Trece

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Philip abre la puerta de una patada. Hay velas en el suelo. La alfombra arde en algunos puntos. El aire humeante vibra con los gritos. Philip distingue un movimiento desdibujado en la oscuridad y sólo le hace falta un nanosegundo de aliento contenido para darse cuenta de lo que ve entre las sombras.

La cómoda caída, la causante del estrépito que han oído, ha aterrizado a unos centímetros de Tara, que está en el suelo. Se arrastra con instinto animal intentando desesperadamente liberarse de los grilletes de dedos muertos que le cogen las piernas.

«¿Dedos muertos?»

Al principio, durante un instante, Philip piensa que algo ha entrado por la ventana,pero entonces ve la marchita figura de David Chalmers, convertido, tirada en el suelo y sobre las piernas de Tara, clavándole las uñas amarillentas en la carne. La cara hundida del viejo está lívida, es del color del moho y sus ojos están cubiertos de cataratas blancas. Ruge con un gruñido hambriento y gutural.

Tara consigue liberarse, lucha por ponerse en pie, pero entonces choca de costado contra la pared.

En ese momento pasan muchas cosas al mismo tiempo: Philip se da cuenta de lo que ocurre, de que ha dejado el arma en la cocina y de que tiene un tiempo limitado para deshacerse de esa amenaza. Ésa es la clave: el viejo y amable intérprete de mandolina ha desaparecido y esa cosa, esa masa terrible de tejido muerto que se levanta y aúlla con un grito confuso y baboso, es una amenaza. Más que las llamas que lamen la alfombra; más que el humo que ya forma una neblina espantosa en la habitación; esa cosa que se ha materializado dentro de su santuario es la mayor amenaza.

Una amenaza para todos.

En ese mismo momento, antes de que Philip pueda moverse, llegan los demás y se colocan junto a la puerta abierta. April suelta un gañido de angustia; no es un auténtico grito, sino más bien un gemido de dolor, como un animal al que le disparan a las entrañas. Se abre paso hasta la habitación, pero Brian la coge y la sujeta. April se retuerce entre sus brazos.

Todo eso ocurre en un instante, al tiempo que Philip ve el bate. Con toda la excitación de la noche anterior, April dejó el bate de béisbol de metal autografiado por Hank Aaron en un rincón, junto a la ventana tapiada. Ahora brilla entre las llamas, a unos cinco metros de Philip. No hay tiempo para valorar la distancia o para planear la maniobra mentalmente. Sólo tiene tiempo para correr por la habitación. Para entonces, Nick ya se ha dado la vuelta y corre por el apartamento en busca de su arma. Brian intenta sacar a April de la habitación, pero la chica es fuerte y está histérica. Ahora grita.

Philip tarda unos segundos en cubrir la distancia entre la puerta y el bate. Pero en ese breve lapso de tiempo, la cosa que antes era David Chalmers vuelve a por Tara.

Antes de que la gruesa mujer pueda orientarse y salir de la habitación, el viejo la acorrala. Unos dedos fríos y grises buscan su garganta con dificultad. Ella choca de nuevo contra la pared, lo golpea con las manos e intenta apartarlo. Las mandíbulas pútridas se abren y un aliento rancio le golpea la cara. Los dientes ennegrecidos se separan. La cosa va a por la curva pálida y carnosa de la yugular.

Tara grita, pero antes de que los incisivos puedan hacer contacto, el bate cae. Hasta este momento, especialmente para Philip, la acción de deshacerse de un cadáver en movimiento había sido un acto casi mecánico, tan obligatorio como aturdir a un cerdo en el matadero. Pero esto es diferente. Sólo le hacen falta tres golpes secos.

El primero, un duro bastonazo en la región temporal del cráneo de David Chalmers, tensa al zombie y detiene su avance hacia el cuello de Tara. Ésta se desliza hasta el suelo en un paroxismo de lágrimas y mocos.

El segundo golpe alcanza el lateral del cráneo del zombie cuando éste se vuelve involuntariamente hacia su atacante. El acero templado del bate le hunde el hueso parietal y parte de la cavidad nasal y lanza pedazos de materia rosada al aire.

The Walking Dead: El GobernadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora