Frenética

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—¿Quién era? —Romina entró a la cocina con el celular en la mano.

—Un regalo para mi madre —mentí—, se lo envían del trabajo porque acaba de cumplir diez años en la empresa.

Era creíble ¿No? Mi progenitora ocupaba un cargo relativamente alto entre el personal administrativo de una compañía de telefonía.

—Es raro ver tulipanes en esta época del año. —Mi amiga se encogió de hombros justo cuando su celular comenzó a sonar—. ¡Es la alarma! Se nos hará tarde si no nos apresuramos.

Asentí y la seguí en silencio, preocupada por la nota escondida entre las flores. D sabía demasiado. Mi número telefónico, el nombre de mi mejor amiga e, incluso, la dirección de mi hogar. Era posible que me vigilara, o aún peor, que estuviese siguiéndonos en ese preciso instante.

El punto de encuentro con Gael quedaba a menos de un kilómetro de allí; se trataba de un pequeño parque ubicado a mitad de camino entre su casa y la mía. En general, disfrutaba mucho con aquel paseo, observando los detalles de varias edificaciones antiguas que siempre llamaban mi atención. Siempre, excepto esa tarde. Me resultaba imposible el dejar de voltearme cada varios pasos para asegurarme que nadie nos seguía y se me erizaba el cabello cuando algún vehículo se detenía cerca de nosotras.

Paranoia.

Romi notaba mi miedo, pero asumía que se trataba de un efecto causado por el shock de la fiesta.

—Todo está bien —repitió varias veces.

Nunca contesté. Es más, no recuerdo demasiado de lo que sucedió aquella tarde. Mi cuerpo se movía por si solo mientras el cerebro me atormentaba con dudas y temores.

Si la memoria no me falla del todo, cuando llegamos al parque, Gael estaba esperándonos. Me regaló un paquete lleno de dulces para levantarme el ánimo y luego caminamos hasta la heladería. Ni siquiera sé qué sabor pedí. Es más, me parece que lo escogió Romi por mí.

La cuestión es qué en poco más de dos horas, ya habíamos regresado a casa y la cabeza me dolía como nunca antes lo había hecho; además tenía los ojos rojos por la falta de sueño. Posiblemente me viera como un zombi. No me atreví a consultar el espejo, preferí encaminarme directamente a mi habitación.

Allí, cerré la puerta con pestillo y apagué la luz. Luego, encendí una pequeña linterna que utilizaba para leer a escondidas cuando mis padres me obligaban a dormir temprano y, bajo la tenue luz, me coloqué el pijama negro.

No me atreví a cerrar la ventana ya que la iluminación exterior apaciguaba mis nervios, proporcionándome un poco de seguridad. Finalmente, tomé el diario y me recosté.

—Esto es entre tú y yo —susurré al libro—, tenemos una cita importante esta noche. Necesito que me digas quién es el misterioso D.

Lo abrí, impaciente y comencé a pasar las páginas, quedándome dormida poco antes de encontrar la anotación que me correspondía leer.

El cansancio me venció y tuvimos que posponer nuestro encuentro íntimo. Me vi obligada a cancelar la cita con el pasado de un asesino.

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Expericencia con la novela #3 - Deisy

Yo fui una de las creadoras de Leyendo al asesino, yo estuve desde su comienzo. La historia no había sido terminada cuando los demás escritores la abandonaron, por lo que cuando Nathalia y Jorge decidieron retomar el proyecto, con gusto me uní a ellos.

Era un reto para mí porque nunca había escrito nada de ese estilo, mi fuerte es el romance. Yo soy de esas escritoras que usan muchas palabras extranjeras como "Camisetas" "Vaqueros "Instituto" "Autobús" "Tennis" aunque en mi país no las usen, y traté de no usar palabras de mi país (Venezuela) como "Na'guara" "Sie carajo" "Nojombre" "Va sie" y ser neutral, pero donde sí me costó fue en la narrativa porque todos escribimos totalmente diferente.

Nos divertimos un montón terminando este proyecto. Jamás había escrito en colaboración con nadie, y la verdad, me encantó trabajar con Nathalia y Jorge.

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Leyendo al asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora