Los días pasaron con la velocidad de una rápida ventisca otoñal. Habían transcurrido ya varias semanas desde muerte de Jess y Gael, pero el vacío en mi corazón seguía creciendo conforme avanzaban las agujas del reloj; se trataba de una herida abierta que no cicatrizaría jamás, una herida dolorosa que me recordaba constantemente todo lo que había perdido. Cada vez que pensaba en ello, era como si acabase de suceder tan solo unos minutos atrás.
Me pregunté varias veces si algún día lograría superarlo. Sin embargo, la respuesta era obvia. No.
Romina, mi mejor amiga, a quién yo intenté desesperadamente mantener fuera del asunto desde un comienzo, había quedado inválida y los médicos no sabían cuándo podría volver a caminar. La rehabilitación de su pierna podría tardar meses o años. El verla en aquella deprimente y minimalista sala de hospital, sentada en una silla de ruedas, me recordaba constantemente la imprudencia de mis actos. Mis descuidos y errores.
Yo los había matado. Nada habría ocurrido si mi maldita curiosidad se hubiese mantenido al margen.
La culpa derivó en responsabilidad. Decidí hacerme cargo de mi mejor amiga hasta que la dieran de alta. Pasaba casi todas las noches en el hospital, sin poder dormir. Solíamos hablar de nuestra infancia, recordando a Gael y su tierna sonrisa. Esa que jamás volveríamos a ver. Observábamos fotos viejas de cuando aún éramos niños y nos contábamos anécdotas diversas como el día en que nuestro amigo le confesó a Romina sus sentimientos por mí, pidiéndole consejo; o sobre aquel beso que nos dimos frente a mi hogar. A pesar de ser difícil, nos prometimos no llorar y recordar a Gael con una sonrisa, de la forma que él hubiese deseado.
Cuando cerraba los ojos, creía oír su voz citando frases de películas o libros y sus quejas sobre mi comida, siempre quemada. En el oscuro refugio de mis párpados, pintaba su rostro alegre con detalladas pinceladas.
Siempre lo extrañaré.
Cuando me encontraba a solas en casa, me movía cual robot. Un ser artificial carente de sentimientos u emoción.
Damián era el único que me hacía mantener los pies sobre la tierra y evitaba que yo intentará cometer alguna estupidez. Sabía que él deseaba verme sonreír como en el pasado, mas eso no sucedería por un tiempo.
Además, puedo ver la culpa reflejada en sus ojos. El chico cree que todo ocurrió por su idea de entregarme el diario. Quizá tenga razón, pero temo que probablemente mi curiosidad me hubiese involucrado de todas formas al preocuparme por Jess.
—Luna.
Romina me trajo de vuelta a la realidad.
—Yo sabía que Gael te amaba —suspiró—; debí haberlo convencido de confesártelo antes. Así podrían haber pasado más tiempo juntos. —Se mordió el labio—. Durante sus últimos días, no paraba de hablar de lo mágico que había sido besarte y cuánto deseaba que aceptaras sus sentimientos.
Sus últimos días. Repetí en mi mente y recordé aquella sonrisa final antes de abalanzarse contra el asesino. Por mi culpa, Gael no terminará sus estudios ni formará una familia. Mi culpa.
—Él realmente te amaba —agregó Romina—, con todo su corazón.
Sus palabras detonaron la congoja que intentaba sepultar en lo más profundo de mi alma y un imparable torrente de lágrimas afloró. Lloré hasta que mis ojos ardieron, hasta que me quedé sin fuerzas para continuar con el llanto.
Romina también lloró, sin dejar de mirarme con sus grandes ojos, murmurando inútilmente nuestra promesa de sonreír por Gael.
Aunque ya no importara, expliqué a Romina algunos detalles de lo ocurrido. El motivo de la conversación entre Damián y Jess, parte del plan que habíamos ideado en la casona abandonada y muchos otros hechos que había intentado ocultarle por su seguridad.
La mirada de mi mejor amiga se desvió repentinamente hacia el umbral. Mis ojos persiguieron el foco y se cruzaron con Damián que tenía la espalda apoyada contra la pared y su brazo aún enyesado.
Sonreí levemente a mi novio.
Sí, mi novio. A pesar de lo ocurrido, había encontrado el momento indicado para pedirme que oficialicemos nuestra relación. Al principio dudé, pero en el fondo sabía que tarde o temprano nos convertiríamos en pareja.
Damián se acercó lentamente, tomó mi barbilla con una mano y robó un dulce beso, intentando no incomodar a Romina.
—No llores, linda —me susurró.
Asentí.
Mi chico se alejó un poco para poder entregar a Romi un pequeño ramo de flores.
—Gracias —murmuro ella en voz baja, levemente sonrojada—; me apena haber sospechado de ti. Si no hubiera sido por tu estrafalario plan, David seguiría matando en el anonimato. Ahora, al menos, está siendo buscado por la policía de más de un país.
Damián tragó saliva.
—Habla —pedí. Podía ver que ocultaba algo.
—Encontraron el cuerpo del policía que David tomo como rehén —hizo una pausa—, descuartizado.
Me cubrí la boca con ambas manos por las náuseas.
Afortunadamente, una enfermera entró, obligándonos a cambiar de tema.
—El horario de visitas termina en cinco minutos.
Esa sería la última noche de Romina en el hospital. Sus padres irían luego de cenar para quedarse hasta la mañana siguiente.
A pesar de no querer marcharme, besé la frente de mi mejor amiga y prometí visitarla en su hogar en los próximos días.
—Nos vemos, Romina —se despidió Damián cortésmente.
El chico tomó mi mano y salimos juntos de allí. Nos dirigimos al estacionamiento y subimos a su nuevo vehículo rojo. Antes de arrancar, posó su mano sobre mi regazo intentando transmitirme que todo estaría bien, que pronto atraparían a su hermano.
El viaje transcurrió en silencio. Muchas cosas estaban ocurriendo en nuestras vidas. La madre de Damián se mudaría pronto a la ciudad; vivirían juntos nuevamente, intentando recomponer, aunque fuese en parte, su propia familia. Mi madre, por su parte, estaba tan asustada que no me permitía ir sola a ningún lado. Y en el instituto todos empezaron a notarme, me tenían lástima o tal vez me culpaban por lo ocurrido. No estoy segura, pero las miradas que se posaban en mi nuca cuando atravesaba los pasillos eran insoportables, un peso con el que debía cargar.
Una vez en la puerta de mi casa, Damián me entregó un pequeño paquete. Quise preguntarle por el contenido, pero él ahogó mis palabras con un profundo beso, entrelazando sus dedos en mi enmarañado cabello. Correspondí con ansias, llevaba casi un mes sin haberlo besado en serio, con aquella pasión que tanto disfrutaba. Finalmente, un beso salvaje y descontrolado que duró casi una hora.
—Nos vemos, amor —susurró al separarnos. Luego, besó mi nariz con ternura—. Te amo.
Sonreí, bajando del auto.
—Yo también. Mucho.
Entré a mi hogar y lo observé marcharse por la avenida desde la ventana de mi habitación. Decidí darme una ducha veloz antes de abrir el misterioso regalo. El agua tibia me ayudó a relajarme y alivió el ardor de mis ojos.
Finalmente, ya con el pijama puesto y una toalla envolviéndome el cabello, me senté en la cama y tomé el paquete en mis manos. Comencé a desenvolverlo cuando la cajita vibró.
Era un nuevo celular.
De: Número desconocido
Enviado a las 9:57pm.TE AMO
-Tu novio-
P.D. Agenda mi número.
FIN
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Y con esto culmina la historia de Luna. Esperamos que les haya gustado.
La semana que viene subiremos un pequeño agradecimiento explicativo en el que les contaremos qué sucederá con la novela, cómo contactarse con los 3 autores por separado, etc.
Si se quedaron con ganas de decir algo, este es el momento indicado para dejar un comentario.
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Leyendo al asesino
Mystery / ThrillerLuna siempre fue una joven curiosa, hasta la noche en que se le vino el alma a los pies cuando su entrometimiento se topó con un libro bastante peculiar, el diario de un asesino cuyo contenido narraba las más morbosas escenas que la chica hubiese le...