Ningún hombre escoge el mal porque sea el mal,
sino porque lo confunde con la felicidad, aquel bien que ansía.
MARY WOLLSTONECRAFT
DIECISIETE
La lluvia empieza a remitir a la altura del aeropuerto de Hartsfield. Deja atrás un cielo metálico de nubes bajas pegadas a ras del suelo y un frío lúgubre. Sin embargo, resulta formidable poder llegar tan lejos en menos de una hora. Los carriles de la Autopista 85 están sensiblemente menos obstruidos por los escombros que los de la Interestatal 20, y la población de muertos vivientes ha disminuido también de forma considerable.
Muchos de los edificios de los lados de la carretera están todavía intactos, con las puertas y ventanas bien cerradas y selladas. Los muertos vivientes que vagan aquí y allá casi parecen parte del paisaje y se funden con los árboles esqueléticos, como un hongo mortal que infecta los bosques. La tierra misma parece haber cambiado. Son los propios pueblos los que están muertos. Un paseo por esta zona le deja a uno una impresión de desolación peor que si hubiera llegado el fin del mundo.
El único problema inmediato es que todas las gasolineras y camiones abandonados están infestados de mordedores. A Brian le preocupa el estado de Penny. En cada parada que realizan — ya sea para vaciar el depósito o pillar algo de agua o comida— su cara parece estar más demacrada y sus pequeños y delicados labios de tulipán más agrietados. Le inquieta que Penny pueda sufrir deshidratación.
Qué demonios, le preocupa que todos ellos puedan sufrir deshidratación. Una cosa es tener el estómago vacío — situación que puede soportarse durante un período largo— , pero la falta de agua se está convirtiendo en un problema serio.
A unos quince kilómetros al suroeste de Hartsfield, cuando el paisaje empieza a convertirse en una sucesión de bosques de pinos y de granjas productoras de soja, Brian se pregunta si se podrían beber el agua de los radiadores de las motocicletas justo entonces descubre que se aproximan a un rótulo con un mensaje providencial: «ÁREA DE SERVICIO - 1,6 KM».
Philip les hace un gesto y toman la siguiente salida de la autopista.
Mientras avanzan por la colina hacia el aparcamiento, que está al lado de un pequeño centro de información turística construido en madera, la sensación de alivio se extiende por el cuerpo de Brian como un bálsamo: el lugar está afortunadamente desierto, libre de cualquier rastro tanto de vivos como de muertos.
— ¿Qué fue lo que pasó allí, Philip? — pregunta Brian al tiempo que se sienta en una mesa del merendero emplazado sobre un pequeño promontorio de hierba que hay detrás de la caseta del área de descanso. Su hermano camina lentamente y sorbe una botella de Evian que ha conseguido en una máquina expendedora rota. Nick y Penny están a unos cincuenta metros, aún dentro de su campo de visión. Nick empuja a Penny con suavidad en un destartalado tiovivo que rueda bajo un roble seco. La niña se limita a permanecer sentada en el armatoste sin mostrar mucha emoción, como una gárgola, con la mirada fija en el frente mientras gira y gira y gira.
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The Walking Dead: El Gobernador
HorrorGrimes, Glenn y Michonne, descubren el pueblo de Woodbury cuando buscaban los restos de un helicóptero que se había estrellado. Allí se encuentran con una retorcida combinación de deporte y perversión; como si se tratara de un circo, los muertos viv...