Capítulo 19

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MI ERROR.

Me sentí orgullosa, aliviada y alegría. Mi hermano, mi amada alma gemela había salido de su capullo. Había hundido el cuchillo en el moribundo cuerpo de Alan, había emergido como una palomilla hermosa, de alas negras. El americano entrometido cayó de bruces contra el suelo, mientras la sangre emergía de su cuerpo a chorros. Por fin, Thomas se había independizado.

Durante años, había sido yo la que había llevado la pesada carga sobre mis hombros, yo había hecho lo necesario por mantenernos a salvo. En ese instante, recordé las tantas veces que lo había malcriado y protegido. Definitivamente, saboreé ese momento. Mi dulce niño se había convertido en un monstruo, al igual que yo.

Clavé mis ojos sobre la perra estúpida. Ella había sido testigo del asesinato y ahora estaba completamente sola, a nuestra merced.

—Se aproxima tu hora, maldita— reí descaradamente en cuanto la mirada de Edith se empañó de lágrimas.

La tomé del cabello y la llevé a rastra escaleras arribas. Edith se retorcía y forcejeaba para que la soltara, pero en ningún momento aflojé el agarre, al contrario, mientras más se resistía mayor era la fuerza que ejercía para inmovilizarla.

Thomas arrastró el cadáver de McMichael hasta el elevador. ¡Se veía tan seguro de sí! Atrás había quedado mi "Thomas titubeante"; en su lugar, se encontraba un hombre de verdad, decidido a hacer lo necesario por nuestro bienestar. Ya no tendríamos necesidad de más mujeres que matar, Edith sería la última. Una vez que ella firmara los documentos que transfirieran su fortuna completa a Thomas y cuando ella firmara, yo, la mataría. Todo el terror, acabaría.

*****

Edith se tambaleó una vez más. La golpeé repetidas veces para que entrara en mi habitación. Ella se negaba a cooperar. La empujé y cayó sobre la cómoda silla donde me sentaba casi todas las noches a leer y esperar a que mi amado llegara. Rápidamente fui a buscar los papeles que debía firmar. Cuando me acerqué a ella nuevamente, vi que trataba de levantarse. Sin piedad, la volví a empujar, dejándole claro que nunca escaparía. Lancé los papeles sobre su regazo.

—No hace falta que los leas, sólo fírmalos —dije y le hice entrega de un bolígrafo, su bolígrafo, el cual había encontrado junto a su manuscrito.

Tomé el montón de papeles y los ojeé. Solté una sonora carcajada al ver lo irónico del asunto. Su historia de fantasma, amores trágicos y metáforas del pasado, sin quererlo, se estaba tornando en su más cruda realidad. Abrí la puertilla de la calefacción y arrojé a un lado la carpeta donde guardaba sus tontas anotaciones. Antes de arrojarlas al fuego, las miré una vez más...

"... y fue entonces cuando se dio cuenta, tanto con terror y alivio, que se trataba del espectro de su madre."

—¿De verdad te creíste que eras escritora? —reí una vez más y una a una, fui arrojando las hojas entre las furiosas llamas—. Con todos tus fantasmas —me giré hacia ella y noté que solo miraba la pluma de oro entre sus manos, como pensando en hacerlo o no—. ¿Qué estas esperando? No tienes nada por qué vivir. Nunca te amó. A ninguna de ustedes. Sólo me ama a mí. Firma —Edith me miró fugazmente y luego volvió a clavar su mirada en los papeles—. Todas las mujeres que encontramos, en Londres, Edimburgo, Milán...

—América —susurró Edith.

—Sí. América —coincidí por darle gusto—. Todas tenían lo necesario: dinero, sueños rotos y ningún pariente vivo. Nunca nadie las buscaría —tomé un par de tijeras y me acerqué a mi víctima, quien enseguida opto una posición defensiva—. Todas ellas fueron asesinadas por piedad —sujeté un mechón de su dorado cabello.

® Vicios Oscuros (Completa) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora