Las figuras se acercan desde la mediana, desde detrás de los restos llameantes del accidente y desde los bosques adyacentes. Son de todos los tamaños y formas, con rostros del color de la masilla y ojos que brillan como canicas junto al fuego. Unos se han quemado. Otros visten harapos. Algunos están tan bien vestidos y aseados que parece que acaban de salir de misa. La mayoría tienen esa mirada de hambre insaciable, los labios curvados y los incisivos expuestos.
—Mierda. —Brian mira a su hermano—. ¿Qué vas a hacer? ¿En qué estás pensando?
—Mete el culo en el coche, Brian.
—¡Mierda! ¡Joder!
Brian sale disparado hacia la puerta lateral, la abre con brusquedad y sube para colocarse al lado de Penny, que mira a su alrededor con expresión asustada. Brian cierra la puerta de golpe y le pone el seguro.
—Cierra las puertas, Nick.
—Voy a ayudarlo —repone el otro cogiendo la escopeta y abriendo la puerta de su lado. Pero se para en seco cuando oye el extraño sonido de la voz de Philip, neutra, fría y metálica, a través del maletero abierto.
—Yo me encargo de esto. Haz lo que dice, Nick. Bloquea las puertas y mantente agachado.
—¡Son demasiados!
Los pulgares de Nick ya martillean el tambor de la Marlin. Tiene la pierna derecha fuera del coche, la bota de obrero en el pavimento.
—Quédate dentro del coche, Nick.
Philip está sacando un par de hachas de cortar leña. Hace unos días que las encontró en el cobertizo del jardín de una mansión en las Fincas Wiltshire: dos pedazos simétricos de acero industrial afilados como navajas. En aquel momento, se preguntó para qué coño querría dos hachas de ese tipo un ricachón gordo que probablemente pagaba a un servicio de jardinería para que le cortara los troncos de la chimenea.
En el asiento delantero, Nick vuelve a meter la pierna dentro del coche, cierra de un portazo y echa el seguro. Se da la vuelta con los ojos brillantes sin dejar de sujetar la escopeta entre las manos.
—Pero ¿qué coño...? ¿Qué estás haciendo, Philly?
La puerta del maletero se cierra con violencia.
El silencio se apodera del interior.
Brian mira a la niña.
—Creo que deberías tumbarte en el suelo, cielo.
Penny no dice nada, pero se desliza hacia abajo por el asiento y se acurruca en posición fetal. Algo en su expresión, un destello de comprensión en sus grandes y dulces ojos, llega hasta Brian y hace que se le encoja el corazón. Le da palmaditas en el hombro.
—Saldremos de ésta.
Su tío se da la vuelta y echa una ojeada por encima del asiento trasero y de la carga del coche hacia la ventana de atrás.
Philip tiene una hacha en cada mano y se dirige andando con tranquilidad hacia la multitud de zombies que se está congregando.
—Dios... —murmura por lo bajo.
—¿Qué está haciendo, Brian?
La voz de Nick suena aguda y tensa. No deja de manosear con los dedos el seguro de la Marlin.
Brian es incapaz de darle una respuesta porque se encuentra completamente extasiado por la terrible imagen de lo que ocurre al otro lado de la ventana.
No es bonito. No es elegante, ni impresionante, ni heroico. Ni siquiera está correctamente ejecutado... pero hace que se sienta bien.
—Lo tengo controlado —se dice Philip a sí mismo en voz baja mientras carga contra el que tiene más cerca, un hombre de complexión pesada con pantalones de granjero.
ESTÁS LEYENDO
The Walking Dead: El Gobernador
HorrorGrimes, Glenn y Michonne, descubren el pueblo de Woodbury cuando buscaban los restos de un helicóptero que se había estrellado. Allí se encuentran con una retorcida combinación de deporte y perversión; como si se tratara de un circo, los muertos viv...