Capítulo 17

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ÉSTA SOY YO. ÉSTE ES ÉL.

Así, como siempre. Todos nuestros desacuerdos o riñas, siempre terminaban en mi cama. Entre las sabanas. Thomas y yo lográbamos entendernos con el simple lenguaje de nuestros cuerpos.

Una vez más, me aferré a su cuello y a sus dulces labios. Los besé con ternura y pasión. Con devoción. Con la devoción que solo me hacía sentir él. Mi dulce niño. Mi bello amante secreto.

Las polillas y la oscuridad eran las únicas testigos de nuestro pecado. Una infamia que nos acompañaba desde el día en que habíamos descubierto el placer que podían darse un hombre y una mujer. Dos hermanos maldecidos por la vida, al negarles profesar su amor libremente.

Pronto todo terminaría. Edith estaría muerta en menos de una semana. Yo me aseguraría de eso y finalmente, Thomas y yo podríamos amarnos sin restricciones

Sus gemidos eran la melodía más hermosa que podían oír mis oídos. Mis manos se encargaban de darle placer en ese punto que a todo hombre le hace perder la cordura. Él me abrazó con fuerza, dispuesto a hacerme suya, una vez más. Su lengua jugueteaba traviesa en mi hombro. Sabía lo mucho que le encantaba mi piel y mi aroma. En ese instante, Thomas estaba extasiado con mi esencia... ambos estábamos entregados a nuestra perdición.

De repente, Thomas se detuvo y pude sentir la presencia de alguien más. Lentamente me separé de él y miré...

...Edith nos miraba...

Saboreé ese precioso momento. El momento de verla derrotada. Me regodeé de su dolor...de su miseria.

Y así como entró, salió. Huyó de la verdad, aunque no podría huir de su final.

El momento había llegado.

Me levanté de la cama. Thomas me sujetó del brazo.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó él.

—Acabar con esto.

Rápidamente, caminé tras Edith, quien trataba de escapar, pero en su nefasta condición, a duras penas lograba moverse. Ella cojeaba y se tambaleaba débilmente, se dirigió hacia el ascensor y fue allí donde la alcancé.

—Todo está al descubierto ahora— le esputé—. No hay necesidad de fingir más. Ésta es quien soy. Éste es lo que él es.

—Lo sabía—farfulló ella.

—¡No lo hagas, Lucille! Alguien toca la puerta— gritó Thomas desde el extremo de las escaleras.

—No eres su hermana— dijo Edith, negándose a la idea de que si lo fuera. Incluso para ella, era horripilante la verdad.

—Deliciosamente...— le arranqué el anillo de su dedo. No era que me importara mucho el hecho de que fuera una reliquia familiar, era más bien lo que el anillo significaba. La unión matrimonial con Thomas, una que ante los ojos de la sociedad no estaba permitida, pero en secreto era lo que representaba. Miré a la desdichada víctima y me burlé una vez más de ella —Si lo soy.

Sin pensarlo más, la empujé contra el barandal, éste cedió y ella cayó. El barandal inferior se hizo añicos y el moribundo cuerpo de Edith golpeó la madera y continuó su trayecto hasta estamparse contra el montículo de nieve que se había formado en el suelo.

Miré mi recompensa. Disfruté el momento. El verla tendida casi sin vida. Deslicé el anillo por mi dedo...

...Muere, maldita. Gritó mi conciencia.

La puerta sonó con fuerza. Fue allí cuando me percaté que un visitante inesperado había llegado para echarlo todo a perder.

Thomas corrió escaleras abajo y se precipitó en abrir la puerta. Yo por mi parte regresé a mi alcoba para adecentarme un poco y eliminar cualquier indicio de nuestros actos ilícitos.

