—¿Qué diablos estás haciendo? —le pregunta Brian a su hermano mientras la niña muerta araña el aire con un estúpido afán. Al oír su voz, la zombie clava la mirada de sus ojos lechosos en Brian.
—No pasará nada —murmura Philip mientras tira de su hija muerta hacia la salita trasera.
—No pretenderás...
—Métete en tus asuntos.
—Pero ¿y si alguien...?
—No me ha visto nadie —responde al tiempo que abre la puerta del lavadero de una patada.
Se trata de un cuarto pequeño y claustrofóbico, con el suelo de linóleo y las paredes de corcho, que aloja una lavadora y una secadora estropeadas. Las junturas del suelo están cubiertas de arena para gatos. Philip arrastra a esa cosa babeante entre gruñidos y amarra la correa a las tuberías que se ven en un rincón de la pared. Lo hace con el gesto firme pero suave de un entrenador de animales.
Brian lo observa desde el pasillo, consternado por lo que está viendo. Philip ha extendido sábanas en el suelo y las ha pegado con cinta aislante a las esquinas de la lavadora para evitar que Penny haga ruido o sufra algún daño. Resulta obvio que todo esto estaba planeado, que ya le había dado muchas vueltas. Le coloca alrededor del cuello un improvisado bozal de cuero, hecho con un cinturón y partes de una correa para perros, y también lo fija a las tuberías.
Philip lleva a cabo su trabajo con el rigor cuidadoso del enfermero que sienta a un niño inválido en una silla de ruedas. Mediante un separador de acero, se asegura de que el pequeño monstruo se mantenga a distancia y termina de fijar las mordazas a la pared. Durante todo el proceso, la cosa que una vez fue una niña gruñe y babea sin cesar; forcejea intentando librarse de sus ataduras. Brian la mira. No puede decidir si debe darse la vuelta, llorar o gritar. Tiene la sensación de haberse topado con algo inquietantemente privado, y durante un breve instante, sus pensamientos retroceden a la época en que tenía dieciocho años y visitó la residencia de Waynesboro para despedirse de su abuela moribunda. Jamás olvidará la mirada de su cuidador. Con una frecuencia casi horaria, el enfermero tenía que limpiarle la mierda del culo a la anciana. La expresión de su rostro mientras lo hacía, con los familiares presentes en la habitación, era terrible: una mezcla de disgusto, profesionalidad estoica, lástima y desdén.
La misma expresión extraña se dibuja ahora en las facciones de Philip Blake mientras enrolla gasas alrededor de la cabeza del monstruo evitando cuidadosamente la zona de peligro en sus mandíbulas batientes. Le canta algo con dulzura mientras le pone los grilletes, una especie de arrullo desafinado que Brian es incapaz de identificar.
Al cabo de un rato, Philip queda satisfecho con el resultado de su trabajo. Acaricia con delicadeza la cabeza de la monstruosa Penny antes de besarla en la frente. La niña intenta morderlo y no le acierta en la yugular por unos pocos centímetros.
—Dejaré la luz encendida, Bichito —le dice Philip en voz alta, como si se dirigiera a un extranjero. Después se vuelve y abandona el lavadero en silencio asegurándose de dejar la puerta bien cerrada.
Brian está de pie en el pasillo, con la sangre congelada en las venas:
—¿Quieres hablar de esto?
—Como quieras —le replica Philip evitando el contacto visual mientras se aleja en dirección a su dormitorio.
Lo peor es que el lavadero está justo al lado del cuarto de Brian y a partir de entonces oye al monstruo todas las noches, gimiendo, golpeando las paredes, tratando de liberarse de sus ataduras. Es un recordatorio constante de... ¿De qué? ¿Del Armagedón? ¿De la locura? Brian ni siquiera encuentra una palabra para describir lo que representa Penny. El hedor es mil veces peor que el de la orina de gato. Y Philip pasa mucho tiempo encerrado en ese cuartucho haciendo Dios sabe qué, agrandando la separación que ya existe entre los tres hombres. Todavía angustiado por el impacto emocional y el dolor, Brian se halla dividido entre la lástima y la repulsión. Aún quiere a su hermano, pero esto es demasiado. Nick no expresa su opinión sobre el asunto, pero Brian sabe que está destrozado. El silencio entre los tres se acrecienta y Brian y Nick comienzan a pasar más tiempo fuera del apartamento, recorriendo la zona segura del pueblo y conociendo mejor la dinámica de sus habitantes.
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The Walking Dead: El Gobernador
HorreurGrimes, Glenn y Michonne, descubren el pueblo de Woodbury cuando buscaban los restos de un helicóptero que se había estrellado. Allí se encuentran con una retorcida combinación de deporte y perversión; como si se tratara de un circo, los muertos viv...