CAPÍTULO XII

39 2 0
                                    

-Julieta, vamos -me dice Luis mientras me agarra del brazo.

-No -digo renuente mientras estoy sentada en una mesa del comedor.

Ya está oscureciendo un poco afuera.

-Tenemos que ir -me dice mientras me da un beso en la mejilla. Yo no hago nada, sólo veo sus labios alejarse.

-Vamos -digo, motivada.

Fue hace tres días cuando Alberto me dio este escuadrón inexperto. Pero, después que salí de su despacho muy furiosa hace tres días, tuve que aceptarlo. Iván sabe pelear, Óscar es muy bueno en los deportes, Luis es guapo, y David se ve que es muy atlético.

Ayer, Alberto nos dio unos trajes especiales a mi escuadrón y a mí. Pero es un traje negro. Unos jeans de licra muy elásticos negros, una chaqueta muy gruesa, y unos zapatos de suela muy gruesa. Ah, y unos cuantos artilugios punzocortantes.

No tenemos las pistolas que usan todos los GC pero aun así podemos defendernos muy bien con unos cuantos cuchillos.

-¿En dónde exactamente nos tenemos que reunir? -le pregunto a Luis mientras me agarra de la mano.

No se la suelto. Agarro su mano, como si fuera la de mi padre.

-Arriba, junto a los huertos detrás del estadio -me dice mientras mira al frente.

Yo lo veo, estamos casi de la misma altura. Yo siempre he sido alta, a diferencia de las demás muchachas de mi edad.

Caminamos entre pasillos, salones, escaleras y decenas de personas. Personas van de aquí para allá, en todas direcciones muy rápidamente. No sé qué hacen pero es muy estresante ver tanta gente aquí, bueno, para mí.

Ya que estamos afuera, respiro aire puro. Por fin estoy afuera.

Estar allá adentro es como estar en una cárcel. Aún no entiendo por qué Susana no hace tan siquiera algo para detener lo que está haciendo toda esta gente. Digo, de alguna manera la Hermandad es un enemigo de Susana. ¿Por qué no hace nada?

-Pensé que ibas a querer venir -me dice Óscar mientras se acerca a mí.

Yo sólo sonrío.

Mi cabello está suelto, así que mis chinos pelirrojos saltan por todo mi rostro.

-No quería pero, tengo que hacerlo. Necesito saber dónde están mis tíos -le digo a Óscar.

-Te vi muy cariñosa con Luis, uy -me dice en tono de burla.

Yo le doy un codazo en el esternón.

-¡Muy bien, escuchen! -grita Alberto lo más alto para que escuchemos.

Nos volteamos hacia él y después nos dice:

-Lo que quiero que hagan es muy fácil. Tiene que ir por la ciudad intentando secuestrar una camioneta de los GC, ¿entienden?

-¿Para qué? -pregunta Luis.

-Necesitamos una para así poder movernos por la ciudad más fácilmente -explica.

-¿Por qué no usamos la que trajimos aquí hace más o menos una semana? -pregunto, desafiante.

-Ya no tiene combustible -me dice, en tono muy seco.

-Oh, pues qué raro -no le creo nada, sólo quiere que me muera y ya.

Entonces me doy media vuelta y camino lejos de él. No lo quisiera ver ya, nunca más.

Mi escuadrón me sigue mientras vamos a la tirolesa para cruzar al otro lado del río.

Óscar va junto a mí y yo le digo, susurrando:

-Creo que Alberto trae algo en contra de mí -digo.

-Te odia, tenlo por seguro -me dice, riéndose.

Cuando llegamos a la tirolesa, no me doy cuenta cuándo y de dónde carajos sacaron el arnés pero ya están pasando al otro lado.

Ya estamos todos del otro lado y entonces digo:

-¿A dónde vamos exactamente?

-Podemos ir a las zonas más alejadas del Palacio -sugiere Iván.

-No, tenemos que ir hacia el norte -dice Luis.

-¿Por qué iríamos al norte, estúpido? -pregunta Iván.

-Creo que ninguno de nosotros conoce el norte, ¿o sí?

-Quiero ir a mi casa -digo.

-¡Claro! Sólo porque es tu noviecita vas a defender todo lo que ella diga -dice Iván en un tono muy molesto.

-Para empezar no somos novios, y si yo quiero ir a mi casa es mi problema...

-Tu casa está muy cerca del Palacio, es peligroso ir hacia allá -dice Iván, intentándome regañar.

No me dejaré regañar por un estúpido adolescente.

-Pues si tú no quieres ir a acompañarme, no importa. Tú eres el cobarde -digo.

-Y se supone que eran amigos... -dice Óscar.

-Ya Óscar -le ordeno.

Yo empiezo a caminar hacia donde está mi casa pero David dice:

-Bueno, vamos a acompañar a Julieta. Alberto nos ordenó que tenemos que protegerla de todo peligro...

-Yo no arriesgaré mi vida por ella -dice Iván.

Yo me paro en seco. ¿Por qué se comporta tan grosero? ¿Qué le pasa?

-Si tú no quieres no es mi problema... -él me interrumpe.

-No entiendo por qué Alberto nos puso a cuidarte a ti. ¿No puedes tú sola?, ¿por qué te toma tanta importancia? Para mí no eres importante.

-No me importa -digo y me doy la vuelta.

Sigo caminando recta, con las lágrimas a punto de brotar.


La Hermandad (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora