Once

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Durante una fracción de segundo, se quedan parados mientras el corazón les late como un martillo pilón. Aparte de varios envoltorios de caramelos repartidos por el suelo, de botellas de refresco vacías y de una cantidad increíble de polvo, el rellano del segundo piso está, al igual que el vestíbulo de la planta baja, vacío. La luz del sol entra débilmente por las ventanas que hay en el extremo más alejado e ilumina la neblina de polvo que vuela frente a las puertas cerradas: la 2-A, la 2-C y la 2-E en un lado y la 2-B, 2-D y 2-F en el otro.

-Están encerrados en sus casas -susurra Nick.

-Va a ser pan comido -asiente Philip.

-Venga, vamos -jalea Brian sin convencer a nadie-. Hagamos lo que hemos venido a hacer.

Philip mira a su hermano y después a Nick.

-Tenemos aquí a John Rambo.

Se acercan a la primera puerta de la derecha, la 2-F, y levantan los cañones de las armas. Philip retrae la corredera de la Ruger.

Acto seguido, derriba la puerta de una patada.

Una masa de aire fétido les golpea en la cara. Es lo primero que aprecian: un asqueroso caldo de descomposición humana, orina y heces, sin olvidar el hedor de loszombies, que lucha por vencer a los aromas más penetrantes de la comida rancia, los baños mohosos y la ropa podrida. Es tan abrumador e insoportable que empuja a los tres hombres literalmente medio paso hacia atrás.

-Santo cielo -dice Nick mientras tose y se cubre la cara como si el hedor fuese un viento que lo azota.

-¿Aún te parece que mis pedos huelen mal? -pregunta Philip mientras se adentra en las nauseabundas sombras del apartamento con la pistola levantada.

Nick y Brian lo siguen con las escopetas listas y los ojos muy abiertos y brillantes a causa de la tensión.

Un instante después, encuentran a cuatro de ellos en reposo en el suelo de un caótico salón, cada uno en una esquina, boquiabiertos y catatónicos. Emiten gruñidos lánguidos al ver llegar a los intrusos, pero están demasiado atontados, enfermos o dementes para poder moverse. Es como si ya estuvieran tan hartos de su infernal destino que hubieran olvidado cómo utilizar el mobiliario. Es difícil asegurarlo en la penumbra, y más aún con las caras hinchadas y la carne ennegrecida, pero al parecer se trata de otra familia: mamá y papá y dos hijos ya mayores. Las paredes tienen extrañas marcas de arañazos, como un cuadro abstracto. Eso indica que esas cosas seguían un vago instinto que los impulsaba a salir de allí.

Philip se acerca al primero, cuyos ojos vacíos reflejan el brillo de la Ruger. El disparo salpica de sesos el Jackson Pollock de arañazos que tiene a la espalda. La criatura se desploma. Mientras, Nick acaba con el sufrimiento de otra en el otro extremo del salón con un disparo de la Marlin que suena como una enorme bolsa de papel al reventar. La sustancia cerebral decora las paredes. Philip derriba al tercero cuando éste intenta levantarse con dificultad. Nick se acerca al cuarto; tras un estruendo, el pitido que les queda en los oídos amortigua el sonido de los fluidos al salpicarlo todo.

Brian está de pie, a diez pasos por detrás de ellos, con el arma en alto. Los ánimos se aplacan en su interior debido a una creciente marea de repulsión y náuseas.

-Esto... Esto no es... -empieza a decir. Pero un movimiento brusco a su izquierda le corta la voz.

El zombie errante se acerca a Brian desde las profundidades de un pasillo lateral. Surge de las sombras como un payaso monstruoso con el pelo negro de punta y los ojos pintados. Antes de que Brian pueda discernir si se trata de una hija o de una novia, la criatura, que lleva un vestido desgarrado que deja al descubierto un pecho como un jirón de carne masticada, salta sobre él con la fuerza de un defensa que hace una dura entrada.

The Walking Dead: El GobernadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora