Capítulo 18

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Las semanas pasaron muy rápido. Me centré en entrenar, quería el poder suficiente para acabar con ese estúpido gato. Me sentía a gusto con esta manada, Jean se convirtió en mi mejor amigo, me apoyó y dio consejos que me ayudaron a mejorar. 

Unos golpes en la puerta me despertaron. No… Hoy tenía que madrugar… Buaa. 

—¡Nala! ¡Vamos! ¡Kan no deja de molestarme! —me levanté y fui al salón, abrí la puerta y dejé pasar a Jean, me daba igual que me viera medio desnuda, él no era un hombre de esos que se aprovecharía de ti o que comenzaría a mirarte. Confiaba plenamente en él— no sabes cómo se pone cuando me niego ha llamar a  Carlos.

—¿Por qué Carlos se esconde de ella? —me quité la camisa y puse otra de manga corta y ceñida, color azul— ¿ya le ha cogido miedo?

Él asintió con pesadez.

—Hablé con él el otro día, dijo que Kan era una mujer terrorífica y… 

Empezó a reírse.

—Una cavernícola.

Estaba subiéndome los pantalones cuando él acabó la frase y, sinceramente, se me bajaron por la explosión de risa que tuve. Me los volví a subir, aún riendo cómo una de esas maniacas que salían en la tele. 

—¿Crees que estará hoy de mal humor? —preguntó él, sentándose en mi cama y sacando de mi armario una cazadora de tela, con el número diez inscrito. 

—Tenlo por seguro, mi querido amigo gay —me lanzó la chaqueta.

Bajamos las escaleras con paso rápido. En el piso de Kan se oyeron ruidos y golpes, ambos nos miramos y corrimos por nuestra vida. 

—¡Nala, Jean! —Ana y Leya ya estaban allí, la pequeña estaba muy sombría, cómo siempre. Desde que Kokoe huyó, ella no volvió a ser la misma, estaba triste y desanimada— creo que no se podría ser más lento.

—Perdón, perdón —se disculpó él.

Me sorprendió mucho que Romy estuviera allí. Casi nunca venía, se saltaba la mayor parte de los entrenamientos, sólo aparecía en los de caza (pocas veces venía).

—Los clanes “Montaña” y “Luz azul” se quejan, me han dado la chapa durante tres horas en la maldita reunión de ayer, me han contado que hay un grupo de tretraronios tocando mucho las narices. Han destruido los cultivos del territorio “Montaña” y no hacen más que atacar a los miembros del clan “Luz azul”. Quieren que acabemos con ellos. Ahora, lo bueno. Sabrán lo buenos que somos al acabar con esos molestos seres y nos ganaremos su respeto… Blah, blah, blah.

Emprendimos la marcha, éramos seis lobos: Leya, Ana, Romy, Jonah, Carlos y yo. Preparados para lo peor, y era normal,  los tretraronios eran animales bárbaros, una especie de cruce entre perros y reptiles de lo más rara y fea. No me preguntéis cómo comenzaron a existir, no tengo ni idea. Su tamaño rozaba el de un doberman, cubiertos de pelo blanco y con las patas escamadas, no eran seres peligrosos, lo malo era cuando se juntaban para atacar. Sus manadas superaban los ocho mil miembros cómo mínimo.

—Siento algo de frío —Leya se abrazó el cuerpo y tembló levemente, me acerqué a ella y le coloqué mi chaqueta— gracias.

Un profundo aullido, ya venían.  Y estábamos en el peor lugar posible, en el fondo de un cañón. 

Nos colocamos en un círculo, dejamos a Leya dentro. 

—¡Jean, Nala, a por los de arriba! —nos sonreímos y pasamos a transformarnos, cada uno fuimos por una lado del precipicio. 

El amanecer de un día peludo (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora