Capitulo 12

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Aria Ravenscroft

El Conde Trancy siempre me había parecido una persona divertida, y pensaba que me hubiese gustado conocerle.
Cuando le vi me emocioné, pero recordé que debía guardar las apariencias y debía parecer que no me conocía.
Tenía una actitud emocionada y una voz dulce y cantarina, pero era realmente molesto, le gustaba retar a las personas, y burlarse de ellas. Nadie se burla de mí.

Ciel se tuvo que retirar, según me dijo Sebastian había encontrado algo de información acerca de los documentos que vio en mi casa.

-¿Qué quieres hacer?- preguntó Alois.

-¿A qué te refieres?- pregunté.

-Estamos en la sala de juegos, están las cartas, un juego de mesa cualquiera, el ajedrez... No se, estoy aburrido.- dijo mientras se encaminaba a un mueble en el que estaban acomodadas muchas cajas de juegos.

-Pues podría ser el ajedrez.- dije.

-¿Eres buena?- preguntó a la vez que se acercaba a mi.

-Podría decirse, mi padre me enseñó a jugar a mi hermano y a mí cuando teníamos 9 años.- dije melancólica.

-Con que tienes un hermano... ¿Dónde está él?- preguntó.

-Ya no está aquí.- dije. Me dolía decirlo, pero me hubiese sido más difícil inventar una excusa.

-Que mal.- dijo.- Lo siento.

Estuvimos jugando un rato, era bueno jugando, pero no lo suficiente. Pude notar como de vez en cuando me miraba mientras yo pensaba una estrategia y miraba el tablero. Terminé ganando el juego.

-Juegas bien.- dijo a la vez que se levantaba.

Yo hice lo mismo, salimos de la sala de juegos y vimos a Ciel entrar por la puerta principal.

-Aria debo hablar contigo sobre algo.- dijo.

Alois se quedó ahí parado. Ciel y yo nos dirigimos al estudio.

-Es acerca de los documentos que encontré en la mansión Ravenscroft. Le ordené a Sebastian que investigase acerca de ello, teníamos las respuestas enfrente nuestro.- dijo.

-Resulta que me dispuse a investigar primeramente en la mansión Phantomhive, para mi sorpresa encontré una serie de cartas.- dijo Sebastian a la vez que me entregaba un sobre.

Lo abrí y dentro había al rededor de 15 cartas.
En conclusión hacía referencia a una profecía, la Condesa Anastasia de la familia Ravenscroft había encontrado un viejo papel en el que se relataba la historia de un chico, pertenecía este a la familia Phantomhive, cuyos padres habían muerto en un incendio, y también de una chica, de la familia Ravenscroft, quien había presenciado la muerte de seres queridos. Ambos pertenecientes a las familias correspondientes, ambos habían estado cerca de la muerte.
Su destino era encontrase y luchar aliados en la guerra que se vendría.
Cada generación, la dichosa profecía se iba transmitiendo, esperando la llegada de los descendientes elegidos.
Anastasia Ravenscroft le pasó la información a Claudia Phantomhive, y juntas se encargaron de transmitir el mensaje a cada nuevo jefe de la familia.

-Como acabas de leer, la profecía hace referencia a nosotros dos.- dijo Ciel.- Sí es cierto, y no es solo una coincidencia, debemos estar preparados para la guerra que se avecina.

-Pero, ¿contra quién lucharemos?- pregunté.

-Puede ser cualquiera.- dijo Ciel.- Solo nos resta esperar.

-¿Has perdido a algún ser querido?- preguntó.

-Si, a mi hermano y mi mejor amiga. Prefiero no hablar de eso.


Me encaminé al jardín, necesitaba tomar algo de aire fresco. Era mucha información que procesar.
Me senté en una silla que estaba en medio del jardín, la mesa tenía un decorado muy bello.

Sentí como alguien me tomaba de los hombros y me abrazaba.

-Te encontré.- era una voz dulce.

No pude evitar sobresaltarme. Cuando estaba a punto de voltearme sentí como ponía un pedazo de tela en mi nariz.

-Relájate, estás conmigo. Estarás bien.- dijo.

Inmediatamente caí en un profundo sueño.

Me desperté en una habitación, no estaba en mi casa, ni en la mansión Phantomhive.
Estaba recostada en una cama grande, no había nadie a mi alrededor, miré por la ventana y pude observar un hermoso jardín. No era tan grande como el de la mansión Phantomhive, pero eso no le quitaba lo bello.

Me senté en una orilla de la cama y toqué la colcha, era color roja, con detalles dorados.
Estaba recordando lo que había pasado, pero no lograba hacerlo. Solo sabía que me encontraba en el jardín y escuché una voz dulce y melodiosa; como la de Alois.

Me levanté de golpe y corrí hacia la puerta, giré la manilla, pero estaba cerrada, fui a la ventana y traté de abrirla, pero alguien le había echado candado.
Me senté en el suelo, mire por la ventana y ya estaba oscureciendo, mi madre se preocuparía, Ciel tendría que inventar una muy buena excusa.

Me quedé ahí un buen rato, me puse a curiosear la habitación entera, no había mucho que ver en realidad.
Mientras esperaba escuché como la puerta comenzaba a abrirse.

-¿Ya has despertado?- era la voz de Alois. Sonaba de lo más tranquilo, como si el hecho de que me hubiese secuestrado fuese de lo más normal.

-¡Eres tú el que está detrás de las desapariciones de señoritas!- grité.

-¿Yo? No me hagas reír, ¿para qué voy a querer un grupo de chicas buenas para nada?- dijo riéndose.

-No lo sé, dímelo tú. Pervertido.- dije.

-Tienes un buen argumento, pero repito; no me dejo llevar con cualquier chica.- dije mirándome a los ojos a la vez que se me acercaba.- Solo las que me interesan de verdad.

Se acercó cada vez más a mi, yo estaba sentada en una orilla de la cama, traté de levantarme, pero me tomó por los hombros.

-Suéltame.- dije.

-¿Y si no lo hago qué? ¿Tu gran amigo Ciel vendrá a salvarte?- dijo sarcástico.

No supe cómo contestar a eso.

-Lo sabía, y tú también lo sabes. Eres una completa desconocida para el. No le importa lo que te pase, le da igual si vives o mueres, ¿eres consciente de ello? Eres reemplazable. No eres una pieza relevante, porque eso eres para él, una simple pieza.

Y tenía razón, nada me garantizaba que Ciel me fuese a salvar. No tenía ninguna relación con el, apenas le había conocido un día antes.
Era consiente de que solo estaba a mi lado por conveniencia, y si era necesario me mataría. Pero yo quería estar ahí, siendo parte de algo, sintiéndome alguien importante.

Tenía unas ganas inmensas de llorar, pero no lo hice, no podía mostrarme débil.

-Soy consiente.- dije.- He aprendido a no esperar nada de nadie.

-Me alegro que comprendas tu situación, ahora, sólo trata de no ser una amargada y disfruta del tiempo que estés aquí.- dijo y soltó una risita.

Se encaminó al armario y lo abrió.

-Aquí hay algunos vestidos, para serte honesto eso que llevas puesto deja demasiado a la imaginación.

-Pensé que en esta época está mal visto el hecho de que las mujeres usen ropa corta.- dije.

-A los demás no les parece, a mí no me molesta.- dijo y una sonrisa pícara se dibujó en su rostro.

El juego de la guerra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora