Capítulo 40.

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Al aparcar el coche y bajar de él, sentí la brisa recorrerme todo el cuerpo. Para mi sorpresa descubrí donde estábamos. Al instante en que el olor a salitre llenó mis fosas nasales y el golpe seco de las olas contra las rocas inundó mis oídos, sabía que estábamos en la preciosa playa a la que iba de pequeña.

-¿Sabes perfectamente todos los lugares a los qué me gusta ir? Empiezo a creer que aquí el raro eres tú.

-¿Y esa es tu manera de decir «gracias»? De nada, niñata.

Ruedo los ojos acercándome a él.

Trago salida al momento en que rodeo sus costados con mis brazos. Su cuerpo se tensa, haciendo que yo me ponga nerviosa también. Pero no lo suelto. Me mantengo quieta mientras apoyo mi mejilla en su torso.

-¿A qué ha venido eso? -pregunta casi en un susurro.

-Para agradecertelo. No sé muy bien el qué, pero quiero agradecerte todo lo que has hecho por mí.

No contesta y cuando me deshago de su agarre comienza a andar.

Lo sigo trotando un poco, pero cuando casi caigo al suelo decido parar.

-A la mierda. -Escucho esas palabras salir de la boca de Stephen antes de que se aproxime hasta a mi lado.

Su palma se extiende frente a mí, haciendo que lo mire confusa.

-Cogela, antes de que me arrepienta.

Esbozo una sonrisa al tiempo en que mi mano captura la suya. De inmediato siento un cosquilleo en mi estómago, que hace que mire nuestras manos enlazadas curiosa.
Con la ayuda de su mano, camino mucho más segura por el camino de graba que se extiende ante nosotros.

La idea de que me lleve hasta una casa para secuestrarme queda a un lado, cuando me doy cuenta de cuan estúpida es esa idea.

-Quizá sea cutre pero pensé que jamás habías hecho algo así... -su voz es distinta y cada vez suena más baja.

Aprieto su mano, dándole confianza aunque quizá no sea la indicada para dársela.

Levanto la vista para observar una gigante casa, rodeada de un inmenso bosque. Un chalé de dos pisos o quizá tres, incluyendo la buhardilla. Debido a que está oscuro, ni siquiera puedo asegurar el color de la fachada, ni siquiera cuando nos encontramos a un metro de la puerta de entrada.

-¿De quién es la casa? -pregunto.

-Mis padres; los biológicos.

Asiento y dejo que abra la puerta.

-¿Por qué has dicho que nunca lo había hecho?

-Porque supuse un jamás te habías quedado a dormir a casa de un chico, además de cenar bajo las estrellas -cuando acaba, golpea la puerta levemente con su puño -. ¡Puta cursilería!

Río levemente y cuando me doy cuenta de lo que ha dicho, me callo.

-¿Recuerdas qué estuve en tu casa, no? Eso cuenta.

-Pero no estuvimos a solas. -Concluye y entra a la casa.

Siento escalofrío por mis brazos mientras entro.

Me siento ansiosa. En cierto modo, debo admitir que me gusta estar con él. Me gusta soportar sus cambios de humor, aunque a veces parezca realmente bipolar.

Me olvido de todo estando con él.
Esa seria la oración que definiría lo que siento verdaderamente estando con Stephen.

Cuando enciende la luz, una mesa con un mantel doblado encima de ella y una cesta de mimbre, aparecen ante mis ojos.

Miedo. [#Wattys2016]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora