James estaba tan nervioso como elegante. Claudia, desde su asiento, intercambiaba miradas cómplices con él y con Andrew, que no paraba de bosquejar las escenas de la boda en un cuadernillo. Aquella iglesia improvisada en el invernadero era especial. Las palmeras hacían las veces de columnas y las cúpulas eran sus anchas hojas, que unidas pintaban el cielo de verde. El pasillo de flores y plantas tropicales engalanaban el paseo desde la entrada al altar, donde James esperaba junto a su madre.
— Siento mi comportamiento, hijo mío.
— Madre...
— No, déjame. Sé perfectamente cuando me equivoco, básicamente porque me equivocó muy pocas veces. Pensé que Angie sería un mejor partido para ti y desprecié a Mary por mil motivos que nada tenían que ver con lo importante: el amor.
— Gracias, mamá.
La señora Stafford se quedó anonadada con esa manera tan dulce con la que su hijo le llamó 'mamá'. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
— No llores, mamá, es un día feliz
— El más feliz de mi vida, hijo mío, el más feliz..
En ese instante, la música inundó el aire húmedo. El padrino de la novia no era el señor Stafford — que hacía las veces de cura— , sino Loja que, acicalado para la ocasión, acompañó a Mary a la que llevaba sobre su lomo. Todos los invitados se maravillaron al contemplar la belleza angelical de aquella mujer. Gineth, totalmente radiante junto a Thomas, envidiaba en secreto a su amiga. Su piel blanca y moteada por un pequeño universo de pecas vivía entre las telas de un vestido de novia que décadas antes vistió la señora Stafford, y que Mary estuvo encantada de llevarlo, porque era bonito, sobrio y, además..., de su talla.
— Me quedaba mejor a mi...
— Mamá...
— Tranquilo, ya me callo.
Loja se acercó al altar y Mary bajó del caballo, con la ayuda de su prometido.
— Estás preciosa, Mary.
— Gracias, tú también. ¿Nunca te han dicho que afeitado estás más guapo?
James se acarició la barbilla con una sonrisa pícara.
— Es broma, estás guapo de cualquier manera.
La ceremonia transcurrió con alegría y distensión. Era la primera boda que se oficiaba en aquel planeta. Estaban asistiendo, sin darse cuenta, a un pequeño, momento histórico de la especie humana.
Pronto llegaron a la parte culminante.
— James Stafford, ¿quieres recibir a Mary Ackerson como esposa, y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?
— Aquí y en cualquier lugar del universo. Si, quiero.
— Mary Ackerson, ¿quieres recibir a James Stafford como esposo, y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y así, amarle y respetarle todos los días de tu vida?
— Si, quiero — dijo ella, liberando una pequeña lágrima.
El silencio cubrió el invernadero. Los anillos engarzaron los dedos de los prometidos, formando una unión invisible imposible de romper.
El señor Stafford, pensando ya en el banquete, pronunció lo que todos esperaban escuchar:
—Yo os declaro marido y mujer. Hijo mío, puedes besar a la novia.