El amanecer de un día peludo

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Estaba tirada en mi cama, con la misma frase rondándome la mente:

<<No eres tú, soy yo…>>

Agarré un cojín y lo lancé contra la pared, sin piedad alguna. 

—Hijo de…

No, no debía decir esas palabras. 

Buenas noches, soy Nala. Ayer, en una cena de grupo, mi novio me dejó con la estúpida frase de película que ya dije antes. ¡Le arrancaría la cabeza! Pero entonces voy a la cárcel y no me apetece. Totalmente injusto, encima, tuvo la idea de decírmelo borracho y apoyado por sus compañeros de fútbol. Así que, mientras me lo decía, me me salpicó saliva. A demás, los fantásticos compañeros, se dedicaron a corearle y ponerlo como el rey de roma. 

Cogí el teléfono con lágrimas en los ojos. Marqué el teléfono de mi mejor amiga, Carla, mi plan era parecer fuerte para no preocuparla. ¿A quién quería engañar? Le dediqué a ese imbécil todo mi cariño, y él me dejaba de la manera más horrible y humillante. 

—¡Nala! —su voz inició un profundo llanto procedente de mi garganta— ¿qué ha pasado? Hoy no fuiste al insti, ¿estás bien? 

—No… —tuve que parar, si no, estallaría a gritarle todo lo que odiaba de ese chico— no lo estoy… Él, me ha…

—Sí, lo sé —¿cómo podía saberlo?— cielo, todo el mundo habla de ti. 

Dejé caer el teléfono. ¡No! ¿Cómo me podía pasar esto? No sólo había sido el bufón de la cena, ahora también sería la comidilla del insti. 

—¿Nala? 

Volví a coger el móvil, y me lo pegué al oído. 

—Estoy harta, Carla, quiero que esto termine, quiero olvidarme de él. 

Un extraño silencio se hizo entre nosotras, escuché un aullido. 

—¿Carla? ¿Dónde estás? Oigo un lobo. 

—¡No pasa nada, nada de nada! —que raro, estaba muy nerviosa— estoy con la pesada de mi hermana viendo una película de licántropos. 

—Ah… Bua, quién pudiera ser un lobo… —me senté en la cama y le eché un vistazo a los libros de mi estantería, había uno de hombres lobo, debería leerlo, me lo regalaron hace mucho, me da pena no estrenarlo.

—¿Eh? A-ah, bueno, Nala, no te deprimas, ¿qué te parece si dentro de dos noches vienes a una fiesta conmigo? 

Levanté la cabeza de golpe, alcohol, eso me sacaría de esta maldita depresión. 

—¡Iré! 

La noche que iría de fiesta, volví a casa del instituto, dejé la mochila sobre el sofá. Oí un ruido en la cocina, debía ser mi madre. Me dirigí hacia allí, y la pillé con una botella de whisky en la mano. 

—¡Mamá! —chillé— ¡deja eso ahora mismo! 

—Hola bebé… —estaba muy borracha, que asco, no fastidies que había vuelto a la bebida— mira, eso no es whisky, nooooooo…Eso es agua… En una botella de…

—Alcohol —la corté— ¡no me lo puedo creer, mamá! ¡Me prometiste que dejarías de beber! ¡Alex! 

Llamé a mi hermano, era un plasta en todos los sentidos, pero sabía echarle la bronca a mi madre sin perder los nervios, cosa que a mí se me hacía imposible. 

Cogí las botellas, que ya estaban vacías, y las metí en una bolsa. 

—Nala, ¿qué haces? 

—Voy a devolver las que no están abiertas y dar las demás a la iglesia. 

—Claro, para que los pobres sigan pobres pero se puedan emborrachar, no piensas mucho, monstruo —ahí venía mi hermano, señoras y señores, mi hermano, de 27 años, había repetido el segundo año de universidad tres veces, y se nos acoplaba en casa. Y sí, era mi peor pesadilla después de mi ex— yo le echo la bronca, prepara algo de comer. 

—Ok…

Por fin llegó la hora de salir de fiesta. Quería olvidarlo todo: las burlas de clase, el problema de mi madre, al imbécil de mi novio, el estrés de no poder pagar las facturas… Esta noche sería una chica más, una chica de 18 años, no una adulta. 

—¡Nala! —allí estaba Carla, con su figura de infarto y un vestido provocativo y sexy, no había nadie que no la mirara. Era la mismísima imagen de la fiesta, con su largo pelo negro y rizado y sus ojos marrones claros— ¡Por aquí! 

Caminé hacia ella y pronto me di cuenta de que estaba acompañada. 

—¿Quienes son? —pregunté al ver dos muchachos: uno, de pelo negro hasta la mandíbula y cuerpo esculpido, con unos profundos ojos verdes; y otro, de pelo rubio oscuro y ojos azules.

Ella estaba nerviosa, cuando salíamos Carla se despreocupaba y parecía una diosa. Ese estado en ella no era normal. 

—Él es Alard —señaló al de pelo negro, que me miraba con afán— es un amigo mío, un poco tímido, ahora se hace el duro, ya verás que luego se tranquiliza. 

—Qué pesada eres —la apartó, pero pude ver un leve sonrojo en sus mejillas. ¡Qué mono…! 

El otro tenía un libro en la mano, era muy interesante, parecía estar pasándolo mal.  

—Y este chico que pasa de todo —lo sacudió un poco— es Toni. Es simplemente… Raro. 

—Yo soy Nala —obviamente no iba a estar deprimida y arruinar todo, esa noche me divertiría— encantada. 

Les sonreí, Alard miró a otro lado y Toni se centró en el libro… Bueno… Algo era algo. 

Pasamos una noche fantástica, Alard se soltó poco después, empezó a bailar con más libertad, incluso me sacó a bailar, me lo pasé mejor de lo pensado. 

Caminaba con Carla, iba un poco borracha… ¡Sólo un poco! Vale, estaba borracha, pero seguro que ese unicornio que me perseguía no era por beber. Y la araña con la cara de mi vecino también era normal. 

—Nala —Carla de cogió la mano y arrastró hacia un callejón, la fuerza que usó me sorprendió. ¿Siempre tuvo tanta fuerza? —¡Alard, ahora! 

Alard saltó desde el tejado… desde el tejado… ¡Desde el tejado! ¡Y estaba vivo! Retrocedí unos pasos, preparada para correr, o esto era una cámara oculta, o me metía donde no llamaban. 

Él me agarró  y arañó un brazo, dejando una horrible herida. 

Chillé.

Salí corriendo. 

Él me seguía. 

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Hola, aquí dejo la primera parte. Ahora me estoy dedicando a volver a escribir la historia, aún así, espero que os guste. Muchos besos.

EscritoraLebaniega.

El amanecer de un día peludo (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora