Ya habían transcurrido un par de días desde nuestro encuentro en la vieja casona abandonada y, desde ese momento, todo se había calmado. La historia de David parecía un recuerdo lejano, una vieja pintura mural desvaneciéndose por el paso del tiempo. Erosionándose.
Me costaba enormemente ser cuidadosa, observar con atención lo que me rodeaba. La vida había retomado su ritmo usual. O eso quise creer. Sabía que la ilusión se desvanecería tarde o temprano.
Miré la pizarra, pensando en lo extraño que se sentía todo aquello de volver a la rutina. Damián pretendía no conocerme y apenas si me saludaba al llegar al salón o marcharse. Si no fuese porque recordaba vagamente que eso era parte del plan, seguramente estaría llorando en mi cuarto creyendo que el chico de mis sueños me ignoraba. Era duro el no sonreírle, no poder tomar su mano o besarlo en los pasillos. Y, por su aparente apatía hacia el resto del mundo, calculo que también habrá sido difícil para él.
Me estaba quedando dormida sobre el pupitre y no cesaba de mirar el reloj que colgaba sobre la pizarra. Anhelaba regresar a casa y prepararme una buena taza de café para acomodarme en el sillón y mirar televisión hasta la hora de la cena. Sin embargo, eso no pasaría.
Había prometido a Romi y Gael que nos encontraríamos en la entrada de la universidad para ir al cine a ver no sé qué película de terror que acababan de poner en la cartelera.
Pero al salir de la clase y dirigirme al punto acordado, ellos no estaban allí. Supuse que llegarían pronto. Cada segundo que pasaba mis ojos se cerraban más y más. Quizá podría correr a comprar una soda antes que llegaran. Beber algo refrescante siempre me ayudaba a despabilarme.
Atravesé la entrada de la universidad y corrí al pequeño negocio de la cuadra siguiente. Crucé la calle y allí fue cuando la ilusión pereció. Alguien me estaba siguiendo.
Seguí caminando, apresurando el paso, hasta que en un momento se me ocurrió voltear. Maldita curiosidad la mía que pensó que, tal vez, era Gael intentando alcanzarme para que yo no fuera sola.
En el instante que me detuve, fui sujetada fuertemente por el cabello y arrastrada, sin piedad, hacia una camioneta blanca. Cuando vi el rostro de mi secuestrador, me quedé estupefacta. Damián.
Eso no era parte del plan.
Entré en pánico.
¿Qué está pasando? Me pregunté. Intenté voltear mi rostro y, por un segundo, creí ver lágrimas asomando por los ojos de mi captor.
Abrí la boca para gritar, pero las palabras se ahogaron en mi garganta. Entonces, traté de soltarme aunque supe desde un comienzo que Damián era más fuerte que yo.
Sin decir nada, el chico me empujó dentro del vehículo y cerró la puerta. Por la ventana logré divisar a mis amigos que corrían hacia nosotros.
El motor rugió con fuerza y me golpeé la cabeza contra una de las paredes internas de la pequeña prisión debido al repentino arranque. El vehículo aceleró y comenzó a alejarse de la universidad.
¿A dónde vamos?
—Damián — lo llamé en un dolido susurro.
—Callate Luna —contestó.
En mi cabeza, una macabra idea tomó forma.
¿Y si...? No. Detuve ese pensamiento, él no sería capaz de mentirme para ganarse mi confianza para poder... ¿Matarme? Tragué saliva. ¿No sería capaz, cierto?
Las dudas me asaltaron sin compasión. Dejé de confiar en Damián y en cualquier otra persona. Si quería salvarme, dependía únicamente de mí misma.
—¡Oye! —grité, sabiendo que él reconocía el miedo y la confusión que se apoderaban de mí—. ¡Damián! ¿Qué está pasando? ¿Qué estás haciendo? ¿Cambió el plan?
Necesitaba oír su voz. Anhelaba poder aferrarme al delgado hilo de esperanza que surcaba mi alma.
—¡Cállate! —contestó en tono decidido. Frío.
Un escalofrió recorrió mi espalda al tiempo que mis ojos se llenaban de lágrimas y mi corazón se estrujaba con fuerza. Aquel joven había estado jugando conmigo todo el tiempo. Yo fui sido una presa estúpida que cayó en la trampa de su cazador. Un simple peón en el tablero de ajedrez.
Lloré en silencio, intentando no delatar mi dolor, mi desasosiego. Realmente me había enamorado de Damián y su traición era amarga y ácida. Un veneno.
—Detente —supliqué con la voz temblorosa.
—¡Cierra la maldita boca! —espetó desde adelante.
Me asomé por el cristal de la camioneta intentado acomodar mis pensamientos. Estábamos alejándonos de la carretera principal e internándonos en un camino de montaña. El paisaje era similar al de la vieja cabaña en la que habíamos estado poco tiempo atrás. Seguramente David estaría allí, esperándonos. Si es que David realmente existía.
Voy a morir. Lo siento, Gael, te decepcioné. Romi, siempre tuviste razón. Escribí un testamento mental.
Mis amigos. Quizá llamaran a la policía. Tenía que poner toda mi esperanza en aquello.
—¿Qué hice para que me trates así? —susurré temerosa.
—Cállate de una vez —gritó, evitando responder mi pregunta.
—Pero...
—¿De qué te sirve saber la verdad? La curiosidad mató al gato. El maldito felino se convirtió en un cadáver sabio y tú terminarás igual.
—Te odio —dije en voz baja, aunque sabía que era una vil mentira, lo amaba tanto que me dolía incluso el pensar que pudiesen arréstalo.
Me acurruqué en una esquina y abracé mis rodillas en silencio.
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¡Sorpresa!
Es un capítulo corto, pero de los más importantes. Preferimos cortar la escena en este punto para no darles demasiada información junta. Espero que no se enfaden. Quedan solo 4 o 5 capítulos más, ¿están ansiosos?Les pedimos que si a lo largo de la historia han encontrado algún error de tipeo o de ortografía, que nos lo hagan saber para poder mejorar la calidad del texto.Saludos.
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Leyendo al asesino
Mystery / ThrillerLuna siempre fue una joven curiosa, hasta la noche en que se le vino el alma a los pies cuando su entrometimiento se topó con un libro bastante peculiar, el diario de un asesino cuyo contenido narraba las más morbosas escenas que la chica hubiese le...