En cuanto me uní a Thomas en la parte baja de la mansión, el pánico se apoderó de mí al ver de quien se trataba. No era solo un visitante inoportuno. Se trataba de un hombre enamorado que estaría dispuesto a todo por salvar a su amada. Maldije mentalmente nuestra mala suerte. Ya no tendríamos que asesinar solamente a Edith, sino también a Alan McMichael, quien me miraba con el ceño levemente fruncido.

Edith reposaba sobre una improvisada cama hecha con el sillón y algunos cojines. Alan le había vendado el tobillo y la revisaba para cerciorarse de que no tuviera otros daños.

En cuanto ella abrió sus ojos, sentí una leve punzada de rabia ¿Por qué demonios no se había muerto? La maldita parecía tener más vidas que un gato. Ahora debíamos encargarnos de los dos.

Edith se removió y Alan trató de calmarla.

—Discúlpenme por llegar sin previo aviso— dijo al girarse hacia nosotros. Traté de sonreír sin demostrar la ansiedad que sentía.

—Ha llegado usted como caído del cielo. No sabíamos qué hacer. Es un milagro —le dije a Alan—. Ha estado enferma, delirante. Se cayó por las escaleras.

—Me habló... —dijo Edith.

—¿Quién te habló? —Alan le preguntó con delicadeza.

—Mi madre. Me estaba advirtiendo. La Cumbre Escarlata...

Edith balbuceaba, parecía una loca, lo que afianzó lo que yo acababa de decir. Ella deliraba. Teníamos que lograr que Alan creyera eso.

—Delirante ¿Lo ve? Pobre criatura.

—Sí. Ya veo— respondió Alan a la vez que sujetaba una taza de té y se la acercaba a Edith. Ella la rechazó.

Maldita mocosa. Lo echará todo a perder, pensé.

—No. Eso no— decía Edith una y otra vez.

Me acerqué al recién llegado y le di un leve apretón en el brazo. Recurrí a mis encantos de mujer al sonreírle pícaramente. Él me miró con confusión.

—Lamentamos que la haya tenido que verla así. Pese a que se crió en la ciudad, la vida en las montañas le estaba sentando bien —hice una pausa—. ¿Se quedará con nosotros? Hay que esperar a que pase la tormenta.

—Si insiste. Aunque... — ¿Aunque qué? Mo pude evitar levantar una ceja. La locura comenzaba a apoderarse de mí, pero debía controlarme—. Necesito un momento a solas con mi paciente — concluyó él.

—¿Cómo ha dicho? —preguntó Thomas con notoria molestia.

—¿Le importaría? —Alan preguntó en tono amistoso e inocente—. Sólo un momento. Debemos hacer todo lo posible para que sobreviva.

Jalé a Thomas de la manga ¿Qué se suponía que estaba haciendo? No era el momento para una escenita de celo.

—Bien, lo dejaremos doctor—afirmé en cuanto logré captar la atención de mi hermano.

*****

Con cada paso que daba, iba recuperando mi norte. Había estado a punto de actuar por impulso y así no era como yo lo hacía. Siempre me había detenido a mirar con calma todos y cada uno de los detalles que giraban en torno a un asesinato. Debíamos actuar rápido, pues la situación comenzaba a escaparse de nuestras manos.

Di largos pasos al subir las escaleras.

—¿A dónde vas? —preguntó Thomas, pero no hubo necesidad de decírselo, con tan solo mirarlo fijamente a los ojos, él lo comprendió. Me dirigía hacia la cocina.

Entre velozmente y me acerqué al estante de madera donde guardábamos la cubertería. Abrí la gaveta y tomé un cuchillo

—Alguien tiene que detenerlo. Sólo quiero saber, hermano, ¿Lo harás tú en esta ocasión? ¿O seré yo, como siempre?

El terror se reflejó en el rostro de Thomas. Di un paso hacia él para que sujetara el cuchillo. Él retrocedió.

Resoplé con fastidio ante la debilidad de mi hermano.

—Eso pensé— dije.

Una vez más. Yo tenía que encargarme del trabajo sucio.

® Vicios Oscuros (Completa) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora