capítulo 2

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Abrí los ojos de golpe, estaba sudando. Grité de alegría y salté sobre la cama. 

—¡Gracias a Dios! 

Cogí mi mega-cojín y lo abracé. Giré sobre la alfombra, perfecto, lo que pasó fue que el día antes me emborraché y flipé un poco mucho. Tenía hambre, miré el reloj. ¡Las dos y media! Normal que quisiera comer, me apetecía un buen filete, puede que también churrasco, pollo, costilla, pechuga, chuleta… 

Miré la nevera, no había nada. 

<< Porras, porras, porras, porras, porras…>>

Me conformé con una tostada untada con mermelada de piña… Curioso, muy curioso, ya que se suponía que era de fresa. Hubiera sido mejor idea mirar la fecha de caducidad primero, estaba caducada desde dos años. 

—Ajá, mejor lo tiro. 

Bien, ya que no podía ir a clase, era tarde, pero podía ver la tele hasta hartarme. Me senté en el baño y saqué el cepillo, me comencé a peinar. Entonces me vi en el espejo, ¡Mierda! 

Al levantarme de golpe, la silla cayó al suelo. ¡La herida estaba allí! ¡No, no, no, no, no! 

Salí rápidamente y abrí las ventanas, a la luz del sol la herida era aún peor, profunda y ¿amarilla? Fantástico, ya no me podía pasar nada más. 

—¡Nala! —gritó mi madre desde abajo, causándome un ataque de nervios— ¿cómo quieres la hamburguesa? 

Estaba temblando. ¿Qué le podía decir a mi madre? 

<< Mamá, ayer me emborraché y un tío raro me arañó el brazo. Pero no te preocupes ¿ok?>>

<< Mamá, me estoy convirtiendo en un lobo, ahora puedo traer el periódico por las mañanas >>

¡No podía decirle eso! 

Calmé la voz para no sonar preocupada: 

—Lo de siempre, tomate, lechuga y queso. 

—Vale. 

Uf, coló, ahora tenía que vestirme. Temblaba cada vez que movía un músculo, empecé a oír las cosas: la freidora que mi madre estaba usando, la ducha de los vecinos, niños en la calle, coches… Insufribles coches, incluso los perros del pueblo, todos ellos. 

—Buenos días, loba blanca —esa voz, había vuelto, el “Spiderman” lobuno —¿qué tal te va? 

—¡Vaya! El bicho raro araña brazos. Cuánto tiempo ¿no?

—Tengo nombre, está ahí para que lo use la gente —tenía ganas de empujarlo y que se cayera por la ventana. 

—Lo que tú digas, Alard —me puse la chaqueta y subía la cremallera— Mira, te voy a llamar Al, que suena mejor. 

—Me tienes mucha confianza para habernos conocido hace dos días —dijo mirándome a los ojos.

—Bueno, tengo la sensación de que no me vas a dejar vivir una vida tranquila desde ahora. 

—En el clavo, bueno, qué me dices —sonreía— ¿vienes? 

—Bajaré ahora. 

—Salta —se dejó caer, ahogué un grito, estábamos en un segundo piso.

Él estaba abajo. No me lo pensé dos veces antes de saltar y aterrizar sobre las punteras y la palma de las manos. 

Me hizo señas para que lo siguiera. 

Hoy no pude esperar para escribir, me vino la inspiración así, de golpe. 

Gracias por leerlo ;)

EscritoraLebaniega.

El amanecer de un día peludo (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora