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Oí el disparo, pero no sentí el golpe. De hecho, no sentí nada. Creí oír la voz de Gael llamándome y pensé que quizá ya habría muerto.

Sin embargo, otro sonido me confirmó lo contrario. Un ruido cercano.

Seguía viva. Lo noté al abrir los ojos y encontrarme con mi mejor amigo acurrucado en el suelo, delante de mí, sosteniéndose el hombro derecho que no cesaba de sangrar.

—¡¿GAEL?! —lo llamé a gritos, abalanzándome sobre él—. ¿Qué demonios crees que estás haciendo, idiota?

El chico seguía consciente y, afortunadamente, la herida parecía no ser fatal. Se volteó y sonrió levemente intentando forzarse a ocultar su dolor.

—Luna, lo siento. —Se inclinó sobre mí y posó sus labios suavemente sobre los míos. Luego, se giró nuevamente, evitando mirarme a los ojos y murmuró—, no sé si recuerdas que hace algún tiempo te dije que daría mi vida por ti.

Tragué saliva. Mis ojos se llenaron de lágrimas, mas las palabras no hallaron el camino indicado para ser pronunciadas. Incapaz de producir sonido alguno, intenté sujetar el brazo de Gael con una mano temblorosa. Deseaba abrazarlo con fuerza. Sin embargo, ya era demasiado tarde. El chico se liberó de mi agarre y corrió, intentando embestir a David.

No funcionó. Gael supo desde un principio que le sería imposible derrotar al asesino y sa pesar de ello, no le importó perderlo todo por protegerme.

Quise cerrar los ojos pero no lo logré. Y jamás olvidaré aquella escena.

Mi amigo se interponía entre David y yo. Frente a mí solo se recortaba la silueta de Gael con su camisa manchada de sangre y el cabello enmarañado. No sabía dónde se encontraba Damián o si siquiera continuaba con vida.

Todo.

Lo estaba perdiendo absolutamente todo, y luego de quedarme sin nada me convertiría en una víctima más.

No lo vi. Lo oí. El aterrador sonido de un disparo justo cuando Gael se encontraba a escasa distancia de David. Una vez más, abrí la boca en vano, sin lograr siquiera gritar su nombre. Intenté levantarme y correr hacia ellos aunque me fue imposible ponerme en pie debido al dolor en mi tobillo.

Me arrastré, sin quitarle la vista de encima a mi mejor amigo. Seguía de pie, o eso creí. Cuando estuve lo suficientemente cerca de ellos, el asesino empujó el cuerpo inerte del joven sobre mí.

Lo atajé y sentí mi corazón detenerse. En mis brazos sostenía el cadáver de la persona que más se hubo preocupado por mí, el cuerpo de aquel cuyo amor lo llevó a entregarlo todo. Gael, mi querido Gael, un hermano sin lazos de sangre y, de no haber conocido a Damián, posiblemente también sería mi novio.

Tenía el pecho empapado en sangre y los ojos abiertos. Por primera vez no sonreía mientras yo le observaba.

—Sonríe —logré susurrar—; no me mires así. Sonríe —rogué—. Vamos, no seas estúpido, deja ya de bromear Gael. Esto no es gracioso. —Lo sacudí levemente—. ¡Gael!

Sabía que era en vano, pero mi corazón no era capaz de aceptar la realidad. El chico amable que llevaba siempre una gran sonrisa en el rostro se había ido para siempre.

Lo abracé con fuerza. Era tarde y lo único que me quedaba era el arrepentimiento por no haberlo detenido, por no morir con él. Sentí su sangre impregnarse a mi ropa, mezclándose con las saladas lágrimas que caían de mis ojos como torrentes.

Lo peor de todo era que ahora nada se interpondría entre el arma de David y mi cuerpo. Aquel sacrificio se convertiría en un gran desperdicio, una pérdida innecesaria. Gael debería haber vivido con la oportunidad de conocer a otra chica y obtener su título universitario.

—Adiós príncipe azul —bromeó el asesino, sonriéndome—. Es una lástima que se haya metido en medio. —David se encogió de hombros y habló nuevamente, aunque en esta ocasión no se dirigía a mí—. ¿Lo ves hermanito? Esta puta no vale la pena. Por mucho que te guste, tenía a otro. Las rameras estas no se conforman con un solo hombre que las ame.

El menor de los hermanos contestó.

—¡Cállate! No te atrevas a hablar mal de Luna.

Mis ojos siguieron el sonido de su voz y una sonrisa esperanzadora se dibujó en mi rostro. Estaba vivo. Damián no había muerto.

Dije su nombre en un susurro y él me observó. Nuestras miradas se cruzaron con la intensidad de una impotente llamarada de fuego. En su rostro se reflejaban ambos ira y miedo.

Deseé con toda mi fuerza poder encontrarme a su lado; sentirme protegida en sus brazos.

—Entonces creo que tendré que forzarte a olvidarla —anunció David, interrumpiendo el intenso encuentro de miradas, destruyendo aquel breve instante de intimidad.

Apuntó el arma a mi cabeza. Una vez más, la cobardía me obligó a cerrar los ojos.

Oí un disparo. Pero no procedía de David, sino de alguien ubicado a mi espalda. No me atreví a observar hasta que una voz masculina rompió el silencio.

—¡Lo tenemos! ¡Hay víctimas!

Pasos. Muchos pasos apresurados y, luego, brazos sobre mis hombros y un tono familiar.

—¡Luna!

Era Romina.

Finalmente me decidí a levantar los párpados para encontrarme de frente con los vidriosos ojos de mi mejor amiga.

—La pesadilla terminó, Luna. Todo va a estar bien.

—Gael —susurré.

La chica me abrazó con fuerza y estalló en llanto.

—Chocamos contra un árbol y llamamos a la policía, pero él no quiso esperar, vino a buscarte —murmuró con dificultad.

Desvié la mirada para apreciar como un grupo de cuatro oficiales apresaba al asesino mientras otros tantos revisaban la escena y a las víctimas; tomando fotografías. Uno de los uniformados ayudó a Damián a ponerse de pie y dirigirse hacia donde nos encontrábamos nosotras.

—Luna —llamó mi nombre—. Luna, preciosa, pensé que iba a perderte—. Se arrodilló junto a mí. Tenía los ojos llenos de lágrimas que se resistían a caer.

Romina, comprendiendo la situación, me soltó para que él pudiese abrazarme.

—Luna, mi Luna. Creí que te había perdido. —Me besó suavemente—. Nunca en mi vida me he sentido tan asustado.

No contesté. El shock era aún muy fuerte y el vacío, inmensamente indescriptible.

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Un capítulo más y luego el epílogo. La historia está por concluir.

Haremos lo posible por terminar de actualizarla durante esta semana.

Leyendo al asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora