James observaba desde lo alto, a lomos siempre de su fiel compañero Loja.
-Míralos, parecen hormigas.
Se cruzan las miradas y no se hablan, ni siquiera se saludan, tan sólo intercambian sacos de arena y mineral. Loja relinchó. De repente, James tensó los músculos de su cara y entornó los ojos.
-Maldita sea, ¿puedes verlos? Esos dos se están peleando. Vamos a ver qué sucede.
Las labores de extracción se paralizaron.
-¡Te voy a matar! -gritó fuera de sí uno de los mineros.
-¡Acércate y te arrancaré la cabeza! -amenazó el otro.
En un segundo se volvieron a enzarzar sobre el polvo marciano. El resto de hombres, al ver que el señor Stafford se acercaba, se giraron y siguieron con su trabajo.
-¡Alto! ¿Qué sucede aquí?
Los hombres enfrentados siguieron golpeando ciegamente las escafandras. James bajó del caballo y los separó con rapidez y autoridad. Ambos cayeron a sus pies.
-¡Si continuáis no tendré que llamar a Seguridad! ¡Vosotros mismos os condenaréis! Los trajes no están preparados para combates cuerpo a cuerpo. ¿Queréis mataros? ¡Adelante! ¿Se puede saber qué os sucede? Ninguno habló.
-¿Líos de faldas? -sugirió James.
El silencio respondió. -No tengo la culpa de que su chica sea una zorra - masculló uno de ellos.
El otro se levantó y corrió hacia él. James lo detuvo y leyó en su placa.
-Thomas, quieto -le dijo James al oído, tratando de simpatizar con aquel desconocido-. ¿De quién habla? -De Gineth Allen, trabaja en la cantina.
James se sonrió, comprensivo con ambos. Entonces miró la placa del otro hombre.
-Mackory, levanta. Acércate, no quiero tonterías. Thomas, dime, ¿estáis casados?
-No, señor.
-¿La quieres?
-Más que a mi vida.
-Pues no lo parece, porque has estado a punto de perder ambas cosas -dijo James tirando ligeramente de un tubo del traje de Thomas, a punto de rajarse-. Mackory, dime, ¿por qué dices que es una... zorra?
-No soy el único que lo piensa.
-¡Sáquela de allí, señor Stafford, por favor! Ese lugar le está haciendo mucho mal. Las noches la están cambiando, está asustada, siempre a la defensiva -dijo Thomas con ojos suplicantes-. Búsquele otro lugar de trabajo, por favor, señor Stafford, ¡por favor!
-No -dijo James.
-Pero...
-Mackory, ¡y el resto, deteneos! ¡Atendedme!
La hilera de hombres en continuo discurrir se paralizó.
-¡Escuchadme! ¡No estamos en el salvaje oeste! Si así lo creéis, preparaos, porque puedo ponerme la placa de Sheriff en cualquier momento. Esto no es un planeta sin ley. Debéis respetar y se os respetará. Este hombre acaba de denunciar unos hechos, que éste otro acaba de corroborar.
A partir de esta noche, cuando visitéis la cantina, respetaréis a Gineth Allen, y no sólo a ella, sino a cualquier otra mujer que se os tope en el camino. Si me vuelvo a enterar de que esto no se cumple, preparaos para las consecuencias. Desde un cuarto en penumbra, las doncellas de la mansión observaban atentas a su ex-amante, absortas en una pantalla de las cámaras de seguridad cercanas a la mina de Hale.
-¡Qué hombre! -suspiró una de ellas-. Me tiemblan las piernas al escucharle.
-¡Mirad, mirad, ahí llega Ackerson! -señaló otra de las doncellas.
Los hombres se dispersaron tras el discurso. Mary apareció conduciendo un vehículo, que se quedó a escasos metros de ellos. James se dirigió hacia ella, nada más salir.
-¿Qué ha pasado?
-Nada, no te preocupes. Una pelea sin importancia.
Mary reconoció a Thomas que regresaba a la fila.
-¿Otra vez? -preguntó Mary-. James, sabes que no es buena idea meter a una tropa de hombres borrachos en un lugar cerrado con una chica como Gineth. Por favor...
-Está bien, la sacaremos de ahí, deja que hable con el Departamento de Asignación de Personal y lo arreglaremos.
Mary se ilusionó con sus palabras.
-Gracias, James.
-No cantes victoria todavía, debemos ver qué vacantes quedan.
-No importa, es un primer paso. ¿Puedo abrazarte?
-No es buena idea -dijo él señalando con un gesto a las cámaras y a los hombres.
-Ya lo sé -dijo Mary, que sin embargo le abrazó.
-Mary...
-Me he tropezado... -mintió entre risas.
Cuando se reincorporó, James le preguntó:
-¿Qué tal va tu trabajo?
-Bien, los invernaderos están funcionando a la perfección. Tenemos verduras suficientes para alimentar a todos estos pervertidos durante meses. Lo de la carne está siendo más complicado.
-¿Por?
-No tenemos reses suficientes. La clonación genética no es tan rápida como esperábamos y, en breve, es posible que tengamos que ir racionando las proteínas.
-Bueno, siempre podemos darles proteína en polvo.
-Muchos de ellos se lo tendrían merecido -le susurró Mary.
James se puso a su lado, mirando a los mineros.
-¿Has avanzado algo con... lo nuestro? -preguntó recolocándose el sombrero.
-Me tienes frita buscando información. Claro que avanzo, lo tengo en la cabeza todo el día. Ya que tú no puedes, alguien tendrá que hacerlo, tenemos que seguir hasta conseguirlo. Sé más de los cráteres de Marte que de las pecas de mi cuerpo.
James se sonrió.
-Tus pecas son cosa mía. Sin que nadie lo percibiese, se fueron dando la mano.
-Oh, el señor Stafford me está tocando el guante... -bromeó ella.
-Odio este tacto de goma -dijo James entre dientes.
-Yo también -se resignó Mary-, mataría por poner tu mano en mi cuerpo desnudo... Por favor, cambiemos de tema o no respondo de mis actos.
-Buena idea. A ver..., ¿dónde quedamos para hacer el amor?
-Donde quieras, pero que sea un sitio respirable.
Desde lejos, escondidas en su madriguera espía, las doncellas sollozaban.
-No se escucha... -decía una-. ¿Qué se estarán diciendo?
-No lo sé, pero puedo imaginármelo -comentaba otra.
-¿Qué habrá visto en ella?
-Ni idea, pero espero que se le pase pronto. Estoy cansada de buscar señores Stafford y encontrarme babosos borrachos.
Esa misma noche, James le hizo el amor a Mary de las maneras más insospechadas. Su compenetración era tal que los mínimos tabúes que pudieron existir en un primer momento pasaron a un segundo plano. Mary se dejaba amar en todas las vertientes posibles. Él jugaba con todo su cuerpo, buscando la manera perfecta de llevarla al clímax absoluto. Su lengua barnizaba su piel pecosa, y las yemas de sus dedos patinaban sobre el sexo húmedo y rosado de Mary, que se sentía animal salvaje poseído por la pasión. Ella, a su vez, no dejaba pasar la oportunidad de encontrar en el miembro de James el néctar de su virilidad. Le encantaba hacerle gemir, notar sus contracciones, su firme erección en su interior. Asirse del falo para hacerlo suyo, sólo suyo, era uno de sus placeres secretos. Después, dormían unidos, secando el sudor entre ensoñaciones sobre el futuro de Marte.