<<¿Qué haré sin ti, Mary? No sé vivir si no estás a mi lado. Nunca encontraría a nadie como tú. ¡No quiero encontrar a nadie como tú! ¡Te quiero a ti, solo a ti! Necesito que mis manos vuelvan a acariciarte. Quiero besarte, tenerte junto a mí, arropados los dos con el calor del otro. No puedo imaginar que algo malo te ha sucedido, que algo malo nos ha separado, después de todo lo que hemos pasado por volver a estar juntos otra vez. Sé que estás viva, porque mi corazón sigue latiendo, y eso es buena señal, muy buena.>>
James hablaba, gritaba para sus adentros. Lloraba como jamas lo había hecho antes. Ni las heridas ni el dolor físico más extremo le habían hecho sentirse así. Sin ella se encontraba solo, desprotegido, rabioso e intolerante con la vida, a la que desperdiciaba de tal manera que sólo pensaba en morir si así podía estar a su lado. Pero un pálpito le empujaba a buscar a su amada Mary, aunque fuera bajo los escombros de la prisión.
Lejos ya del edificio destruido, Mary arrastraba el cansancio en sus piernas. El desierto infinito y rojo era el escenario de su próxima defunción. Pronto la noche caería y el frío invadiría esa especie de estepa siberiana. Ella luchaba por encontrar alguien en el camino que la salvase de su perdición, pues el Monte Olimpo pese a parecer cercano, estaba muy alejado de ella.
Entonces, con poca esperanza ya, encendió la grabadora de mensajes de su propia escafandra y habló:
—James, soy yo, Mary. Espero que esto esté grabando bien... No sé cuánto oxígeno me queda, pero esto no tiene muy buena pinta. Camino hacia el Monte Olimpo, pero está muy lejos todavía, y no creo que consiga llegar... Verás, James, sólo quería decirte que no quiero morirme sin que sepas que te echaré mucho de menos. Tanto que ni la muerte apaciguará mi dolor. Esta locura de atravesar la meseta la hago por volver a verte..., sólo por volver a verte.
Un aviso acústico indicó que las reservas de oxígeno estaban al mínimo.
—¿Lo has escuchado? Es la cuenta atrás... —dijo entre lágrimas— . James, te quiero..., te quiero y siempre te querré. Dios..., me asusta tanto pensar que no volveré a escuchar tu voz nunca más. Tu piel, aunque conservo su tacto en mi recuerdo..., necesito volver a sentirla como tus labios besándome como sólo tú sabes hacerlo. Tengo tanto miedo a olvidarte cuando muera... que me niego a pensar en otra cosa que no seas tú. James, seré algo más que una piedra en el camino. Seré una piedra en el corazón latiendo por ti.
Mary se arrodilló, agotada, asfixiada, sin apenas aire que respirar.
— James, tengo que apagar la grabación, no quiero que escuches... más. Te quiero, te quiero con toda mi alma...
La grabación se cortó y Mary se desplomó. Sintió como el oxígeno se agotaba lentamente, abandonando sus pulmones. Cerró los ojos esperando el colapso de su cuerpo. Aquella no sería una muerte dulce.
Antes de perder el conocimiento creyó oír algo a lo lejos acercándose, pero todos sus sentidos se fueron fundiendo a negro.
De repente, alguien insufló oxígeno en la escafandra. La vida penetró en el casco de Mary que, sin embargo, permanecía inconsciente.
— ¡Mary, Mary! ¡Dios mío, eres tú! ¡Despierta, soy yo, James!
Mary balbuceó:
— ¿Ja... mes?
En ese mismo instante, Mary volvió a perder el conocimiento, débil, apagada.
James, sin tiempo, tomó a Mary en brazos y la metió en el coche. Arrancó a la vez que se fijaba en las ventanas del vehículo.
— ¡Malditas fugas! Mary, escúchame, estoy contigo, voy a llevarte a un sitio donde te curarás de inmediato, sólo necesitas aire puro... ¡Aguanta, por favor!
La mano de James buscó la de Mary, cubierta por un guante, y la agarró con fuerza. Ella, pese a su inconsciencia, se sintió protegida.
James condujo el vehículo por el terreo agrietado hacia su nido de amor. Su secreto mejor guardado serpia ahora su salvación.
Una vez dentro del Monte Olimpo, sacó a Mary a rastras y le quitó el casco.
<<No respira>>, pensó James, que comenzó a realizarle la respiración artificial.
El pulso le iba tan despacio que temió seriamente por su vida.
— ¡Vamos, Mary, no quiero perderte! ¡Respira!
Todo parecía perdido. La tensión y el error recorrían el cuerpo de James que, sin embargo, no cejó en su empeño por salvarla.
Fue entonces, cuando en el último beso oxigenado surgió el milagro. Mary, tras una leve exhalación, no se despegó de James, buscando otra vez sus labios sanadores.
— Hola... — ballbuceó Mary, separando su boca levemente— , ¿por qué... lloras?
— Hola — rió James entre lágrimas.
Ambos se abrazaron.
— ¿ Estoy muerta?
— No, Mary, estás viva...
— Pensé que... no volvería a verte.
— Yo también... Me contaron lo del terremoto y me asusté mucho. Tan sólo imaginar que podría haberte perdido...
Mary intentó levantarse.
— No, no, tranquila, estás agotada, debes descansar.
James la volvió a acostar con suavidad.
— Tranquila, yo te cuidaré.
Mary descansó entre sus brazos. De repente, una llamada sonó en el vehículo. James lanzo una orden a la máquina:
— ¡Descolgar!
Del coche salieron las voces a gritos de Claudia y Andrew, que entre risas y enfados infantiles, fueron relatando la confesión de Angie. James y Mary se miraron sorprendidos, entre risas, incrédulos, pero con el espíritu rebosante de felicidad.
— Eres libre, Mary.
— No, James. Somos libres. Somos uno.
James emocionado, pronunció las palabras que Mary esperaba escuchar de sus labios algún día:
— Sé que no es el mejor momento, pero no quiero dejarlo pasar por más tiempo.
— James...
— Mary Ackerson, ¿quieres casarte conmigo?
Mary se quedó en silencio mientras dejaba reposar en el lago sus pensamientos soñados las palabras más esperadas.
— Sí, James, claro que quiero casarme contigo.
Ambos se sonrieron.
— Pero... — le pidió Mary— prométeme que me casaré con un vestido bonito y no con esa maldita escafandra.
— Te sienta bien, tonta.
— Te pegaría si pudiera, pero ahora sólo tengo fuerzas para besarte.
Sus labios se fundieron, mientras a lo lejos Andrew y Claudia continuaban riendo y discutiendo sin parar.