CAPÍTULO XVII

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 Después de ese dilema horrible que estaba en mi cabeza sobre lo que estoy haciendo mal, y ahora que lo pienso, se me hace un poco ilógico que haya un ser todo-poderoso allá arriba que nos vigila y está al pendiente de todas las cosas que todas las personas hacen, me encuentro en el comedor desayunando con mis primos, Luis, David y Aída.

-Hace mucho tiempo que ya no te había visto, Aída –le digo mientras me llevo un pedazo de sandía a la boca.

-Estuve ocupada, haciendo trabajos de limpieza en el búnker –me dice ella mientras me ve a los ojos.

-Ah, ¿búnker?

-Es una especie de guarida en caso de guerra o ataques aéreos –me explica David.

-¿Alberto cree que nos podrían atacar con aviones? No hay aviones, ni hay autos en funcionamiento a excepción de los de Susana y sus GC –digo, intrigada.

-Susana podría atacarnos con otra cosa –dice César.

-No exactamente podría ser Susana la que nos ataque –menciona Luis. Observo que tiene ojeras muy profundas por debajo de los ojos.

-Lo raro aquí está en ¿por qué están aseando el búnker? –pregunto.

-Hay que estar preparados –dice Óscar.

Termino de desayunar y me dirijo hacia los baños porque necesito peinarme un poco. De paso aprovecho para mirarme en el espejo y ver cuál es mi aspecto.

Por lo que veo, tengo el cabello un poco sucio, porque en vez de rojo se ve castaño, y eso es porque no me he bañado en unos cuantos días. Pero no importa.

Salgo del baño con el cabello mojado y amarrado con la liga que usaba mi madre, que aún conservo.

Saliendo del baño, me encuentro con Pedro. Automáticamente extiendo los brazos para abrazarlo. Siento su calor.

-¿Cómo dormiste? –me pregunta.

-Muy bien –mentira-, ¿y tú?

-Pues también bien –me dice mientras me huele el cabello.

-¿Huele mal?

-No, huele a ti.

-Ay, qué cursi eres –digo mientras sonrío y le doy un codazo en el estómago.

De repente se acercan Óscar, Luis y David hacia nosotros porque estamos justamente enfrente del despacho de Alberto.

David llega y toca la puerta del despacho de Alberto.

-Adelante –nos avisa Alberto desde adentro.

Entramos todos al despacho y vemos a Alberto. Ahora que lo veo bien, creo que tiene la tez amarilla. O sea no es ni de tez blanca, ni de tez oscura.

-¿Qué les trae por aquí? –pregunta Alberto.

-Pues venimos por lo que nos toca hacer –dice David.

Observo que David tiene la nariz aguileña.

-Ah cierto, miren, ayer estaba platicando esto con Julieta. Por lo que sabemos, Susana se llevó a la mayoría de personas de tez morena en la ciudad, así que creemos que hay personas de tez blanca regadas ahí por la ciudad, sin alimento, y con el peligro de que Susana podría hacerles algo. Ustedes tienen que ir por la ciudad buscando esos grupos de personas, ya sean familias o congregaciones grandes de personas.

-¿Y luego qué? –pregunta Óscar.

-Pues tendrán que traerlas aquí a la Hermandad –dice Alberto.

Hay algo que todavía no me queda claro, y es por qué Alberto me eligió a mí como la líder de este escuadrón, por qué me eligió a mí tan rápido como para hacer cosas que ponen en riesgo mi vida si apenas soy una niña de quince años, y aparte no tenía experiencia con las armas o cuchillos.

-¿Entendieron? –pregunta Alberto y todos asentimos.

Horas después, me encuentro ya con mi uniforme de escuadrón. Me veo en el espejo del baño y me doy cuenta que he bajado de peso en estos últimos días. No me encuentro en mi estado de salud que debería tener, creo.

Camino hacia la salida donde están los demás de mi escuadrón esperándome junto con Alberto. Ellos están justo afuera de la cabaña.

-¿Por qué tardaste tanto? –me pregunta Óscar con desesperación.

-Es que yo sí soy limpia y hago algo que se llama "darse una ducha", lo cual tú no haces.

-Bueno ya, ¡váyanse! –exclama Alberto.

Lo veo, observo que se ha dejado crecer el bigote.

Entonces corremos hacia la camioneta blanca que secuestramos aquel día. Nos subimos y nos alejamos cada vez más del estadio.




La Hermandad (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora