Al día siguiente, Philip pasa una hora en el cobertizo que hay detrás de la villa revisando la colección de armas requisada a los intrusos y las herramientas de filo y otros utensilios de granja que dejaron los antiguos habitantes. Sabe lo que tiene quenhacer, pero elegir el modo de ejecución le resulta agónico. Primero decide utilizar la semiautomática de nueve milímetros. Será lo más limpio y rápido. Pero entonces le viene a la mente la idea de que usar una pistola sería injusto. Demasiado frío e impersonal. Tampoco puede considerar el uso de una hacha o un machete. Demasiado sucio e incierto. ¿Qué ocurriría si errase el objetivo por un par de centímetros y la cagara?
Al final se decide por la Glock de nueve milímetros, en cuya empuñadura procede a ensartar un cartucho lleno de balas.
Respira profundamente y se acerca a la puerta del cobertizo. Se detiene un instante y se prepara para lo que viene. Se oye el rumor esporádico de los arañazos en las paredes del cobertizo. La finca en la que se emplaza la villa rebosa de actividad mordedora, pues ocupa una verdadera legión de entes atraídos por el alboroto del tiroteo del día anterior. Philip abre la puerta de una patada.
La madera da contra un zombie femenino de mediana edad vestido con un delantal manchado que husmeaba alrededor del cobertizo. La fuerza del impacto hace que su cuerpo esquelético se tambalee hacia atrás mientras agita los brazos y que un gemido espectral surja de su rostro descompuesto. Philip pasa por su lado con la pistola en alto y apenas se desvía de su camino para acabar de abatirlo de un tiro certero en un lateral del cráneo.
El estruendo del disparo resuena mientras el cadáver se tambalea a un lado y a otro en una nube de vapor escarlata. Termina doblegado en el suelo.
Philip marcha por la parte de atrás de la villa, siempre con la pistola en alto, y a su paso liquida a otro par de mordedores errantes. Uno de ellos es un hombre mayor que sólo lleva puestos unos calzoncillos amarillos, quién sabe si porque tal vez se hubiera fugado de una residencia de ancianos. Otro es probablemente un antiguo cultivador de fruta, puesto que su cuerpo hinchado y ennegrecido aún está cubierto por su mono de trabajo original. Philip los derriba sin mayor problema, de un tiro cada uno, y toma nota mental de que tiene que recoger los restos más tarde, a lo largo del día, con la pala quitanieves integrada en la segadora.
Ha pasado casi un día entero desde que Penny muriera en sus brazos y ahora se levanta un nuevo amanecer radiante y azul, con el cielo limpio de otoño coronando el paisaje de la vasta extensión de melocotoneros. A Philip le ha llevado casi veinticuatro horas reunir el coraje suficiente para hacer lo que tiene que hacer. Al llegar al huerto le suda la mano con la que sujeta la pistola.
Le quedan cinco balas en el cargador.
Entre las sombras del bosque, una figura gime y se retuerce contra el viejo tronco de un árbol. Atado con una soga y cinta adhesiva, el prisionero se esfuerza por escapar con vana desesperación. Philip se acerca y levanta la pistola. Fija el blanco entre los ojos de la figura y, durante sólo un instante, se pide a sí mismo que termine rápido con esto: «Abre la herida, extirpa el tumor y listo».
A Philip le flaquea el pulso y, con el dedo congelado sobre el gatillo, suspira atormentado:
—No puedo hacerlo —murmura en una exhalación.
Baja el arma y se queda mirando a su hija. A un par de metros, atada al árbol, Penny gruñe con el ansia asilvestrada de un perro rabioso. Su cara de muñeca de porcelana se ha encogido, se ha hundido como una calabaza blanca y podrida. Sus tiernos ojos se han convertido en un par de piezas metálicas, diminutas como monedas. Los labios inocentes que un día tuvieron la forma de tulipanes ahora aparecen ennegrecidos y replegados sobre una dentadura viscosa. No reconoce a su padre.
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The Walking Dead: El Gobernador
HorrorGrimes, Glenn y Michonne, descubren el pueblo de Woodbury cuando buscaban los restos de un helicóptero que se había estrellado. Allí se encuentran con una retorcida combinación de deporte y perversión; como si se tratara de un circo, los muertos viv...