Una jaula negra encerraba a una niña, parecía tener ocho años, pero olía a dragón, y mi instinto me decía que me alejara. La niña nos miró.
—No me hagáis daño, no os diré donde están—le temblaba la voz— ya basta.
—No te haremos nada —la tranquilicé, un dragón en defensa propia sería como un ciclón— venimos a liberarte.
—¿Liberarla? —repitió Pedro, agarrándome una muñeca— si la sueltas se desatará una guerra.
Con un golpe seco le aparté la mano, él me miró sorprendido. ¿Dónde estaba el prepotente gato que me tiró de un octavo piso? Sin siquiera atender a lo que él tenía que decir, me acerqué a una velocidad impresionante.
La niña tenía el pelo por debajo de la cadera, era delgada, puede que demasiado. Vestía un kimono japonés que le quedaba grande, unas visibles escamas amarillas sobresalían y se extendían a lo largo de sus brazos. Tenía una marca negra en la mejilla, probablemente de una vieja herida.
Le tendí una mano, ella señaló los barrotes y me dijo:
— Rómpelos y te prometo que seré tu protectora, tu sirviente, fiel amiga y nunca te dejaré, pase lo que pase, hasta el último Jaque Mate.
Me estremecí ante esas profundas palabras. A pesar de ser tan pequeña, parecía ser antigua y sabia. Sonreí y rompí los barrotes, que volaron en pedazos. Ella se cubrió la cabeza con las manos, la miré y me di cuenta de que sonreía con malicia.
—Esos cabrones de los jefes, como los pille… —vino hacia mí y me mordió la mano ¿no iban a dejar esa mano tranquila?— Ya está, mi nombre es Kokoe, a partir de hoy vivo para servirte, cuando te devuelva el favor, me iré.
—¿No te irás ahora? —le señalé una ventana— eres libre.
Ella se arrodilló y me cogió la mano de la mordedura.
— Soy un dragón, leal, fiel, siervo de mis amigos, enemigo de mis enemigos. Pero lo que más guardo, es el orgullo. No podría dormir si no te devolviera el favor.
—Ah, está bien —me froté la nuca— está bien, ven conmigo… Ponte esto —me saqué la chaqueta (haciendo que Pedro me mirara) y se la tendí — Si hueles a perro no creo que te detecten.
—Iré contigo a donde vayas, incluso si quieres saltar a un volcán…
—Sí, sí, lo entiendo, ahora concéntrate en camuflar tu olor.
—Entendido.
Derribo la puerta de atrás y corremos fuera. Una mano me agarra firmemente el hombro.
—Oye, ¿sabes lo qué has hecho? —me pregunta Pedro, alzando descaradamente mi barbilla— ahora que vas con el dragón del clan, has comenzado una guerra.
—Je, que peleen esos perros —señalé a la dragona— no dejaré que la usen para “su plan”.
—Iré contigo.
Me doy la vuelta y del empujón que le doy, queda incrustado en la pared.
—Me tiraste de un octavo piso, heriste a mi clan y me besaste a traición —le agarré una oreja— si te atreves a seguirnos, te arranco la garganta y me hago una flauta con ella.
Le di un tortazo y él se fue deslizando por la pared, poniéndose una mano en su morada mejilla.
Un lobo enorme, de color pardo (como los lobos comunes) y un ojo marcado por una cicatriz me gruñe, mira al dragón y, con la voz más ronca del mundo, me dice:
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El amanecer de un día peludo (editando)
Teen FictionA la pobre Nala, su novio la dejó con una estúpida frase, al llegar a casa, se da cuenta de que está más sola que nunca. Lo que nunca se esperaría, sería que conocería a un chico guapo que acabaría siendo el comienzo de su nueva vida.