capítulo 10

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¿Se podía estar más nerviosa? No, era imposible. En dos horas partiría hacia una misión peligrosa, tras haber engañado a mi novio y haberlo dejado inconsciente. 

--Eh, Nala, no te deprimas -- Toni me acarició el pelo-- aún no hemos perdido --sonreía, estaba tratando de animarme, él sí que era un buen compañero.

--Así que aún no... ¿¡Es que quieres perder!? --le solté, haciendo que se sobresaltara-- hay que decir cosas como: ¡Vamos a lograrlo! o ¡Mucha mierda!

Él empezó a reírse. Estábamos en mi piso, un lugar un tanto pequeño, dos habitaciones, una cocina y un baño, nada del otro mundo. Agarré una mochila naranja que tenía guardada en un armario de madera y la comenzé a llenar con comida, mecheros... Cosas de supervivencia. Toni se acercó a mi y miró dentro de la mochila.

--¿Pero qué llevas ahí?-- los ojos querían salírse de sus órbitas-- ¿Sabes a dónde vamos?

--Más o menos --me sonrojé, no me gustaba hacer el ridículo-- ¿Entonces qué narices quieres que lleve?

--Pues... Cuchillos, navajas, cualquier arma que sepas usar --alzó los hombros en signos de desconocimiento-- también puedo dejarte pistolas con potencia suficiente para matar a un elefante de un tiro.

Seguro que mis ojos se iluminaron, no soltaron chispas. Una pistola, siempre quise una. Se la pedí como si la vida me fuese en ello y después, corrí a la cocina. Me llevé dos cuchillos de cortar jamón y la vieja navaja de mi abuelo. Más que por defensa, me la llevé por sentirme más segura. Cosas de talismanes, digamos.

--¿Así mejor? --pregunté, resoplando como un caballo-- ya cogí las armas más peligrosas que tengo. Y ahora... ¡Dame la pistola! --él la sacó y yo empezé a dar saltitos de alegría, igual que un niño el día de Navidad.

--Eres más fácil de complacer que una cría --paré y me puse un puño en el ojo, imitando a una de mis primas-- ¡Yo no zoy una niña! ¡Yo soy gande! --dije, nunca vi a Toni sonreír de esa manera. 

Esperamos en mi cocina a que llegara la hora, le ofrecí un chocolate caliente y él se lo tomó de un trago, mostrándome otra parte de él que nunca había visto. ¡Era un tragón!, el filsofo de mi clan, comía más que todos nosotros.  Luego sonrió con los labios marrones de tanto chocolate.

--Ya verás que cara pone Al cuando despierte --me dijo, erizándome hasta el último pelo de mi cuerpo-- creo que me romperá el cráneo.

--Jajaja, creo que a mí me...

--A ti nada --me sorprendió que me interrumpiera, él no solía hacerlo-- nunca lo he visto tan enamorado de alguien.

Esas palabras de cayeron en el estómago como una piedra. Ahora me sentía peor.

--Gracias, Toni --usé un tono sarcástico en su nombre-- si querías animarme ¡Buen trabajo!

--No te preocupes, no te preocupes. ¿Quieres ver el arma?

Asentí con tanta fuerza que creo que mi cerebro se golpeó contra mi cabeza y me volví un poco más tonta.

Él sacó una pequeña pistola, más pequeña que mi mano. Era blanca, saqué el cargador y vi que las balas también eran blancas. Miré a mi compañero con cara de asombro.

--El una pistola de Luna.

--¿Pistola de Luna? --repetí, ladeando la cabeza, era un gesto al que me acostumbré a usar-- ¿Y eso que es?

--Es una pistola única, como tú. Dispara balas de plata --me sujetó la muñeca por la cual sujetaba el arma y me dijo seriamente-- una de estas balas, solo una, puede matar a un licántropo. Cuando una de estas --sacó una bala y la sujetó con dos dedos-- nos hace una herida, esa herida no se cierra a no ser que la bala salga. Si no es extraida, esa herida sangrará y sangrará hasta matarnos del todo.

El amanecer de un día peludo (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora