CAPÍTULO XXII

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Me encuentro en el puente enorme, rodeado completamente de neblina. Oigo cómo el río ruge debajo de nosotros. Alberto está de frente de mí y pide silencio, después añade:

-Qué bueno que todos están aquí; en estos momentos es donde más necesito su ayuda.

Algo huele mal, y no es el río. Sé que de alguna manera él miente, no sé pero la forma en la que nos dice cosas emotivas (que son muy pocas) suena demasiado falso. Esconde algo.

-¿Qué haremos ahora? –pregunta Luis, sobándose la pierna la cual está vendada y mojada en sangre.

-Tenemos que contraatacar a Susana –dice Alberto.

-¿Pero cómo si no tenemos reservas? Ni siquiera un lugar "seguro" para pasar la noche... y no pienso dormir en el pasto –refunfuñe David.

Óscar quien está junto de mí, me agarra la mano y las entrelazamos. Es un gesto de cariño que hacíamos desde que éramos niños. De alguna manera me siento segura.

-Tenemos que movernos de lugar. Ya no hay una Hermandad, así que tenemos que dirigirnos un poco más al norte... tal vez allá (como es el lado más abandonado de la ciudad) haya suficiente espacio –dice Alberto.

-¿Y luego qué? –pregunto.

-Pues por lo visto, no se saben defender muy bien... ¡Solamente corren como niñas desesperadas mientras muy bien alguno de ustedes pudo advertir a la demás gente y así evitar tantas muertes!... y pues hay que entrenar lo suficiente, preparase para lo peor que está por venir...

-¿Correr como niñas asustadas?, ¿quién es el señor que se pasa horas en su despacho lamentando nunca haber tenido una familia?, he hecho muchas cosas por usted, pero no soporto que mal agradezca lo que hacemos... nosotros arriesgamos nuestras vidas por las cosas estúpidas que nos pone a hacer, ¿acaso ha servido de algo una de las tantas estúpidas que hemos hecho por usted y el bien de su estúpida Hermandad? ¡Ninguna! – grito lo más fuerte que puedo, intimidando a Alberto.

Me doy media vuelta pero de repente oigo unos disparos incrustarse en las orillas del puente. Me tiro al suelo, tapándome la nuca mientras los demás salen corriendo.

Óscar se tira junto a mí sobre el pavimento del puente mientras me dice:

-Creo que gritaste muy fuerte.

Entonces me paro y corro lo más rápido que puedo mientras oigo pisadas de GC a unos metros detrás. Óscar me sigue el paso mientras corremos en zigzag, sin poder ver casi nada por culpa de la niebla.

Llego al final del puente intentando buscar a los de mi supuesto escuadrón, pero no hay nadie. Qué bueno que sigo trayendo el uniforme del escuadrón. Espero a que Óscar llegue y los dos salimos corriendo por la acera, huyendo de los disparos.

Todavía no me logro explicar de dónde sacan las armas, municiones, combustible, camionetas, uniformes tan bien hechos...

Llegamos a la esquina, volteamos a ver a ambos lados de la calle pero del lado derecho empiezan a visualizar unos cuerpos con trajes blancos corriendo. Entonces cruzamos la calle y corremos toda la acera que sigue, lo más rápido que podemos.

-Saca tu cuchillo –le ordeno.

Llegamos a la siguiente esquina y entonces pregunto:

-¿A dónde nos dirigimos?

-No conozco este lado de la ciudad –me dice Óscar demasiado rápido que me cuesta entenderle.

-Subamos la calle cuesta arriba; estoy segura que por allá está el estadio –le digo y salimos corriendo de nuevo.

La Hermandad (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora