Capítulo 10

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CICATRICES DEL PASADO.

Tapé mis oídos con ambas manos. Los gritos de padre eran espantosos. Siempre lo hacía. Se embriagaba en el bar de la ciudad y llegaba a altas horas de la noche con el único objetivo de amedrentar contra quienes éramos el motivo de su miseria.

La frustración de padre crecía a pasos agigantados. Cada día era peor. Golpeaba a madre sin contemplación, trataba de golpear a Thomas pero yo nunca se lo permitía. Era yo quien me ofrecía voluntariamente para que desahogara un poco su desgracia.

Esa noche, Thomas llegó hasta mi cama. Tenía su bella carita empapada en llanto.

—Tengo miedo, Lucille— dijo él —Padre no deja de golpearla y me ha visto escondido en el armario. Viene a por mí.

—No lo dejare. Ocúltate donde siempre— lo abracé con fuerza y le di un beso en la frente.

—¿Dónde estás pequeño demonio? —la voz de padre hizo que se me erizara la piel.

—Corre— susurré y Thomas hizo lo que dije, se ocultó debajo de mi cama.

—Lo he visto entrar en el cuarto de la niña— continuó padre.

—Déjalo en paz, James— rogaba mi madre.

—No Beatrice. Estoy harto de ese muchacho y de que siempre coja mis cosas para jugar.

La puerta de mi cuarto se abrió de par en par, revelando la tosca figura de James William Sharpe, nuestro padre. En su mano llevaba su cinturón, listo para propinarle una paliza a mi pequeño hermano.

—He sido yo, padre. Yo cogí tus cosas—mentí...

...Como siempre lo hacía, con tal de cuidar a Thomas.

Él era tan pequeño y tan frágil. Tan hermoso. No podía permitir que nadie arruinara su singular belleza. Aunque fuese un niño curioso e intrépido.

—Muy bien. Si estas dispuesta a recibir el castigo que le corresponde a él. Te lo daré.

Mi impulso fue correr, pero tropecé con el bordillo de la alfombra y caí de bruces contra el suelo. Al caer, mis ojos se conectaron con los de Thomas. Un par de ojitos llorosos, llenos de miedo me veían desde debajo de mi cama. Llevé mi dedo hasta mis labios y le indique que guardara silencio y que cerrara sus ojos, no quería que viera eso.

Vi como cerraba sus ojitos y se tapaba la boca con ambas manos. Suspiré de alivio al saber que él estaba a salvo. Lo siguiente que sentí fue un doloroso latigazo que golpeó mi espalda, haciéndome gritar. Uno más y otro. Cerré mis ojos y apreté mis dientes para no permitir que mis alaridos asustaran a Thomas...

—James. Basta— oí la voz de madre, quien intentó detener al monstruo que me pegaba pero de un empujón, ella también cayó en el suelo.

Padre no se detenía. Golpeaba y golpeaba con más saña. Sentí como la piel se me desgarraba y la sangre comenzaba a correr. Tal vez haya sido el color rojo emanando de mi piel que hizo que padre se detuviera.

Lo último que recuerdo antes de perder el conocimiento fue un par de pequeñas manito tocando mi rostro, era él, mi ángel.

*****

Sacudí mi cabeza con fuerza, obligándome a regresar al presente. Los recuerdos eran mucho más dolorosos de lo que pensaba. Miré por la ventana y los vi a los dos. Edith estaba de pie a unos cuantos metros de distancia, Thomas parecía estar muy concentrado en su segadora de arcilla, por lo poco que lograba ver desde donde estaba yo, por fin estaba funcionando como debía hacerlo.

Volví mi atención a la avena que estaba haciendo. Me acerqué al fogón y revolví el contenido de la Olla. Estaba lista, así que la apagué y la dejé reposar.

Me avoqué a arreglar un poco el desastre de la cocina, barrer las hojas secas que entraban por el enorme agujero del techo en el salón principal. Un poco de orden y limpieza no me venía mal para despejar un poco mi cabeza.

De repente, Finlay entró en la cocina, llevaba a Thomas colgado del cuello, a duras penas podían mantenerse en pie.

—¿Qué ha sucedido? —pregunte. Sentí pánico de ver el dolor reflejado en la cara de Thomas.

—Se ha quemado con la segadora— respondió Edith rápidamente.

—Déjame ver— me acerque casi corriendo.

—¿Tienen algo para...?

—En la alacena. Hay algunos bálsamos y remedios que he preparado— la interrumpí a la vez que me inclinaba para poder ver la mano de mi hermano. Tenía un color rojo intenso. Su mano estaba quemada. La toqué y Thomas frunció el ceño.

—Estaré bien, hermana. No te preocupes.

En cuanto Edith se acercó con un frasco en las manos, traté de arrebatárselo para encargarme de la situación.

—Puedo hacerlo— dijo ella ásperamente.

Solté un bufido en burla. ¿Qué iba a saber una niñita de ciudad como se debía atender una quemadura? Insistí al tratar de quitarme el frasco.

—Soy su esposa. Puedo encargarme de él. Puedo hacerlo— Edith sonó desafiante. Sujetó con fuerza el frasco.

—Lucille— Thomas habló —Déjala. Ella lo hará.

Los ojos de mi hermano mostraron algo de molestia. ¿Molestia conmigo? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Desde cuándo era otra persona quien lo cuidaba?

Edith se interpuso entre Thomas y yo.

—Pero...—traté de hablar.

Mi hermano mi miró nuevamente y no hizo falta que lo dijera. No me quería allí. Sentí como mi corazón se quebró en mil pedazos. Me di la vuelta y me marché. Las cicatrices en mi espalda dolían cuando hacia frio y la llegada del invierno me hacia recordar una y otra vez esa noche, en la cual por protegerlo había derramado mi propia sangre.

¿Acaso él ya no lo recordaba?

Me alejé de allí, sintiendo como la furia me carcomía.

® Vicios Oscuros (Completa) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora