Capítulo 15

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JUNTOS POR SIEMPRE, ESA ES LA PROMESA.

Edith yacía en la cama de Thomas. La misma que había compartido con sus difuntas esposas. Sin embargo, Edith había durado más de la cuenta. Ya iban a ser casi dos meses. Cuanto mucho, la que más había durado era Enola, un mes.

Una, dos, tres. 

Di suaves golpecitos en el borde del tazón con avena y proseguí a revolver el contenido del mismo. Mi cuñada había dejado de tomar el té, porque era más que obvio que había descubierto la verdad, por lo tanto, yo había agregado el doble de veneno habitual a su alimento. Haría que se lo tomara, fuese como fuese.

Acomodé todo en la bandeja. Puse un poco de té para disimular que no sabía que ella sabía. Mientras menos me mostrara ansiosa, más fácil sería seguir engañándola.

Caminé lentamente, saboreando mi victoria. Edith estaba más muerta que viva. Sería un milagro si duraba una semana más. Pronto nos desharíamos de esa intrusa y Thomas sería de nuevo mío. 

Solo mío.

*****

Rubio, muy rubio era su cabello. Su rostro estaba pálido, indició de su debilidad. Ella abrió sus ojos lentamente y allí estaba yo, esperando. Esperaba gustosamente por ser quien terminara de arrebatarle la poca vida que quedaba en su cuerpo.

—Ya estas despierta—Fingí alegría— ¡Querida! Te encontramos inconsciente cerca de la puerta, al pie de la escalera ¿Te sientes mejor? —sentí repulsión ante mi hipocresía, pero tenía que seguir actuando como la cuñadita amable.

Edith intentó levantarse, pero estaba tan mal que su intento fue en vano.

—Necesito ir al pueblo... ver a un doctor —arrastró las palabras. Era evidente su mal estado.

—Por supuesto que sí, pero me temo que estamos atrapados por la nieve. Tal vez en uno o dos días— le dije con serenidad, tratando de calmarla.

Me senté en la cama, a su lado y rápidamente tomé la taza de té para ofrecérselo. Ella lo rechazó. Enseguida corroboré mi sospecha.

Definitivamente lo sabía. Sabía que el té estaba envenenado.

Maldije mentalmente mi estúpido sadismo por querer conservar las grabaciones de Enola y demás desgraciadas que había desposado mi hermano y que yo misma había asesinado con mis propias manos. De haberlas destruido cuando las encontré, Edith no sabría nada. Pero, no. Yo había decidido guardarlas en el maldito baúl de Enola, junto a sus demás pertenencias y evidencias de nuestros crímenes, solo por el placer de regodearme viendo las imágenes y oyendo las grabaciones una y otra vez. Era una manera de recordarme que yo tenía el control y que nada ni nadie me alejaría de Thomas.

Él era mío. 

De nadie más.

En vista de que ella se había negado a tomar el té, recurrí al plan b. La avena.

—Debes alimentarte, entonces querida— sumergí la cucharilla en la mezcla homogénea y se la ofrecí —Debes recuperar la fuerza — ella accedió y comió. Me sentí victoriosa al lograr el cometido, envenenarla, así que amablemente la alimenté —Cuidé a mamá en ésta cama. Verás, padre era un bruto que la odiaba. Él era un salvaje. Le rompió la pierna. Se la rompió en dos con el tacón de su bota— la mirada de Edith denotó pavor —Nunca se recuperó del todo. Mamá estuvo postrada en ésta cama durante mucho tiempo. Yo la cuidé, la alimenté, la bañé, le cepillé el cabello. Yo frotaba linimento sobre sus cicatrices. Ella se recuperó gracias a mí. Haré lo mismo contigo. Te recuperarás gracias a mí.

® Vicios Oscuros (Completa) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora