—¿Qué coño está haciendo? —se pregunta Nick mientras echa un vistazo a la mañana nublada desde la ventana delantera de la villa.
Al otro extremo de la finca, sobre el camino de entrada, Philip tira de Penny, que va sujeta con una correa de perro casera que el que era su padre ha construido con piezas sobrantes de la cabaña de herramientas: una larga sección de tubo de cobre con un collar de pinchos ensartado en un extremo. La arrastra hasta una furgoneta Ford S-10 aparcada en la hierba. La furgoneta es uno de los vehículos de la banda del hombre calvo, y Philip lo ha cargado con comida enlatada y otras provisiones, armamento y ropa de cama.
Penny gime y aúlla mientras la arrastran. Se agarra a la tubería que la mantiene a raya y muerde al aire. Bajo una luz difusa y apagada, su rostro muerto parece una máscara de Halloween viviente, esculpida con oscura arcilla gris.
—Esto es lo que estaba intentando decirte —reponde Brian, que contempla de pie junto a Nick la grotesca escena que se desarrolla en el patio frente a ellos—. Se ha levantado esta mañana convencido de que ya no podemos quedarnos aquí.
—¿Y eso por qué?
Brian se encoge de hombros.
—No lo sé... Después de todo lo que ha pasado... supongo que el lugar está envenenado para él, ve fantasmas por todas partes... No lo sé, la verdad.
Brian y Nick han estado despiertos toda la noche, bebiendo una taza de café tras otra, mientras discutían su situación. Nick ha basado su argumentación en el hecho de que, a su juicio, Philip ha perdido la cordura, ha sucumbido a la presión acumulada de protegerlos a ellos, agravada por la pérdida de Penny. Se lo pensó antes de expresarlo verbalmente, pero aludió a la posibilidad de que el Diablo haya puesto las garras sobre Philip. Brian está demasiado exhausto como para ponerse a debatir sobre metafísica con Nick, pero lo que es innegable es que las cosas se han puesto muy feas.
—Deja que se vaya —dice Nick al fin, dándole la espalda a la ventana.
Brian se queda mirándolo:
—¿Qué quieres decir? ¿Que te quedas aquí?
—Eso es, me quedo. Y tú deberías hacer lo mismo.
—Vamos, Nick.
—¿Cómo quieres que lo sigamos...? Después de toda esta mierda en la que nos hemos metido...
Brian se calla y reflexiona un momento antes de volver a hablar:
—Mira, te lo diré una vez más. Lo que ha hecho con esa gente es algo peor que atroz. Se le ha ido la olla. Y no estoy seguro de que podamos volver a verlo con los mismos ojos... Pero ahora se trata de sobrevivir. No podemos separarnos. Nuestra mejor apuesta es permanecer unidos, pase lo que pase.
Nick vuelve a mirar a través de la ventana:
—¿De verdad piensas que seremos capaces de llegar a la costa del golfo? Está a más de seiscientos kilómetros.
—Nuestra mejor apuesta es ir juntos.
Nick clava la mirada en Brian:
—¡Pero si lleva a su hija muerta sujeta con una puta correa! Y te dio una paliza que casi te mata. Es una olla a presión, Brian, y va a estallarnos en la cara.
—Esa olla a presión nos trajo desde Waynesboro hasta Georgia sanos y salvos—responde Brian con una chispa de rabia encendiéndose en su interior—. Estará como un cencerro, inestable, poseído por mil demonios, o puede que sea el príncipe del puto infierno, si te empeñas... Pero a pesar de eso es mi hermano y nuestra mejor baza para sobrevivir.
ESTÁS LEYENDO
The Walking Dead: El Gobernador
HorrorGrimes, Glenn y Michonne, descubren el pueblo de Woodbury cuando buscaban los restos de un helicóptero que se había estrellado. Allí se encuentran con una retorcida combinación de deporte y perversión; como si se tratara de un circo, los muertos viv...