Una vez más, es el olor lo primero que le golpea en la cara cuando se asoma por la ventana sur del apartamento 3-F: el aroma de un guiso metálico de desperdicios humanos cocidos a fuego lento en grasa de cerdo, un hedor tan asqueroso que hace que Philip se entremezca. Los ojos se le llenan de lágrimas al salir por la abertura. No cree que jamás pueda acostumbrarse a ese olor.
Sube a un descansillo oxidado y destartalado. La plataforma, que está unida a una escalera que zigzaguea tres pisos hacia abajo hasta una calle secundaria, se comba bajo el peso de Philip. El estómago le da un vuelco con el repentino cambio de gravedad y se coge a la barandilla.
El tiempo se ha vuelto sombrío y húmedo. El cielo tiene el color del asfalto y un viento del noreste se enrosca en los distantes cañones de cemento. Por suerte, más abajo, en la estrecha calle que se extiende por la parte sur del bloque de apartamentos, hay una cantidad mínima de merodeadores. Philip mira rápidamente el reloj. En apenas un minuto y cuarenta y cinco segundos, April arriesgará su vida frente al edificio, y es esa urgencia lo que hace que Philip se mueva. Baja rápidamente el primer tramo. La escalera gime bajo su peso y tiembla con cada paso.
Mientras desciende, nota los ojos plateados de los muertos, que lo miran atraídos por el traqueteo metálico de la escalera, que lo persiguen con sus primitivos sentidos, lo huelen, perciben sus vibraciones como arañas que notan una mosca en su tela. Las siluetas oscuras de su visión periférica empiezan a acercarse pesadamente hacia él, cada vez más. Vienen de la parte delantera del edificio para investigar. «Todavía no han visto nada», piensa al llegar al suelo y salir corriendo hacia el otro lado de la calle. Sesenta y cinco segundos. El plan es entrar y salir rápidamente. Philip se desplaza por los escaparates tapiados con el sigilo de un marine de los Delta Force.
Alcanza el extremo este del bloque y encuentra un Chevrolet Malibú abandonado con matrícula de otro estado.
Treinta y cinco segundos.
Philip oye los pasos arrastrados que se acercan a él mientras se oculta tras el Malibú y se quita la mochila con celeridad. No le tiemblan las manos al sacar la botella de Coca-Cola de medio litro llena de la gasolina de una garrafa que April ha encontrado en la sala de mantenimiento del sótano del edificio.
Veinticinco segundos.
Abre el tapón, mete el trapo empapado en gasolina y coloca la parte puntiaguda de la botella en el tubo de escape del Malibú con un trozo de trapo de treinta centímetros colgando. Veinte segundos. Saca un encendedor Bic, lo enciende y lo acerca al trapo.
Quince segundos.
Sale corriendo.
Diez segundos.
Consigue cruzar la calle pasando junto a un montón de mordedores hasta un recoveco oscuro, donde se esconde tras unos cubos de basura justo antes de oír el ¡bum! de la primera erupción, cuando la botella se incendia dentro del tubo de escape.
La sigue una explosión mucho mayor. Philip se tira al suelo y se cubre la cabeza mientras la onda expansiva sacude la calle y una bola de fuego convierte las sombras en lugares bien iluminados. «Justo a tiempo», piensa April mientras se agazapa entre las sombras del recibidor y la explosión sacude la puerta de cristal. La luz que se extiende sobre ella es como el flash de un fotógrafo invisible. Mira por la parte inferior de la puerta tapiada y nota el cambio en el oleaje del océano de muertos.
Igual que una marea de caras demacradas y lívidas que se mueven con la fuerza gravitatoria de la Luna, empiezan a seguir el ruido y la luz. Se dirigen hacia el sur del edificio como una masa desorganizada.
Un trozo de espumillón al sol no podría atraer más a un montón de gorriones que la explosión a los mordedores. En cuestión de un minuto, la calle de delante del edificio queda prácticamente desierta.
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The Walking Dead: El Gobernador
KorkuGrimes, Glenn y Michonne, descubren el pueblo de Woodbury cuando buscaban los restos de un helicóptero que se había estrellado. Allí se encuentran con una retorcida combinación de deporte y perversión; como si se tratara de un circo, los muertos viv...