James llegó a la mansión a media tarde.
-¡Oh, por el amor de Dios, James! -exclamó su madre acercándose a él-. ¿Estás bien? Nos tenías preocupados.
-Sí, madre, estamos bien.
-¿Estamos?
-La señorita Ackerson estaba conmigo. La tormenta nos pilló de improviso, y no nos quedó otra opción que desinfectarnos en el invernadero.
-Tendrás hambre, estarás cansado... -dijo su madre buscándole con la mirada preocupada.
-Tranquila, madre, tranquila. Está todo bien. Me echaré un rato en la cama.
-Pero... tus manos, tu cara...
-En serio, estoy perfectamente. Sólo son rasguños.
James se dirigió a las escaleras, encontrándose por el camino con su padre.
-¡James...!
-Padre...
El señor Stafford no pudo intercambiar más palabras con su hijo, que se mostraba cansado y con ganas de llegar a su cuarto.
-Súbanle algo de comer -pidió la señora Stafford a una de las doncellas.
-¿Qué le sucede? -preguntó su padre-. Lleva un uniforme de operario.
-¿No escuchaste la alarma? -preguntó ella con sorpresa.
-¿Alarma? ¿Qué alarma?
Su mujer, resignada, caminó lentamente a la sala de estar, donde siguió leyendo cotizaciones con una singular melodía clásica de fondo. James cruzó el despacho, abrió la puerta de su cuarto y cayó rendido en la cama.
En el camino se había dejado el cuerpo semidesnudo de Angie sobre la mesa. Ésta se reincorporó enojada, resoplando al sentirse ignorada. Después, tomó aire, bajó las luces y se acercó a él, casi durmiente. Sus manos huyeron de sutilezas y comenzaron a masajear sus hombros, alcanzando pronto su cuello.
-Clarisse, no es momento..., quiero descansar, deja la sopa y lárgate.
«¿Clarisse?», pensó ella con gesto extrañado. -Se confunde... -le susurró Angie sin detener los pulgares bailando en su nuca-, soy la señorita Dickinson.
-¿Eh? -balbuceó James a la almohada.
-Angie, su secretaria, ¿recuerda? -le explicó ella-. ¿Desea quitarse la camisa para que pueda hacerle el masaje en profundidad?
-¿Masaje? ¿En profundidad? ¿Pero de qué habla? -farfulló James-. Señorita Dickinson, creo que no ha entendido bien cuál será su función en Stafford Research.
Justo cuando James se giraba para levantarse, Angie dio unos pasos atrás, poniéndose en pie.
-Señor Stafford, sé perfectamente cuáles son mis funciones en la compañía. Y más exactamente en este despacho.
Lentamente, Angie se fue desnudando. Con ondulantes y sinuosos movimientos de pechos y caderas, buscaba en la lascivia de su danza que James le prestase algo más de atención.
-Creo que no es el momento más adecuado, señorita Dickinson.
-Opino justo lo contrario -dijo ella entre gemidos susurrantes, viajando con la yema de su dedo índice desde su propia lengua al cañón entre sus senos.
Antes de que Angie llegase a tierra desconocida, James la detuvo con palabras.
-No -exigió él con mirada amenazante.
Angie se sonrió, incrédula.
-¿Cómo?
-Ya me ha oído.
-Me haré la sorda...
Angie lo volvió a intentar. Esta vez, James fue algo más contundente.
-Si quisiera una fulana, no tendría más que chascar los dedos...
En ese mismo instante algo sorprendió a James.
-Eh..., no lo decía por ti, Clarisse -se disculpó con torpeza.
Angie se giró y vio a una doncella muy enojada, con una bandeja entre las manos.
-Aquí tiene su cena, señor -informó la joven sirvienta. Clarisse dejó caer la bandeja, que impactó contra el suelo, y salió del cuarto despechada.
James, a medio levantar, se dejó caer otra vez en la cama, mientras Angie se recomponía de su desnudez y excitación.
-Sé bien a lo que juega, señor Stafford. Conozco a los hombres como usted. Acaba de quedar muy claro que le gusta picar de flor en flor según le convenga.
-Parece conocerme bien...
-He estado mirando sus valoraciones personales sobre mí en el ordenador.
James entornó los ojos.
-Pero es curioso que ahora que me tiene junto a usted no quiera ni tocarme. ¿Qué ha cambiado, señor Stafford? ¿Acaso ha conocido a alguien más interesante que yo? No lo creo.
Angie estaba tan segura de sus palabras, que no paró de elogiarse.
-Imagínese la foto de boda. Reconózcalo, señor Stafford, seríamos la pareja perfecta. Y, por descontado, para su madre... yo sería la nuera perfecta.
-¿La nuera perfecta?
-No daría problemas, sólo hijos y estabilidad a su vida.
-¿Hijos? ¿Estabilidad? Yo sólo la elegí para...
-...seducirme, cortejarme con bonitas palabras, hacerme el amor...
Angie volvió a intentar acercarse a James.
-¿El amor? -interrumpió Claudia-. James no sabe lo que es hacer el amor. El susto de Angie fue esta vez mucho mayor.
-¿Es que nadie llama a la puerta en esta casa? -exclamó mientras intentaba cubrirse.
-¡Largo de aquí, aprovechada! Ya tendrás noticias mías -le dijo Claudia de malos modos-. Espero que te guste recolectar maíz.
-¿Cómo?
-¡Largo!
Angie, airada, salió del cuarto dando un portazo.
-Claudia... -murmuró James-, ¿desde cuándo llevas las riendas de mi vida?
-En tu estado es mejor que las lleve una persona como yo, aunque esté medicada. James, ¡tienes las manos destrozadas!
-No es nada, arañazos sin importancia.
-Sé que la salvaste -dijo ella acariciándole con suavidad.
-¿A quién? ¿A la señorita Ackerson? Sí.
-Os seguí por las cámaras de seguridad.
-¿Cómo? -preguntó James algo nervioso-. ¿Y qué viste?
Claudia sonrió con la boca llena de secretos.
-Dime, en serio, ¿viste todo? Claudia asintió dos veces.
-La tienes loca, estoy segura de ello -dijo ella-. Ahora tan sólo necesito saber una cosita... ¿Te gusta de verdad?
-No empieces con eso...
Claudia se levantó.
-Gracias por responder. Hasta luego. Me hace muy feliz saberlo.
-Pero si no he dicho nada.
-Tú no -dijo ella, girándose-, pero tu mirada sí. Descansa, James.
El joven y magullado James se quedó semidesnudo sobre la cama, mirando al techo, pensativo, dibujando en su mente los ojos azules, verdes o grises de Mary bailando sobre aquellas dos mejillas pecosas, y preciosas. Estaba deseando que llegase la noche, y no muy lejos de allí, Mary tenía exactamente el mismo deseo.