Histérica

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Instintivamente tomé la mano de Romina y comencé a caminar, alejándonos de allí. Mi corazón latía con fuerza y respiraba con dificultad. Poco a poco me sentía desfallecer y a cada paso mis piernas trastabillaban con mayor frecuencia.

—Así que el nuevo te atrae, ¿eh?

—Cállate, no me interesa. Ya te lo dije, Romina —gruñí, de bastante mal humor como para seguirle corriente.

Nos detuvimos frente a mi casillero, donde apoyé la espalda contra el frío metal.

—¿No te interesa? —se burló—. Pues, no te creo; mira como te pones cuando lo tienes cerca.

—No. ¿No sabes que significa "no"? —La fulminé con la mirada una vez más y agregué—. Solo cállate Romina, no te metas en esto.

Golpeé los casilleros con el puño y me mordí el labio, arrepentida por la forma en que acababa de tratar a mi mejor amiga.

—Lo siento —susurré—, estoy realmente nerviosa.

Romi asintió en silencio y continuó caminando hacia nuestra siguiente clase, sociología. Gracias a Dios, Damián, no estaba en este salón con nosotras.

La profesora, Abigail Bronce, mejor conocida como "la bruja" debido a su horrible parecido con la villana de Blanca Nieves, entró tras nosotras y se sentó pacíficamente en el escritorio.

Nos observó unos segundos antes de hablar. Tenía la costumbre de escudriñar el rostro de todos sus alumnos con ese deforme par de ojos bizcos excesivamente maquillados.

—Buenos días, clase —su voz de fumadora hacía que el saludo pareciera formar parte de alguna película de terror.

—Buenos días—dijeron algunos. Yo no estaba incluida. Mi mente seguía divagando.

Intenté ordenar las ideas que me atravesaban la mente. Comencé por repasar los hechos claros y precisos.

Primero que nada, una tarde recibí un mensaje misterioso para ir a una fiesta. Allí bailé con un joven que, intencionalmente, rompió mi celular y, en la confusión, deslizó un cuaderno dentro de mi bolso. Aquel libro era nada más y nada menos que el diario de un asesino que firmaba cada entrada con una letra "D". Además, el fin de semana recibí un misterioso ramo de tulipanes (flor conectada con los crímenes redactados en el diario) y un pequeño mensaje del tal D. Finalmente, hoy entró a mi clase un estudiante de intercambio que resultó ser aquel misterioso chico que me invitó a la fiesta y que venía, casualmente, del mismo país que el asesino dueño del diario y cuyo nombre comenzaba con "D". Damián.

Si mis deducciones eran correctas. Damián era el misterioso D, un asesino en serie. Conocía todo sobre mí y me perseguía. Las piezas parecían encajar a la perfección.

Luego, organicé las preguntas principales e hice un planteo de posibles respuestas:

¿Por qué me buscaba a mí? Quizás me parecía a Casandra.

¿Cómo me encontró? Internet. Seguramente de allí sacó gran parte de mis datos.

¿Por qué me dio el diario? Para torturarme. Era un psicópata que jugaba con sus víctimas.

¿Cuándo pensaba matarme? Cuando considerase que ya he sufrido lo suficiente.

¿Qué podía hacer yo al respecto? ...

Definitivamente no serviría de nada acudir ante la policía. Tampoco era capaz de enfrentarlo, de acercarme a él y decirle "Oye, sé que eres un asesino y quieres matarme, por cierto, eres realmente atractivo". Obviamente no podía contarle a nadie; los involucrados podrían correr peligro.

Leyendo al asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora