Las semanas pasaban y James se veía incapaz de mover ficha. Mary, ante la ausencia de jueces y de abogados, fue conducida a una cárcel provisional en la meseta de Tharsis. Desde su celda podía ver el Monte Olimpo en toda su magnitud.
La noche, como telón de fondo, albergaba en el cielo los satélites marcianos Fobos y Deimos, metáfora onírica del amor estrecho pero distanciado que James y Mary se profesaban. Las visitas de James no podían ser tan numerosas como ambos hubiesen querido, debido sobre todo a las responsabilidades en la compañía, a su lucha burocrática y legal por sacarla de allí y a las grandes distancias que debía recorrer para poder verla. Mary, sin embargo, no quería reprocharle nada, y de cada pequeño encuentro hacía una fiesta inolvidable, aunque sólo pudiesen celebrar el mirarse a la cara. Él le pedía perdón por haber tardado tanto en venir, y ella acallaba su boca salpicando de besos su piel. Apenas podían tocarse porque las visitas eran cortas y, por desgracia, llenas de miradas ajenas. Después, las noches se les hacían eternas a ambos en la soledad de sus cuartos, haciendo el amor sin compañía, con la imagen del otro presente en sus encuentros imaginarios.
Se daban las buenas noches a mil kilómetros de distancia, y seguro que se oían, porque las estrellas tintineaban alegres cuando las lágrimas de felicidad recorrían sus mejillas. Las mañanas eran mucho más duras de llevar. James se arropaba en su trabajo, en la búsqueda de ideas para salvar la situación. Su familia, además, no se mostraba conciliadora.
-¿Qué tal ha ido el día, James? -preguntó la señora Stafford, mientras cortaba el solomillo.
-Igual que siempre, madre.
-Eso es bueno, ¿no crees?
-No cuando tienes una herida abierta. A Claudia se le encogió el corazón al escuchar esas palabras.
-Madre -dijo Claudia-, no quiero importunarle con mis desvaríos pero, ¿no ha pensado que quizás Mary Ackerson es inocente?
-Déjalo, Claudia. Tienen muy claro qué hacer en estos casos -sentenció James. El señor Stafford sólo abría la boca para comer.
-Todos sabíamos que esa mujer no era trigo limpio -dijo la madre-. A las pruebas me remito. No son ni una ni dos, sino muchas las personas que han testificado en su contra o que han aportado pruebas claras de que ella intentó buscarnos la ruina, si no lo ha hecho ya.
James rabió por dentro.
-Además, querido, hay mujeres mucho más adecuadas para ti, James.
-No quiero volver a discutir sobre el mismo tema, madre.
-¿Quién habla de discutir? Sólo digo que de todas las mujeres a las que has enamorado, te has quedado con la peor de ellas. Pero eres joven, y tienes tiempo todavía de encarrilar tu vida.
Claudia temió que James se levantase y arrojase a su madre por la ventana, porque la furia vivía en su mirada.
-...Angie, Angie Dickinson, por ejemplo -continuó la señora Stafford, después de beber-, una persona con talento a la que sacaste de aquí sin consultarlo con tu madre.
-Fui yo quien la echó de aquí -confesó Claudia.
-Razón de más para volver a traerla junto a nosotros. Mujeres controlando a mujeres, mala idea.
Claudia tuvo que morderse la lengua para no contestar a su madre. Andrew, que también estaba compartiendo mesa con su familia, alzó la mirada y golpeó a Claudia bajo la mesa.
-¿En serio, madre? ¿Angie Dickinson volverá? Me encantaría conocerla -dijo Andrew.
-¿Tú, Andrew, quieres conocerla? -preguntó su madre-. Me resulta curioso ese... giro.