

—¿Y ahí qué te pasó? —Señalé su nariz. Mientras me hablaba, no había lo notado, pero asomaba un hilo de sangre oscura, apenas perceptible, rodeada por una aureola morada, como si lo hubiesen golpeado.

Rápidamente me distraje admirando sus labios carnosos, como para morder.

Él seguía callado, perdido, buscando sus palabras en una sopa de letras para expertos.

—¿Dónde? —respondió finalmente, luego de varios minutos.

Mentía. Damián sabía exactamente a qué me refería.

—Ahí, en tu nariz —Señalé nuevamente.

Apretó el puño izquierdo, reprimiendo su rabia, mientras qué con los dedos índices y medio juntos de la otra mano, se tocó, sobándose la herida.

—¡Ah! Esto es de una caída que me di hace rato, mientras caminaba. No quería que te dieras cuenta. Sería muy tonto saberlo ¿Te imaginas pensar que alguien tan bien entrenado como yo pudiese tropezarse con una rama?

—De paso me lo querías ocultar —fingí una mueca de rabia y añadí— ¿Te caíste? ¿No estás muy grande como para que te pase algo así? —solté una suave risa.

Damián sonrió.

—Fue un mal tropiezo. Estaba apurado por regresar contigo.

—Sí, ya me di cuenta.

—Es hora de irnos —dijo de un momento a otro, cortando totalmente la conversación. A pesar que desde que había llegado quería irme inmediatamente, en ese momento en que un arraigado sentimiento creció en mi interior, quitándome completamente las ganas de partir.

—Pero si acabamos de salir del lago. Estoy adolorida y cansada. Necesito descansar. Deberíamos quedarnos acá. —Me sorprendí al escuchar mis propias excusas. Le estaba rogando al asesino que me permitiera quedarme a su lado.

De pronto su mirada se lanzó como fiera desatada con furia hacia la ventana de la habitación. Por instinto, miré hacia donde apuntaron sus ojos pero no noté nada. Solo árboles gigantescos, anclados en la tierra cubierta por hojas secas.

Miré a mi captor una vez más. Le vi intenciones de moverse, su pecho que ya estaba tranquilo comenzó a agitarse.

—¿Damián, qué te pasa? Estás actuando extraño —inquirí.

Leyendo al asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora