CAPÍTULO VII

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Llevo dos días desde que Susana me dejo vivir y yo maté a ese GC. Y desde ese momento no he encontrado a mis primos. Así que me dispuse a vivir en un edificio abandonado a las orillas del puente que encontré hace dos días. Este edificio parece que antes fue un despacho de departamentos o algo por el estilo. Elegí el cuarto más alto y puedo ver el río que corre y la ciudad vacía en la que vivo.

Me siento en realidad muy cansada, no he encontrado qué comer y ando buscando por ahí qué encuentro en las casas aledañas.

Es hora de ir a buscar a mis primos.

En estos dos días he practicado un poco más sobre cómo usar la pistola para defenderme y más o menos su anatomía. Y en serio, es mucha ciencia para mí. También me he dado cuenta que sólo le quedan 3 balas.

Estoy muy cerca del Palacio y camino muy lento cuidándome de los GC que andan por ahí. Son demasiados.

Llego al punto en el que me bajé de esa camioneta blanca hace dos días y recuerdo a dónde le dije a Óscar que se dirigiese. Entonces empiezo a caminar hacia allá. En el camino encuentro ratas, basura, desechos humanos y muy pocos GC que por alguna razón no me hacen caso.

Entonces llego a un establecimiento muy grande. Y veo que lleva un letrero que dice: "Mercado Revolución".

No sé qué es un mercado pero supongo que era un lugar de comercio o algo así. Camino en la acera que está en la lateral del mercado, rápidamente buscando indicios de una camioneta blanca.

Cuando llego a la esquina no he visto nada más que un cadáver de un perro.

Volteo a ver hacia ambos lados, izquierda y derecha, pero no encuentro nada. Sigo caminando hacia enfrente.

Una corriente de viento fría me pega justo en la cara. Me siento sola, y más en esta calle desierta.

Recuerdo al muchacho que me asaltó hace unas semanas... sus ojos eran hermosos. No sabría explicarlo.

De repente, veo un muchacho a lo lejos que se acerca hacia mí. Cada vez más.

Cuando llego a la siguiente esquina, veo que él está una cuadra más lejos, así que doblo hacia la izquierda y salgo corriendo.

Por un momento, pienso en sacar la pistola pero no quiero matar más gente.

Si mi padre viera lo que he hecho, él mismo me mataría.

Entonces, justo cuando llego a la esquina, veo una camioneta blanca acercándose a mí. Me paro a media calle y hago señas. La camioneta frena justo enfrente de mí y se bajan de ella tres GC.

Pensé que era la camioneta donde estaban mis primos y los demás...

Saco la pistola y apunto a uno de ellos.

-Señorita, la necesitamos, no dispare y baje el arma -dice uno de ellos. Noto que es de tez muy blanca.

-No. ¿Qué quieren? -pregunto en voz alta y muy claro.

-La necesitamos, no le haremos daño -dice el GC de hasta atrás.

Disparo hacia uno pero la bala da en el parabrisas. Este se rompe en cientos de pedacitos. Pero ellos no disparan.

-¿Por qué no disparan? -pregunto, con desesperación.

-No lo haremos, usted está evolucionada.

-No comprendo, ¿qué quiere decir con eso? -pregunto, acercándome más a ellos. Ellos retroceden.

-En serio, baje el arma. No le haremos nada -dice el GC al cual le disparé pero no acerté.

Si disparo todas mis balas, quedaré indefensa y ya podré morir en sus manos. Esa es una alternativa muy buena si quiero no matar más gente, gastando balas sin darle a nadie.

Disparo las balas que me quedan, pero una bala entra en el cofre, justo por debajo del motor de la camioneta.

La camioneta se incendia y explota. Sale volando por los aires llevándose a los tres GC, matándolos. Me cubro y me agacho mientras la camioneta cae dos metros detrás de mí.

Después de la explosión, veo que en el lugar donde estaba la camioneta, están mis primos, Aída y David.

-¿Qué pasa? -pregunto, guardándome la pistola en el sostén.

-Por fin te encontramos -dice Óscar acercándose a mí con un abrazo.

Yo lo acepto.

-Pensábamos que te había pasado algo y llevamos dos días buscándote -dice Aída.

-He estado en un departamento a la orilla de un río un poco lejos de aquí... ¿dónde han vivido estos días?

-Eso es lo que te queremos enseñar -dice César.


Caminamos unas cinco cuadras después del lugar donde explotó la camioneta de los GC (o más bien, que explotaron mis primos), y topamos con un río. Creo que es el mismo río en el que estaba aquel puente enorme.

Bueno, llegamos a la orilla del río, el cual es poco hondo pero trae mucha corriente. Aparte huele un poco feo.

-Tenemos que cruzar hacia allá -dice David, con entusiasmo.

-¿Eh? ¿Cómo? -pregunto, sentando en la orilla del barandal.

-Sí -es entonces cuando jala una cuerda, se tensa y cae una polea metálica muy grande-, con esto.

-No entiendo -digo.

Aída se acerca a unos árboles a dos metros de nosotros y se esconde en ellos. A los pocos segundos regresa con un arnés. Creo que ya había oído hablar de esto, creo que se llama tirolesa.

-Tienes que amarrarte esto a la cintura y conectarlo con la polea, después te impulsas y cruzas el río, llegas al otro lado, bajas y empujas de regreso la polea junto con el arnés -me explica Óscar mientras me coloca el arnés. Aprieta mucho.

Subo el barandal y noto que me tiemblan las manos. Aunque sea poco lo que tengo que cruzar pero sería muy malo si el arnés se suelta. Me pongo boca abajo.

De repente, David me empuja y grito mientras recorro la cuerda metálica sujetada a la polea. Justo cuando estoy a punto de llegar al otro extremo, David no me empujó con mucha fuerza y no alcanzo a llegar.

Estiro los brazos lo más que puedo para poder tan siquiera tocar el otro extremo pero estoy a unos cuarenta centímetros de distancia.

Esto no va a funcionar, entonces los demás empiezan a gritarme qué debo hacer pero no les hago caso.

Empiezo a desatarme poco a poco el arnés para que así tenga movilidad en las piernas y poder llegar tocar el otro extremo. Estiro la pierna derecha y logro tocar el otro extremo, pero el arnés se suelta de mi cintura y hace que pierda el equilibrio.

Sujeto con mi mano el arnés sujetado a la polea y me doy cuenta que estoy a punto de caerme. Los demás guardan silencio.

Si suelto mi pierna del otro extremo, me caigo. Si me suelto del arnés, me caigo. Entonces empieza la desesperación.

Muevo el arnés con el impulso de mi cuerpo hacia delante y poco a poco el arnés junto con la polea se mueve.

Ahora estoy como si estuviera hincada en el aire, suelto el arnés poco a poco y logro sujetarme del barandal. Subo la pierna, luego la otra, y al final me tiro hacia el otro lado del barandal, en tierra firme.

Ya estoy a salvo.



La Hermandad (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora