Tragué saliva. Aún mantenía la mirada fija en el diario. Cada vez que terminaba de leer un fragmento, mi corazón latía con tanta fuerza que parecía que había estado corriendo algún maratón.
Las palabras de D me aterraban, aunque la maldita curiosidad era insaciable. Quería parar, pero no podía detenerme; era como si me llamara para que continuara leyendo. Recién estaba pasando las primeras páginas que eran totalmente inescrupulosas y, estaba segura que me encontraría con cosas peores a medida que avanzara.
Basta. Me dije. No quería retrasarme y soportar un interrogatorio de Romina.
Resignada, abrí el armario para cambiarme. Observé unos segundos mis prendas. No tenía demasiadas, pero siempre me costaba escoger un atuendo. Finalmente, luego de revisar la mitad de lo que allí había, me decidí por vaqueros oscuros, una muy cómoda camiseta rosa, una chaqueta de cuero oscura y botines de tacón color negro, ni muy altos ni muy bajos.
Observé mi imagen ante el espejo de cuerpo completo que colgaba en la cara interna de la puerta del closet. Mis ojos azules no tenían el brillo habitual, el cabello negro azabache apenas llegaba a la mitad de mi espalda y contrastaba enormemente con la palidez de mi piel.
Mi cabeza todavía le daba vueltas a lo que acababa de leer y, de entre todas las preguntas que surgían, una en especial se repetía incansable en mi mente ¿Cómo se llamaría? ¿David, Daniel, Darío?
Distraída, ingresé al baño y cepillé mi cabello con delicadeza, desarmando los horrendos nudos que se formaban luego de cada ducha. Terminé varios minutos más tarde y decidí dejarlo suelto; así se veía mejor. Iba a maquillarme cuando noté que ya era hora de partir. Suspiré y apliqué polvo base debajo de mis ojos antes de arrojar el delineador y un labial dentro de mi bolso.
Bajé las escaleras corriendo torpemente y entré a la cocina para tomar mi juego de llaves y el monedero. Deseaba tener un poco más de tiempo para prepararme una chocolatada antes de salir, pero el reloj avanzaba sin tregua.
Me asomé a la sala de estar y ví que Romina estaba hablando por teléfono. Cuando notó mi presencia susurro que tardaría unos minutos.
Perfecto.
Regresé a la cocina y abrí el refrigerador en busca de los ingredientes necesarios. La receta de mamá siempre me ayudaba a relajarme cuando me encontraba nerviosa o asustada. Y eso era exactamente lo que sentía en ese momento ¿Qué mejor ocasión para preparar la receta de mamá que ahora? Estaba nerviosa, temblando ligeramente y cerca de tener un ataque de pánico.
Una vez la bebida estuvo lista, la serví en un vaso con hielo y tomé el primer sorbo. Me dejé caer en una silla y cerré los ojos. Era obvio que estaba ansiosa por seguir leyendo al asesino que había invadido mi vida.
Tomé otro sorbo y gemí suavemente por el delicioso sabor del chocolate en mi paladar. Ni dulce, ni amargo. En un intermedio perfecto. La receta de mamá era infalible; bueno, antes era de la abuela. Las mejores cosas son las que vienen de familia. Eso decía mi abuela.
Estaba a punto de terminar la bebida cuando alguien llamó a la puerta. ¿Quién podría ser? Me mordí el labio, con temor a que se tratara del asesino.
Él no tocaría la puerta, entraría y listo. ¿Cierto? Fui lentamente hacia la entrada, sentía mil escalofríos recorrerme cuerpo con cada paso que daba. Realmente esperaba tener razón y que no fuera él.
—¿Quién es? —pregunté nerviosa.
—Tengo una entrega para la señorita Luna González —era la voz de un hombre.
—Yo no he ordenado nada.
—Le han enviado un arreglo floral —explicó el hombre con una de esas voces que parecen planas, apática—. Señorita, dígame si me equivoqué de dirección, tengo muchas entregas que hacer.
Respiré hondo y abrí la puerta. En ese momento puedo jurar que escuche la voz de mi abuela diciéndome "Pequeña, no seas tan curiosa, eso no es bueno".
—No se equivocó, soy Luna González. —Miré al hombre, escrutándolo como si fuese un criminal. Se trataba de un joven de mediana edad, no llegaba a los treinta años. Usaba el uniforme verde de alguna tienda de flores y una gorra de beisbol naranja que escondía su cabello. Su rostro era delgado y alargado con bastantes lunares en las mejillas.
Suspiré. No se trataba del asesino.
Me extendió unos papeles y me dijo que tenía que firmar diciendo que he recibido el presente mientras él iba por el arreglo floral. En las hojas que me dio no pude encontrar el remitente pero hubo un detalle que llamó mi atención.
La florería se llamaba "Casandra". Tragué saliva temiendo lo peor y levanté la vista para confirmar mis sospechas. Definitivamente no se trataba de una coincidencia, las flores que recibí eran tulipanes, los preferidos de Casandra.
Quedé paralizada con el ramo en mis manos. Congelada cual estatua esculpida en hielo. Lo que sostenía en mis manos no era un regalo sino una advertencia, un mensaje.
—¿Quiere que la ayude a llevar arreglo hasta el interior de su casa? —preguntó amablemente.
—Puedo hacerlo sola — susurré.
Ni siquiera escuché sus pasos alejarse hacia la furgoneta o el sonido del motor al arrancar. ¿Por qué me enviaba estas flores?
Observé los tulipanes con miedo y noté que tenían una pequeña tarjeta escondida en medio. Estiré una mano temblorosa y tomé el papel con cuidado. ¿Qué pasaba si decía que moriría? Mi piel se erizó.
Con el corazón acelerado, encontré valor y abrí la nota. Y con una perfecta caligrafía idéntica a la del diario, decía:
"¿Te gusta lo que lees en el diario, dulce y encantadora Luna? No desesperes, pronto nos conoceremos como es debido. No te arrepentirás."
Me cubrí la boca con una mano ahogando un grito de terror. ¿Qué diablos significa ese mensaje? ¿Es una amenaza con palabras dulces? Tomé el arreglo floral y entré a la casa corriendo.Coloqué los tulipanes en la cocina; eran hermosos, tenía que admitirlo, pero el hecho de que hubiesen llegado a mí gracias al hombre que me dio el diario, era sin duda algo que me daba escalofríos a diestra y siniestra.
La contradicción aumentaba constantemente. Por un lado, odiaba al tal D, me causaba aberración y odio, pero al mismo tiempo, se trataba del joven más atractivo que jamás hubiese visto. No es que me disgustara que por una vez en la vida el chico lindo se fijara en esta estúpida gata curiosa. De hecho, me sentía importante por primera vez en mucho tiempo.
Sin embargo, era totalmente injusto que el único hombre sexy que ponía sus ojos en mí fuese un asesino psicópata.
¿Qué quiere de mí? ¿Por qué yo? ¿Qué debería hacer? Me pregunté una y otra vez hasta llegar a la sencilla conclusión de que no tenía alternativa más que seguirle el juego; actuar como un ratón asustado hasta que llegara el momento oportuno de sacar las garras y atraparlo. ¿Funcionaria? Daba igual, era la única opción.
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Este es uno de los capítulos más cortos de la novela.
Esperamos que lo hayan disfrutado.
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Leyendo al asesino
Misteri / ThrillerLuna siempre fue una joven curiosa, hasta la noche en que se le vino el alma a los pies cuando su entrometimiento se topó con un libro bastante peculiar, el diario de un asesino cuyo contenido narraba las más morbosas escenas que la chica hubiese le...