Whisky

4.1K 505 110
                                    

Había perdido la noción del tiempo cuando sentí la camioneta detenerse. Supuse que habríamos llegado al fatal destino y me mordí el labio inferior con fuerza hasta casi hacerlo sangrar.

Temerosa, alcé la vista hacia el frente del vehículo. Damián me devolvió la mirada a través del retrovisor. Una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Tu amiguita y ese idiota que te besó nos están siguiendo —comentó en tono mordaz.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

—No les hagas daño —rogué, aterrada.

El chico chasqueó la lengua antes de contestarme.

—Lo siento preciosa, pero eso no es posible.—Noté un dejo de malicia en su voz—. No puedo permitir que nos alcancen.

Mis ojos se llenaron de lágrimas una vez más.

—Por favor —insistí. Mis palabras se ahogaban en el llanto y la desesperación—. Damián, si me aprecias tan solo un poco, déjalos en paz —supliqué.

Él simplemente rió mientras abría la ventana junto a su asiento. Tomó el volante con una sola mano al tiempo que con la otra sacaba un arma de la guantera y la apuntaba hacia atrás, en dirección al auto de mis amigos que intentaba pasarnos y bloquear el camino de la camioneta.

—¡DETENTE! —grité, arremetiendo contra la ventana trasera del vehículo, intentando desesperadamente observar lo que ocurría. Estaba convencida que aquel revólver era real.

Un disparo. Otro. Y otro. Tres en total, y yo, incapaz de divisar el vehículo que transportaba a mis amigos.

Torpemente, quise abalanzarme sobre Damián, pero él fue más veloz y sacudió la camioneta para hacerme perder el equilibrio.

—¡Ya basta! —me ordenó— Quédate quieta y callada.

Entonces mi corazón se detuvo al oír un sonido estruendoso. Un fuerte choque.

Tragué saliva y sentí un sabor tan amargo y ardiente como el más fuerte whisky descendiendo por la garganta. Gotas de transpiración helada recorrieron mi rostro, confundiéndose con las lágrimas que brotaban de mis ojos.

Intenté hablar, pero mis cuerdas vocales se enredaron dejando escapar únicamente un agudo grito ahogado.

—Es su culpa —murmuró Damián, cerrando nuevamente la ventana—; no puedes culparme por ello. Yo les disparé a las llantas para que se detuvieran y ellos insistieron hasta perder el control. —Se encogió de hombros—; da igual, nunca me agradó ese tal Gael. Aunque lamento si le ha ocurrido algo a tu mejor amiga.

Grité. De alguna forma encontré suficiente fuerza interior para comenzar a aullar sin parar. Grité, grité y seguí gritando una y otra vez; perdiendo el control, incapaz de detener las desbordantes y confusas emociones que inundaban mi corazón.

Luego de casi un minuto, me quedé sin aire y volví a abalanzarme sobre Damián, con tal velocidad que no logró detenerme. Le mordí el hombro con fuerza cual lobo a su presa, pero él rápidamente me empujó de vuelta al fondo del vehículo.

—Si sigues comportándote así, te voy a atar —me advirtió Damián con un gruñido.

—Quizá deberías hacerlo antes que te muerda un ojo y te lo arranque de ese lindo rostro tuyo —contesté.

Nunca en mi vida había sentido tanta impotencia. La adrenalina recorría mis venas, expandiéndose como veneno.

Entonces, la camioneta arrancó nuevamente. Mi mente se puso en blanco por un momento para luego dibujar los rostros de Romina y Gael.

Leyendo al asesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora