Pude notar como todo su cuerpo se crispaba. Nada de lo que estaba leyendo parecía entrar en su razón. ¿Y a quién podría? A nadie. El contenido del diario era realmente morboso.
Por segundos, Romina buscaba en mi mirada alguna explicación de porqué tenía eso entre sus manos. Pero rápidamente volvía la vista hacia las páginas. Recorría las líneas a gran velocidad, saltando las entradas más cortas aunque sabía que cada página contenía alguna terrorífica historia.
Terminó de leer algunos párrafos que yo le había señalado, leyó también páginas al azar y me miró aterrorizada con ojos vidriosos. Yo no sabía qué hacer.
—¿Desde cuándo tienes esto? —dijo alzando el tono de voz y agitando el diario ante mi vista.
—Desde hace un par de semanas —respondí apenada. Sabía que debí habérselo dicho antes, pero ni yo sabía que como explicarle la situación, que estaba envuelta en un problema como posible víctima en la ocupada agenda de un asesino.
—¡Y por qué diablos no me habías dicho! —explotó Romina a los gritos, ya con lágrimas recorriéndole la mejilla.
—Porque hasta yo tenía miedo de contárselo a alguien más. Y no solo eso; además Damián cada vez que se me acerca me dice cosas extrañas —confesé.
—¿Qué tipo de cosas?
—No sé, no sé. Es muy raro todo esto.
—¡Luna! Entiende. Te pregunto esto porque todo lo que me estás mostrando y diciendo ahora puede servir como evidencia y testimonio.
—¿Qué estás pensando? —Me alarmé.
—Esto. —Señaló el diario—, es una gran y perfecta evidencia para lo que se está presentando ahora. Jess, su familia, tú, yo y quién sabe qué otras personas corren peligro. Debemos buscar ayuda en la policía. Es más, creo que tengo una tarjeta con el número de teléfono de la agente policial que estuvo en la universidad. —Se levantó y buscó su mochila. Buscó y rebuscó hasta que encontró un pequeño cartón amarillo con letras negras donde se leía:
Agente Magrenda López
5739425Mi mejor amiga sacó su teléfono de un cajón y comenzó a marcar número por número.
—La mujer me dijo que no era necesario ningún prefijo. Era una línea privada —comentó; no apartaba la mirada de su celular.
Yo comencé a desesperar. Quería decirle que no lo hiciera. Pensé en Damián, aquel asesino que me tenía loca de atar. Yo no quería que él fuera preso, pero tampoco que todos los crímenes quedaran impunes. Vi a Romina presionar algunas teclas con sus dedos temblando de miedo y, luego, escuché cada uno de los repiques del llamado.
—¿Alo? —dijo una voz masculina, o quizás femenina en fondo. Era un timbre extraño.
Instintivamente golpeé el celular, éste bailó entre las manos de Romina hasta caer dentro de un zapato que descansaba junto a la cama.
—¡¿Qué se supone que haces?! —exigió mi mejor amiga.
—Nada. —Me lancé al suelo de rodillas, buscando el teléfono.
—¿Alo, quién habla? —volvió a decir la voz desde el zapato.
Al momento que Romina intentó alcanzar el calzado, yo ya lo tenía en mis manos, lo giré y el móvil cayó frente a mí. Sin pensarlo colgué.
—¡Luna! ¿No me digas que quieres ayudar a Damián y ocultar sus crímenes?
—Yo... —era incapaz de encontrar palabras para defenderme. Romina había dado exactamente en mi punto débil—. No. No es eso. Por favor vuelve a abrir el diario —indiqué. Ella tomó el libro entre sus manos.
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Leyendo al asesino
Mystery / ThrillerLuna siempre fue una joven curiosa, hasta la noche en que se le vino el alma a los pies cuando su entrometimiento se topó con un libro bastante peculiar, el diario de un asesino cuyo contenido narraba las más morbosas escenas que la chica hubiese le...