Capítulo 14

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THOMAS Y YO.

La noche cayó y Thomas acudió a mi habitación. Sabía que algo me incomodaba. Sabía que algo sospechaba. Era seguro que él necesitaba hablar de lo que había sucedido el día anterior. Yo también lo necesitaba, y mucho.

Mi habitación era un vivario para mis colonias de insectos vivos y una cripta para los muchos desafortunados que había elegido matar y exhibir. Una variedad de herramientas de montaje, alfileres y cuchillos estaban amontonadas en todas las superficies planas, vitrinas de curiosidades contenían cachivaches peculiares como la cabeza reducida de un habitante de Borneo, un muñeco de vudú de la ciudad americana de Nueva Orleans y fetos de animales deformes suspendidos en formaldehído. Sin embargo, mi cama carecía de propensiones singulares. Siempre la mantenía limpia y con un aroma dulce. Había conservado los blancos más finos que albergaba Allerdale Hall y los rociaba con hierbas para mantenerlos blancos.

—Es evidente que algo te sucede— Thomas habló. Carecía del tacto tan peculiar en él.

Me di la vuelta para verlo, pero de igual manera me volví a girar para seguir ordenando un poco una de mis vitrinas. Decidí ignorarlo.

—Lucille... ¿Podemos hablar? —la voz de mi hermano era insistente.

Lo fulminé con mi mirada.

—¿Qué sucede? ¿Por qué no me hablas? — él se mostró algo preocupado —Por favor... háblame.

—Lo prometiste— dije por fin.

—Te he prometido muchas cosas que hasta el sol de hoy sigo manteniendo.

—Prometiste que no tomarías a ninguna otra mujer...

—Lucille, yo...

—Me has mentido— levanté mi voz y me acerqué rápidamente a él. Lagrimas se asomaron de mis ojos.—Le has hecho el amor a ella. Me has traicionado.

—Yo no... no quiero hacerte daño— sus ojos me transmitieron algo de miedo.

¿Tenía miedo de mí?

—Mírame a los ojos— le ordené en cuanto fijó su mirada en el suelo. Obedeció —Dime la verdad.

—¿La verdad? —titubeó —La verdad es que, no lo vi venir. Solo sucedió. No significó nada.

Sabía que mentía. Él me mentía descaradamente.

—Lucille— me abrazó —Te digo la verdad. Soy tuyo. Solo para ti.

—Todo lo que he hecho por ti— le esputé —He asesinado por ti. He tenido que aguantar el verte con otras mujeres, compartirte. Tragarme los celos que me queman por dentro cada vez que veo como le sonríes a otra mujer. Yo...

Mi dolor se hizo evidente. Lagrimas rodaban por mis mejillas.

Thomas me abrazó con más fuerza y me acurrucó en su pecho. Me amaba. Lo sentía. Pero...

...Pero, su amor se sentía extraño.

Vacío y a medias.

—Sólo para mí Thomas. Di que me amas.

Me miró fijamente a los ojos a la vez que pasaba su mano sutilmente por mi rostro para secar mis lágrimas.

Estrellita, ¿dónde estás? — comenzó a cantar y yo me senté en el borde de mi cama a escuchar, dichosa.

Estrellita, ¿dónde estás?

Me pregunto qué serás.

En el cielo y en el mar,

Un diamante de verdad.

Estrellita, ¿dónde estás?

Me pregunto qué serás.

Cuando el sol se ha ido ya

Cuando nada brilla más

Tú nos muestras tu brillar

Brillas, brillas, sin parar

Estrellita, ¿dónde estás?

Me pregunto qué serás.

Su voz era un bálsamo que calmaba cualquier dolencia de mi perturbada alma. Sin embargo, lo extrañaba. Añoraba despertar a su lado. Compartir mis noches con él y quedarme dormida entre sus brazos. Tantos sueños de un futuro juntos. Soñábamos juntos con el día de salir de todos los problemas financieros.

Él extendió los brazos y yo acudí a su abrazo para que él me guiará en un vals.

Chopin resonó en nuestras mentes y el baile comenzó.

Dimos vueltas al compás de la melodía silenciosa que llenaba el espacio de mi habitación mientras me perdía en los bellos ojos de Thomas, moreno y hermoso. Girábamos en un círculos mientras las polillas volaban a nuestro alrededor.

El hechizo de nuestro amor nos abrazó. Había perdido la cuenta de las tantas veces que había vibrado entre sus brazos.

¿A qué edad me había rendido por primera vez a su encanto?

Un amor que era tanto una bendición como una maldición.

Bailamos.

Yo era su pareja perfecta. Cuando bailábamos vals, nuestro abrazo encerraba una vela que nunca, nunca se apagaba.

Uno-dos-tres, uno-dos-tres.

La Danza de la muerte en la oscuridad.

Un sonido espantoso interrumpió el momento. El viento rugía como si quisiera gritarle al mundo nuestro secreto. Era normal que de vez en cuando se escuchara como si la casa respirara, pero ese era un ruido mucho más escalofriante.

—¿Qué ha sido eso? — pregunté. Thomas se encogió de hombros —¿Edith? —indagué mirándolo a los ojos.

—Dormía profundamente— respondió en un susurro.

Un mal presentimiento me embargó y rápidamente caminé. Salí de mi alcoba y me asomé. El frío era inclemente. Thomas abrió los ojos como platos al percibir como la nieve entraba por la puerta principal de la casa.

—Mierda— farfulló.

Corrió escaleras abajo y yo lo seguí.

Bajamos rápidamente las escaleras sin escatimar en el hecho de la puerta estaba abierta de par en par. Sentí que el corazón se me detenía al visualizar la figura de Edith al pie de la escalera. Yacía inconsciente.

Thomas se inclinó y con total premura se cercioró de que estaba viva. Aún.

—¿Qué rayos hace ella allí? —la pregunta salió de mi boca.

—No lo sé.

Sin más, la sujetó entre sus brazos y la llevó hacia el salón.

Miré la puerta y la nieve esparcida en el suelo. Comprendí que Edith había intentado huir.

Lo sabe. Ella lo sabe todo.

Sonreí.

Ha llegado el momento de acabar con tu existencia, Edith.






® Vicios Oscuros (Completa) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora