Capítulo 20

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El calor era asfixiante, la cama parecía un horno. Estiré las piernas hacia puntos más fríos del colchón, y arrastré las sábanas conmigo. Los rayos del sol, entrando vacilantes por las ventanas, me dio unas pequeñas, repetiré, muy pequeñas, ganas de levantarme. Pero antes, mis míticos cuarenta y cinco minutitos, qué recuerdos... Cuando estudiaba usaba mucho esa técnica.

Estiré las piernas y giré levemente, luego comencé a girar por la cama. Arrastré las sábanas conmigo hasta que me topé con algo. Un brazo pasó por encima de mí.

Inspiré rápidamente y salté de la cama hasta tocar el techo y agarrarme. El bulto se movió y salió de las sábanas, un pelo azul se movió hasta dejarme ver su cara. Suspiré.

—Jean... —me descolgué del techo y caí en la cama, haciendo que los sufridos muelles protestasen en chirridos— ¿Qué haces aquí?

Agarré mi pijama y me cubrí el cuerpo, a pesar de que Jean fuese gay, y que nos hubiésemos hecho muy amigos, que se me viese el busto no era una de mis aficiones.

—Verás... He discutido con mi novio y no ha querido irse —me sonrió mientras se desperezaba y cubría su torso desnudo con una camiseta floja. Oh, benditos abdominales, por fin comprendía porqué mis amigas odiaban a los gays. Nala, céntrate— así que me fui yo. Y no tenía dónde dormir, así que me acordé de ti. Pero como cuando duermes eres como un Grusfto hibernando... Al final me colé por la ventana.

—¿No podías haber dormido en el sofá? —pregunté con resignación— me has dado un susto de muerte.

—También... ¿Quién es ese tío buenorro al que abrazabas? Que os he visto, pilla.

—Vale, te lo cuento —sonrió y se levantó de la cama de un brinco— pero déjame vestirme y peinarme, ahora voy.

Me metí en el baño y cambié el pijama por unos vaqueros y una camiseta corta, me peiné y, ¡Madre mía! ¡El pelo me llega casi a la cadera! No me había dado cuenta, tendría que cortármelo.

Salí y fui a la cocina, un potente olor a café recién molido inundó mis sentidos, conquistando primero el olfato y regalándome, después, con el sabor al café de mis recuerdos. Jean se dio la vuelta y me guiñó un ojo, con las dos tazas de café que nos regalamos por nuestras "Tres semanas de mejores amigos", un aniversario muy curioso que se nos ocurrió mientras entrenábamos en la playa.

—Jean —me tendió la taza y le di un sorbo, estaba bastante fuerte, busqué en la alacena un poco de azúcar para calmar la brutalidad del café— ¿Por qué tu novio se apoderó de tu casa?

Sin respuesta, me ignoró. Se dedicó a revolver el café con una cucharilla y hacer crecer sus uñas hasta que fuesen más largas.

—¿Crees que me quedarían bien las uñas de negro? ¿Cómo de largas? —hizo que cambiasen de tamaño.

—¿Es muy fuerte? —otro sorbo, mucho mejor.

—Tal vez de rojo claro.

—¡Ah, ya sé, un vampiro! —me senté encima de la mesa y crucé las piernas— ¿Es un vampiro, Jean?

Rompió en un gruñido descontento, posó la taza y me miró con los ojos cortados por una emoción que no pude descifrar, me estremeció su seriedad y dolió mucho asimilar las palabras que me dio.

—Si tuviera problemas, te lo diría, pero deja de meterte ya. Puedo arreglarlo solo.

Me quedé cortada, atormentada por mis palabras. Bajé la cabeza y, sin darme cuenta, las orejas humanas subieron hasta la cabeza y se hicieron las de un lobo. Mucho miedo de hablar, esa afirmación me definía en ese momento, sólo se oían nuestras respiraciones.

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⏰ Última actualización: Nov 23, 2015 ⏰

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El amanecer de un día peludo (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora